CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO DEL CANAL BEAGLE: EL COSTO DEL TRATADO DE PAZ Y AMISTAD DE 1984
-Ampliado y actualizado en marzo de 2005-

TRAS LA CUASI GUERRA DEL CANAL BEAGLE EN 1978, ARGENTINA REINICIÓ SUS HOSTILIDADES AL ENTERARSE QUE LA MEDIACIÓN PAPAL DE 1980 TAMPOCO SATISFACÍA SUS MÁXIMAS ASPIRACIONES EXPANSIONISTAS. LAS ESCARAMUZAS Y LAS PROVOCACIONES EN AGUAS DEL BEAGLE CONTINUARON HASTA EL ESTREPITOSO FRACASO ARGENTINO EN SU CAMPAÑA MILITAR DE LAS ISLAS FALKLAND, EN 1982. LA HISTORIA DEL CONFLICTO AUSTRAL SÓLO CONCLUIRÍA CON EL TRATADO DE 1984 CON CHILE, QUE TAMBIÉN SIGNIFICÓ UNA ENTREGA DE TERRITORIO A PESAR DE LAS VENTAJAS JURÍDICAS Y ESTRATÉGICAS QUE TENIA ENTONCES CHILE PARA IMPONER SU POSICIÓN A ARGENTINA, ADEMÁS DE QUE SE LO HA QUERIDO REPRESENTAR ILUSAMENTE COMO UN GRAN LOGRO DIPLOMÁTICO SIN COSTOS TERRITORIALES

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La crisis del Beagle de 1978. La Intervención vaticana
Siniestras influencias argentinas contra la mediación papal
Buenos Aires se niega a acatar la solución vaticana
Galtieri a la carga otra vez. Argentina resucita la tensión militar
La tensión se traslada a islas Falkland en 1982
Se prepara una nueva entrega de soberanía chilena
El Tratado de Paz y Amistad de 1984. Sus perjuicios para Chile



La crisis del Beagle de 1978. La intervención vaticanaVOLVER A SUBTITULOS

La belicosa fiebre militar argentina había sido desatada junto al rechazo al Laudo Británico de 1977, que tras diez años de cuidadoso estudio y exposiciones favorecía a Chile por sobre las pretensiones argentinas en las islas Picton, Lennox y Nueva, comprobando de paso que la fantástica base de la pretensión argentina, según la cual el Canal de Beagle doblaba milagrosamente hacia el Sur por un costado de isla Navarino, era una falsedad.

Pasando por encima de toda la legalidad y los principio jurídicos, Argentina lo declaró "insanablemente nulo" en enero del año siguiente, durante el Gobierno del General Jorge Rafael Videla, quien inició de inmediato una nueva y agresiva política de hostigamientos con miras a provocar una guerra, desencadenando la llamada Crisis del Beagle de 1978.

Obraba en favor de los intereses argentinos el embargo internacional de venta de armas que pesaba sobre Chile desde poco antes, decretado por Washington D.C. en momentos de casi completa indefensión militar chilena, lo que estimuló notoriamente la prepotencia platense para imponer sus intereses en el Beagle. Sólo la habilidad diplomática del entonces Canciller chileno (inusual en nuestra historia), don Hernán Cubillos Sallatos, sumada al esfuerzo del Vaticano por detener el conflicto armado, se vislumbraban como la única posibilidad de atar a Argentina a un arbitraje y, por ende, a la solución pacífica del conflicto que ella misma había iniciado al desconocer la palabra empeñada en el Tratado de 1881, cuyo texto le permitía a la Argentina poseer territorio sólo "hasta tocar con el Beagle", mientras que todas las islas al Sur del canal serían chilenas.

Desde poco antes del repentino fallecimiento de Su Santidad el Papa Pablo IV, el Canciller Cubillos y el Cardenal de Chile Raúl Silva Henríquez se habían comprometido a acatar una eventual mediación papal, la que ahora recaería en Juan Pablo I. Pero el nuevo pontífice también falleció, en extrañas circunstancias, a sólo un mes de asumir. Correspondió entonces a Juan Pablo II, al tomar el nuevo pontificado a fines de 1878, volver a formular el ofrecimiento de una generosa intervención de paz por parte de la Basílica de San Pedro.

Sin embargo, a pesar de que había sido el propio Gobierno de la Casa Rosada quien propuso a la Santa Sede como virtual mediadora, primero en su interés de evitar el acatamiento al Laudo de 1977 y luego para que el caso no fuese a parar a la Corte Internacional de La Haya (y creyendo que las malas relaciones entre el Gobierno Militar de Chile y la Iglesia Católica le resultarían convenientes a la solución del conflicto), él mismo rechazó la vía de esta mediación formulada por la Cancillería de Chile.

Sin más remedio, ambos países se aprestaron para iniciar la guerra en las aguas del Beagle, en las vísperas de la Navidad de 1978, ante la mirada impotente de la comunidad internacional y del Vaticano.

Cuando la noche del 21 al 22 de diciembre ambos países estuvieron al borde de enfrentarse en las aguas del Beagle, conflicto que sólo fue postergado por la intervención bondadosa del clima y la naturaleza, el retraso dio al Vaticano el instante preciso para proponer una reunión de emergencia entre los embajadores. Esa misma mañana del 22, Juan Pablo II, ante el Sacro Colegio Cardenalicio de Roma, hizo su llamado final a la paz y declaró urbi et orbi su deseo fervoroso de mediar en la cuestión del Cono Sur:

"Confirman la urgencia de la necesidad de luchar a favor de la paz, las tristes noticias llegadas recientemente del continente sudamericano. Es motivo de profundo dolor y de íntima preocupación el enfrentamiento que se ha ido agudizando en este último período entre Argentina y Chile, a pesar del vibrante llamamiento de paz hecho a los responsables, por parte de los Episcopados de los dos países, vivamente apoyados por mi predecesor Juan Pablo I".

Esta vez, acorralada por el peso moral que implicaba rehusar el ofrecimiento de paz de la Santa Sede y temiendo un un reproche internacional si aparecía negándose a abrirle sus puertas al Vaticano, la Argentina no pudo rechazar una intervención papal y debió frenar sus planes expansionistas de la "Operación Soberanía", a pesar de la abrumadora superioridad militar que tenía entonces con respecto a Chile y en la que confiaba para ganar una eventual guerra, juicio optimista que, sin embargo, posteriormente ha sido puesto en duda por los propios militares argentinos, como el General Balza.

Sabiendo que el Canciller Cubillos ya había aceptado en nombre de Chile la propuesta vaticana, el General Videla y la Junta argentina también se sumaron a la propuesta. Parece haber influido también la noticia llegada de algún modo a Buenos Aires, de que los estrategas militares en Santiago ya conocían al detalle las posiciones de los tanques y las fuerzas argentinas de infantería apostadas junto a la cordillera, derribándose así el plan del General Menéndez, de penetrar la frontera valiéndose del factor sorpresa.

El Papa nombró al Cardenal Antonio Samoré para representar a la Santa Sede y a la mediación, el día 23, siendo asistido por Fiarello Cavalli y Faustino Sáinz. Partiría casi de inmediato a entrevistarse con las autoridades de ambos países, empezando por Argentina, el día 27. El Almirante Emilio Eduardo Massera, el más duro y belicoso de la Junta Militar argentina, estuvo atento a estas reuniones entre Samoré y la Casa Rosada. Desatados de las cadenas de la moral y la ética, los representantes argentinos hasta intentaron engañar al enviado papal alegando que las islas Picton, Lennox y Nueva no eran conocidas cuando se firmó el Tratado de 1881, por lo que el acuerdo resultaba imperfecto y merecía ser revisado.

Odioso y antichileno hasta los huesos, tan pronto el Cardenal partió a Santiago al día siguiente, el amatonado Massera declaró a los medios de prensa de prensa argentinos una fuerte advertencia:

"Haremos nuestro el espíritu de justicia y de convencimiento de que ningún otro despojo será permitido en el transcurso de la historia que nos toca vivir".

Al reunirse con Cubillos, Samoré se mostró en extremo parco y fingió estar completamente reacio a considerar la posición chilena. Hasta amenazó con volver a Roma si Chile no aceptaba flexibilizar su posición, por considerar que su gestión no tendría sentido, ya que veía la paz "difícil, pero posible" sólo si alguien cedía. Hábil e intuitivo en su oficio, Cubillos comprendió que estaba siendo sometido a una prueba y no aflojó, respondiendo al Cardenal con similar decisión y hasta algo de molestia que no transaría soberanía chilena. Entonces, éste se soltó y le pidió conversar con tranquilidad, esta vez en serio.

La conversación duró varias horas. En ella, Samoré preguntó al Canciller si creía posible "que los juristas puedan interpretar el Tratado de 1881 en alguna palabrita que pudiera salvar la situación", pero Cubillos lo desestimó. Al reunirse en horas de la tarde con el Presidente Pinochet, el Cardenal volvió a advertir la solidez y el convencimiento de las autoridades chilenas, cuando el General le advirtió que "Chile no quiere la guerra, pero no la teme".

Cubillos acompañó a Samoré al Aeropuerto de los Cerrillos el 30 de diciembre. Al partir hacia su vuelo, declaró casi con congoja: "Sólo Dios sabe si volveré a Santiago".

El Cardenal logró una base de acuerdo para la mediación y los cancilleres de ambos países llegaron a firmarla a Montevideo el 8 de enero de 1979. En la ocasión, Cubillos no aceptó la exigencia del Canciller Pastor de que la base fuese firmada en carácter secreto.

En Argentina, militares como el General Menéndez insistían hasta el último instante a la Junta en la conveniencia de no firmar el acuerdo de mediación y seguir con el plan trazado para la "Operación Soberanía". A regañadientes, debieron ordenar el retiro de las fuerzas argentinas desde la frontera el día 9. Gracias a la intervención papal, ambos bandos habían quedado atados a la espera de una solución pacífica.


Siniestras influencias argentinas contra la mediación papal
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Hemos dicho en otra parte que Chile y Argentina vienen sosteniendo desde sus orígenes republicanos una guerra en baja intensidad que los demuestra más en calidad de enemigos históricos que como los buenos vecinos que la propaganda política y las sensiblerías americanistas pretenden mostrar en forma majadera e ilusa. Este estado permanente de tensión y conflicto con períodos de altos y bajos y cuya génesis se encuentra el deseo estratégico de Argentina de acceder a la cuenca del Pacífico, vino a registrar otro de sus picos más altos en el período al que vamos a referirnos a continuación.

Se estaba en plena mediación cuando fueron dados a conocer informes de la DEA de los Estados Unidos, revelándose sorprendentes datos recolectados por sus agentes establecidos en Buenos Aires y Bolivia, hacia 1979, respecto de que las mafias y organizaciones oscuras de origen europeo que estuvieron relacionadas directamente con el narcotráfico, se valían de los negocios de compra de armas por parte de Argentina para sus actividades de lavado de dinero. Recordemos que este abundante material de guerra era el que se pretendía utilizar en contra de Chile para una eventual invasión del Canal Beagle.

Pero veremos que las revelaciones de la DEA eran sólo un pétalo de lo que realmente ocurría en la Argentina. Paralelamente, allá se realizaban extraños y nunca bien aclarados negocios entre el Gobierno y poderosos particulares internacionales relacionados con los países que proveían de armas al Ejército y la Armada, algunos de los cuales, sin embargo, se habían negado a venderle a Chile ese mismo tipo de material militar con el pretexto de mantenerse neutrales. Los negocios iban desde la propia venta de armamento a planes de explotación energética y hasta la construcción de metros subterráneos en Buenos Aires.

A la sazón, surgían también reiterados informes respecto de que Argentina estaba intentando reflotar una coordinación regional estratégica contra Chile, similar a la que se trató de ensayar con el Perú y Bolivia durante la Crisis del Beagle de 1978, en otro caso delator de la tendencia constante al cuadrillazo por parte de la vecindad inmediata chilena, conocida como la Hipótesis Vecinal Máxima (en Brasil se comentó incluso que el envío de tropas peruanas posteriormente realizado para apoyar a las fuerzas argentinas en islas Falkland, era en realidad en cumplimiento de un secreto acuerdo de alianza firmado entre ambos países con miras a aplicarlo contra Chile, por la cuestión del Beagle).

Para aquellos años, además, la necesidad de la Junta Militar platense por captar apoyo internacional le llevó a relacionarse con la más oscura y siniestra telaraña de agrupaciones criptopolíticas y metapolíticas internacionales, muchas de ellas asociadas incluso a logias extrañas y a grupos influyentes con sede en Italia, Austria y también en la Europa Oriental, a la sazón azotada por las tiranías bolchevistas en plena Guerra Fría. De estos vínculos surgirían los oscuros negocios que hemos indicado, y que se mantuvieron por largo tiempo, incluso durante los gobiernos civiles de Raúl Alfonsín y Carlos S. Menem, que hasta nuestros días siguen generando polémica e intensa discusión en la Argentina.

Sumamente complejo resultaría para Chile aquel año de 1980, casi desde su inicio, no sólo por estos curiosos conjuros y enredos platenses. Todavía hacían ecos las fuertes contiendas entre el Embajador en Argentina, don Sergio Onofre Jarpa, y el ex Embajador José Miguel Barros, distinguidas personalidades que, por momentos, parecían representar desde la misma Crisis de 1978, respectivamente, las dos principales posiciones chilenas frente al conflicto: la de quienes creían que el Gobierno lograría salvar la paz con éxito, y la de quienes consideraban ya que la guerra era prácticamente inevitable. A este ambiente se sumó el extraño escándalo que frustró un viaje del General Pinochet a Filipinas, durante el mes de marzo, en precisos momentos en que la delegación chilena se encontraba en las oficinas del Archivo Secreto del Vaticano, costaría a Hernán Cubillos una petición de renuncia a la Cancillería de Chile. La noticia no fue saboreada sólo por los argentinos que identificaban en el audaz paladín diplomático a una barrera contra sus pretensiones expansionistas, sino también por los más desconfiados militares chilenos de línea dura, quienes acusaban al ministro de internacionalista e incluso de ser miembro de la CIA. En reemplazo de Cubillos, se designó al ex Embajador de Chile en Argentina y luego en España, don René Rojas.

Aunque no puede decirse que el clima chilenófobo fuera generalizado en la Argentina o que hiciera ebullición en la opinión pública, sí es claro que se estaba alimentado cuidadosamente por las autoridades argentinas, al tiempo de ofrecían rasgos de relativa cordialidad hacia sus pares chilenos. Sin embargo, hubo momentos en que la cólera belicista sencillamente desbordó la razón y el sentido coloquial de las relaciones con el vecino. El 24 de septiembre de 1980, por ejemplo, oficiales argentinos detuvieron violentamente a un teniente y un alférez chilenos que habían viajado a Río Gallegos aprovechando el feriado de Fiestas Patrias. El juez argentino Pinto Kramer los sometió a proceso por "tentativa de delito de espionaje" en un juicio tan escandaloso y ajeno a las nociones básicas del derecho que hizo gran polémica en aquellos días incluso entre los propios argentinos. Pinto Kramer era conocido por su chilenofobia. Varios otros casos similares de maltratos y expulsiones contra chilenos continuaron durante todo ese año y el siguiente.

Al mismo tiempo, las noticias de peligros de escaramuzas y amagues de avances hacia la frontera por parte de fuerzas argentinas, llegaban unas detrás de las otras. Era evidente que Argentina estaba intentando restituir el estado de tensión militar del año 1978, y estaba camino a lograrlo. Como muestra del ambiente desatado por la prepotencia de la Casa Rosada en esos instantes, el dramático Mensaje Naval escrito a pulso por el Almirante José Toribio Merino para el Comandante en Jefe de la Escuadra chilena Raúl López, decía con fecha 19 de diciembre de 1980, a las 10:20 horas: "Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas".

Entre los uniformados argentinos más descontentos con la apertura a la mediación y rogando a gritos una nueva intentona militar en el Beagle, estaban los generales Leopoldo Fortunato Galtieri, Benjamín Menéndez, Guillermo Suárez Mason, José Antonio Vaquero y, por supuesto, el incorregible Almirante Emilio Eduardo Massera, tal vez uno de los más duros entre los duros "gorilas". Curiosamente, todos ellos mantenían estrechos vínculos con mafias, con organizaciones criptopolíticas internacionales y con sombrías logias de gran poder, según ha quedado demostrado más tarde, cruce de intereses que resultaría en una insólita y peligrosa situación para Chile, que pocas veces ha sido abordada en la historia oficial.

Uno de los principales asesores de los militares expansionistas argentinos era el siniestro millonario italiano Licio Gelli, el líder natural y Serenísimo Gran Maestre de la logia "Propaganda Due" (P.·.2, "Propaganda Dos"), una tenebrosa agrupación masónica vinculada al pasado fascista italiano y a graves escándalos de corrupción con la mafia, a pesar de que habría logrado cierto nivel de relaciones con prominentes funcionarios del Banco del Vaticado y la banca sueca, según se ha dicho. Sus miembros son llamados "piduistas". Gelli había vivido en distintos períodos en Argentina, Uruguay y Paraguay, fundando en este último país la “Logia de los Barones de Itaipú".

Gelli había acumulado un poder impresionante, al punto de permitirse enredar al Vaticano en asuntos financieros y políticos sin que se le pudiese sacar del círculo de influencias de San Pedro. En años posteriores, también se le ha pretendido vincular a la extraña muerte de Su Santidad Juan Pablo I. Para la Argentina, había trabajado como representante de negocios en Roma e incluso como consejero de altos militares, entre los que encontraba el General Perón.

Asistidos por los muchos contactos de Gelli y del "hermano" Umberto Ortolani en la Santa Sede y en el gobierno de Italia, grupos "masseristas" de la Armada y del Ejército argentino habían intentado sabotear la mediación papal desde principios de 1980, buscando también imponerse por la fuerza, pues consideraban pusilánimes y evasivas las actitudes de militares menos duros como Videla, a quien catalogaban de "palomo", en contraste con los "halcones", partidarios de la guerra. El mismo Gelli reaparecería vinculado al robo de documentación secreta presentada ante la Santa Sede, que podía resultar perjudicial a Chile durante la mediación, y que trató de ser publicada en la Argentina para poder revertir un resultado desfavorable en el proceso.

Algo de esto se ha filtrado también después del juicio al mafioso piduista ítalo-norteamericano Michele Sindona, y también con el allanamiento de la casa de Gelli en Villa Wanda, en Arezzo, donde se descubrieron listas de los militantes de la P.·.2, generando un extraordinario proceso en los tribunales de Italia. En ella aparecían comprometidas prominentes autoridades y empresas argentinas tales como:

  • Ángelo Rizzoli, presidente del Grupo Empresarial Rizzoli y miembro de la P.·.2. Controlaba papeleras y casas editoriales de la República Argentina.
  • Los hermanos Arnoldo y Federico Bartfeld, vinculados a la actividad diplomática argentina y a la Sociedad Comercial Lindasovia, que también estuvo relacionada con otras adquisiciones de Gelli y los demás piduístas.
  • El Almirante Emilio Massera, con quien los piduístas realizaron negocios relacionados con la explotación de petróleo (ver más abajo).
  • El ex Ministro de Bienestar Social del Gobierno de Héctor Cámpora y posterior prófugo de la justicia argentina, José López Rega, quien escapó a Roma bajo el amparo de Gelli y del "hermano" italiano, Senador Osvaldo Minghelli.
  • Bruno Tassan Din, controvertido empresario ítalo-argentino, que había entrado a ocupar la Editorial Crea S.A., fundada por el grupo Rizzoli.
  • El ex Canciller de último Gobierno de Juan Domingo Perón, don Alberto J. Vignes. En plena crisis del Beagle de 1978, Gelli había comprado a Vignes una enorme estancia en Don Alberto.

Sin embargo, veremos más adelante que la euforia expansionista encontró una mejor excusa cuando se presentó en el escritorio de Galtieri, en 1982, un proyecto que el nuevo Jefe de la Armada argentina, Jorge Isaac Anaya, tenía preparado desde mucho antes para "recuperar" las islas Falkland y arrebatárselas a los Ingleses. Los altos mandos y los "duros" vieron en este plan la forma definitiva de imponer su línea militar por sobre la representada por generales como Videla o Viola. Se fraguaba, así, el ataque a las islas inglesas y el inicio de la cruzada "reivindicacionista" de la Argentina en el Cono Sur.

Dramático contenido del mensaje enviado por el Almirante José Toribio Merino al Comandante en Jefe de la escuadra chilena, Raúl López, el 19 de diciembre de 1980, a las 10:20 horas: "Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas". Fiel testimonio del punto al que habían llegado las cosas en el Beagle.


Buenos Aires se niega a acatar la solución vaticana
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En medio de la vorágine argentina contra la intervención de San Pedro, a duras penas mantenida en la prudente discreción, el 14 de noviembre de 1980 el Santo Padre llamó a los representantes chilenos para conversar privadamente sobre el resultado de la mediación, que iba a ser entregada bajo el título "Propuesta, Sugerencias y Consejos".

Aún aplicando los criterios generosos de una mediación, el Papa era tajante y concluía en lo mismo que el Laudo Arbitral de 1977: que las islas en disputa (Picton, Nueva, Lennox y adyacentes) eran enteramente chilenas. Tiempo después, Samoré declararía su asombro ante la claridad con que los representantes chilenos expusieron su posición sobre el Beagle, en contraste con el enredo y las contradicciones con que los argentinos intentaron fundamentar sus pretensiones ante la Santa Sede.

Videla y la Junta estuvieron de acuerdo en respetar la solicitud del Papa de mantener en reserva los resultados de la mediación, entregada formalmente en ceremonia del día 12 de diciembre, hasta que fuesen aprobados por ambos países. Sin embargo, los "halcones" que aún soñaban con la guerra, volvieron a echar manos a sus influencias en el Vaticano, y lograron filtrar nuevamente parte de la información confidencial. Así, el 18 de diciembre de 1980, un completo artículo del diario "El Clarín" de Buenos Aires, anticipaba con precisión buena parte de la decisión de Su Santidad Juan Pablo II, cuando el fallo de la mediación aún no era comunicado públicamente. ¿Cómo fue posible que un medio de prensa regular de la Argentina se enterara de estos datos confidenciales y a la sazón reservados en el más absoluto secreto? Entre otras cosas, el referido artículo anunciaba que la Santa Sede reconocería la línea del Cabo de Hornos y legitimaba el principio "atlántico-pacífico" exigido por Argentina.

Viéndose, de este modo, violada de inmediato la petición del Papa de mantener los datos en secreto -medida que sí fue respetada por Chile-, la prensa y la propaganda bonaerenses continuaron describiendo al detalle la resolución vaticana. Estos trascendidos desde Argentina permitieron a unos pocos chilenos de entonces, enterarse de lo que se estaba tratando y expresar su negativa, del mismo modo que en la Junta Militar de Chile, el Almirante José Toribio Merino, se mostraba completamente reacio a acatar el fallo al advertir que resultaba en exceso generoso con la nación platense, poniendo en peligro el éxito de la gestión. Sólo su íntima formación católica le haría ceder y acatar la decisión papal.

Si bien Su Santidad reconocía la soberanía chilena en las islas demostrando la falsedad de las argumentaciones argentinas, también buscaba una "equidad" territorial que a Chile le era perjudicial, admitiendo, entre otras cosas, una frontera en la línea media del canal y una zona de aguas compartidas. A pesar de ello, La Moneda aceptó la mediación en enero de 1981, pues el plazo para la respuesta de ambas partes vencía el día 6 de ese mes.

Pero pasaron las semanas y no hubo ni luces de respuesta desde Argentina, exactamente como había sucedido tres años antes con respecto al Laudo de Su Majestad Británica de 1977. El Cardenal Samoré confió entonces en que el traspaso de gobierno entre Videla y el General Roberto Eduardo Viola, previsto para fines de marzo, permitiera señales de aprobación a la mediación. Pero tampoco las hubo; por el contrario, la Casa Rosada se limitó a decir el día 25 de marzo -poco antes del traspaso- que no encontraba acorde la existencia de un "Mar de la Paz" destinado a actividades compartidas con la delimitación oceánica, echando mano a una vieja treta argentina para desvirtuar el verdadero límite entre los océanos Atlántico y Pacífico. Agregaba que la solución papal no contemplaba una forma de impedir los "deseos de expansión chilena al Atlántico", cuando la verdad es que la propia Argentina estaba buscando una aproximación estratégica al Pacífico con esta clase de pretensiones en el territorio austral.

Con este escueto comunicado con olor a rechazo, Argentina violaba nuevamente su palabra honor comprometida esta vez dos años antes, en el Acuerdo de Mediación del 8 de enero de 1979. Desesperado, el Presidente del Episcopado Argentino, Cardenal Raúl Primatesta, llamó a Videla a reconsiderar sus decisión, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.

En tanto, los "duros" no desaprovecharon oportunidad alguna de seguir provocando escaramuzas y acercar tanto como se pudiera la tensión vecinal a un estado de guerra. El 21 de enero de 1981, Gendarmería argentina había detenido a cuatro funcionarios del Instituto Geográfico Militar de Chile que estaban haciendo un levantamiento topográfico en el territorio de Laguna del Desierto, invadido por Argentina en 1965, pesar de que estos trabajos habían sido acordados por la Comisión Mixta de Límites poco antes.

Como era de esperar, la prensa de Buenos Aires se había sumado entusiastamente a la posición de rechazo a la mediación, develando la fuerte actividad de civiles en el fomento del expansionismo platense. En editorial de "La Prensa", por ejemplo, Manfred Schonfeld reclamaba que la mediación había resultado perjudicial a su patria y que debía ser evaluada quitándose de los hombros el peso que significaba el que hubiese sido emitida por un Papa. Por el mismo tenor iban columnas escritas en el mismo diario por Jesús Iglesias Rouco y Gustavo Ferrari.

Hasta el más ingenuo que hubiese sabido de lo que publicaba la prensa argentina en 1978, habría advertido que ésta se estaba cuadrando nuevamente con la posición de los "halcones", tendiente a restaurar la crisis y promover la agresión a Chile, o al menos amedrentarlo. Es más: grupos nacionalistas del Norte de Argentina como el "Ateneo de Rodolfo Irazusta” y la "Junta Libertad y Soberanía”, agrupados en torno a la figura del ex diplomático Bonifacio del Carril, declararon en el semanario de la comunidad judía argentina "Nueva Presencia", el 30 de enero de 1981, que “la guerra es necesaria". Rápidamente, las calles de las ciudades argentinas se llenaron de lienzos con la frase "Argentinos: marchemos a las fronteras".

Sin embargo, la reacción del Vaticano no se hizo esperar. Furioso, el Candenal Samoré -que no tenía precisamente un carácter apacible- desautorizó al Gobierno de Buenos Aires recordándole que ellos mismos habían sido los que solicitaron la mediación. Dirigiéndose al Consejero de la delegación argentina en la Santa Sede, don Federico Mirré, definió la actitud de la Casa Rosada con el Papa como “inicua, mezquina y ofensiva”, contrastando la forma de proceder en Argentina con respecto a la de Chile. Metiendo más el dedo en la llaga, acusó al General Videla de carecer de poder y autoridad, y ridiculizó a los militares argentinos preguntándole qué clase de jerarquía "consulta hacia abajo lo que debe hacer”, nuevamente poniéndola en contraste con el orden que alegó presente en Chile.

Incapaz de contener un secreto, la delegación argentina filtró rápidamente el memorándum de Samoré, desatando la ira patriotera de grupos nacionalistas argentinos, al verlo publicado en medios de comunicación como "La Nueva Provincia". Heridos por el alfilerazo del Cardenal al corazón orgulloso, especialmente por sus sarcásticas comparaciones con Chile, los dirigentes argentinos levantaron un ruidoso cacareo destinado a provocar la ruptura esta vez con el Vaticano.

Coincidentemente, dos militares argentinos, el Mayor Raúl Pablo Barileau y el Teniente Primero Oscar Alberto Santos, junto a sus esposas, fueron detenidos el 25 de marzo de 1981 al ser sorprendidos fotografiando instalaciones militares chilenas en Los Andes, haciéndose pasar por turistas. Como se sabe, Los Andes es uno de los puntos que los estrategas militares argentinos siempre han considerado útil para una entrada por la cordillera en caso de guerra con Chile.

La detención de ambos militares fue la excusa que militares como Galtieri necesitaban, para agravar la situación y cerrar unilateralmente la frontera sin consultarlo siquiera a Viola, la madrugada del 29 de abril. A pesar de que el propio Galtieri comunicó al embajador Onofre Jarpa que esta medida era una "bravata" de la que no debía preocuparse, la provocación es evidente si consideramos que, a la sazón, los argentinos ya tenían detenidos por los menos a 12 chilenos acusados en forma bastante dudosa de "tentativa" de espionaje.

Además del cierre de frontera, se realizó una formidable movilización militar hacia los sectores fronterizos, como el arribo a Las Cuevas del III Cuerpo de Ejército y al norte de Salta por parte de las Tropas de San Antonio de los Cobres. También se reincorporó a oficiales retirados y en ciertas ciudades se restringió la venta de combustible sólo a necesidades militares. Similares eventos se vieron en Jujuy, La Rioja, Catamarca, San Juan y Córdoba, hasta donde se habían desplazado altos jefes militares como el General de Brigada Jorge Fernández Torres y el General Cristino Nicolaides. Esta evidente hostilidad llegó a niveles de verdadero exhibicionismo militar, incluyendo ejercicios de tiro y desplazamientos en Comodoro Rivadavia y Neuquén.

El ambiente de olor a pólvora se mantuvo incluso el 4 de mayo, segundo aniversario del inicio formal de la Mediación Papal, por lo que la Santa Sede decidió intervenir nuevamente separando las serpientes con su caduceo de la paz. Conciente de que el clima entre ambos países marchaba derechamente a una nueva crisis,  Juan Pablo II llamó a ambos gobiernos a buscar una forma de salvar su mediación y el Cardenal Samoré inició lo que él mismo llamaría la "mediación chica", pidiendo gestos de mesura al Gobierno de la Argentina.

Advirtiendo el peligro se significaba para su imagen ante la comunidad internacional el dar otra bofetada al Santo Padre, la Cancillería de Argentina se allanó a responderle el día 5, declarando su interés en conseguir un acuerdo de paz, y en junio buscaron un tenue acercamiento con La Moneda, que culminaría en algunos intercambios de los prisioneros acusados de espionaje. Sin embargo, todo esto era sólo una medida argentina para ganar tiempo y seguir armándose para la guerra, adquiriendo al mes siguiente casi 60 tanques austriacos.

Pero otro suceso inesperado vino a complicar la situación platense ante la comunidad internacional. Ya hemos visto que la Argentina mantenía oscuros y reprochables mecanismos de información e influencias en el Vaticano, a través de personajes como Gelli, para anticipar y filtrar parte de la información sumarial de la Mediación Papal. Quiso el destino que ese mismo año de 1981, un terrible escándalo involucrara al Banco Ambrosiano y a funcionarios políticos italianos relacionados a esta institución, como Calvi, Forlani, Ortolani, Andreoti y Craxi, salpicando culpas incluso a altos funcionarios del Vaticano. El delicado asunto, como era de esperar, también involucró a la Argentina al verse inmiscuidos muchos de los personajes platenses que actuaban como intermediarios de este país con la Santa Sede o controlaban medios de prensa trasandinos, procurando un resultado favorable en la mediación, según se reveló en la antes citada lista secreta manejada por Gelli y descubierta en 1981. Con este suceso, la Casa Rosada quedó desprotegida ante la Basílica de San Pedro.


Galtieri a la carga otra vez. Argentina resucita la tensión militar
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El avance de los "duros entre los duros" comenzó a sofocar a Viola. Carente del temperamento y del discurso que hubiese arengado a los "halcones", acabó depuesto el 20 de noviembre de 1981, siendo sustituido por el General Horacio Liendo y éste por Galtieri, el 11 de diciembre. El año anterior, por recomendación de estos exaltados, el Coronel Cristino Nicolaides había llegado a la aberración de ordenar por su propia cuenta el cierre de la frontera con Chile en Mendoza, demostrando la ingobernabilidad y agresividad en que estaban embarcados estos personajes.

Buscando desahuciar todos los acuerdos que desde 1971 en adelante comprometían a la Argentina a buscar una solución pacífica en el Beagle, Galtieri mandó a llamar para la Cancillería a don Nicolás Costa Méndez. Éste aceptó iniciar una gestión, pero pidió como condición que se mantuviesen las conversaciones con Chile hasta entonces llevadas. Molesto, Galtieri le rugió, según la propia confesión de Costa Méndez: “¡Yo he llamado a un duro, pero resulta que ha venido a verme un blando!”.

Sin más remedio que seguirle el amén al General, el Costa Méndez se reunió con el subsecretario de la Cancillería don Enrique Ros, para elaborar una estrategia capaz de ceñirse a la mediación papal pero haciendo que el Gobierno de Chile fuera arrastrado a aceptar las nuevas exigencias o modificaciones insistidas por los "duros" argentinos, sin más remedio que llamar a la Corte Internacional de La Haya, situación ante la cual La Moneda quedaría ante los ojos del mundo desahuciando la mediación. De esta forma, Buenos Aires había reiniciado su plan de invasión militar al territorio chileno del Beagle y se aproximaba el inminente desahucio platense al Tratado de Solución Judicial de Controversias de 1972, por el cual la Argentina se había comprometido a resolver pacíficamente la cuestión del Beagle.

El 19 de diciembre se produjo otro grave hecho: marinos argentinos invadieron la isla chilena Deceit en el buque de transportes "Gurruchaga", desembarcando sin autorización en caleta Toledo y desobedeciendo el requerimiento de la patrullera chilena "Quidora". Sin embargo, ésta era sólo una de las 261 violaciones argentinas al espacio marítimo chileno que la Armada reportó en un informe enviado al Cardenal Samoré, pocas horas después del incidente. Enterados de esto, el día 22 los argentinos decidieron agregarle una escaramuza más y dos aviones Aeromachi cargados de bombas pasaron a vuelo rasante sobre las torpederas chilenas "Quilodra" y "Lientur", en momentos en que el destructor argentino "Piedrabuena" también se paseaba por la Deceit amenazando con desembarcos y ataques. Al día siguiente, el "Gurruchaga" abandonó la isla tras cuatro días de ocupación ilegal.

Así, el Año Nuevo de 1982 descubrió a ambos países como los enemigos históricos que eran y siguen siendo; "enemigos naturales", para usar palabras del General argentino Mohamed Alí Seineldín.

En enero, el Presidente Galtieri se dirigió a sus hombres en un incendiario discurso, en el que les instaba a preparase para un espectacular despliegue de fuerza argentino "en Beagle o en Malvinas", procurando que el mensaje llegara a oídos de Santiago y de Londres. En Chile se hizo popular entonces, y gracias a la rutina humorística de un conocido comediante, un dicho que reflejaba el contexto histórico de aquellos días, que era pronunciado cuando alguien se veía en la necesidad de repetir algo o insistir en alguna cosa: "Como dijo Galtieri, ¡a la carga otra vez!".

Las agresiones y hostigamientos habían comenzado nuevamente. El 10 de febrero de 1982, aviones militares argentinos se habían arrojado violentamente contra la lancha misilera chilena "Chipana", amenazando con atacarla, en la boca oriental del Estrecho de Magallanes, por haber "violado" soberanía argentina, medida belicosa que trasgredía los preceptos de la Convención de Ginebra y del Derecho Internacional de Mares, dado que, aún si la boca oriental fuese entonces territorio argentino (y no lo era) el Estrecho es considerado un paso entre dos océanos.

Mientras aquello tenía lugar, la prensa argentina continuaba haciendo lo suyo en esta nueva campaña antichilena, como el diario "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca, que había intentado levantar un escándalo diplomático entre Chile y Grecia, cuando el 4 de febrero la nave turística de este último país, la "Navarino", al decir del periódico fue "intimidada" por una torpedera chilena "en aguas jurisdiccionales argentinas", a tres millas del Cabo de Hornos, agresión que la Armada argentina "estaba investigando". Más tarde se supo por la propia Embajada de Grecia en Buenos Aires, a través del Embajador Vitsazis, que la supuesta "agresión chilena" había sido en realidad un saludo de un navío chileno a la "Navarino".

Hacia principios de marzo, había sido designado como representante argentino ante la Mediación de la Santa Sede don Carlos Ortiz de Rozas, quien era también embajador ante Gran Bretaña. Todo parecía indicar ya que la mediación papal había sido aceptada por Argentina como base general y modificable de acuerdo, además de una alternativa para ganar tiempo en su cruzada de "recuperación" territorial. Por esas y otras muchas razones, era evidente que Argentina había restituido una cruzada de reivindicación territorial, especialmente enfocada al sector austral, en el paso interoceánico Magallanes, Península Antártica e Islas Falkland.

Pocos tienen hoy, una idea aproximada a la realidad sobre el nuevo peligro de invasión que volvió a reflotar contra Chile desde la Casa Rosada, a principios de los ochenta, como reedición de la infausta crisis del Beagle de 1978. Efectivamente, con la decisión papal rechazada, Galtieri se reunió varias veces con sus asesores militares para proyectar la "reivindicación" en el Beagle. Como de costumbre, el entreguismo y los historiadores argentinófilos se esfuerzan a fondo por esconder estos hechos.

Lamentablemente, el 13 de mayo siguiente tuvo lugar el atentado con arma de fuego contra Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro, por lo que la "mediación chica" se vio súbitamente interrumpida. A pesar de esto, el Presidente Pinochet envió al General Ernesto Videla a tratar de salvar la mediación, pues los argentinos habían intentado desembarcar recientemente en isla Picton con una lancha torpedera, siendo repelidos con avisos a viva voz y luego tiros al aire por parte del personal chileno del Puesto de Vigías y Señales de la Rada Banner, tomándose algunos detenidos.

Para aliviar las cosas, Samoré se puso en contacto telefónico con el representante chileno el 3 de junio, avisándole que el Papa estaba aún en estado delicado de salud, pero atento a la situación chileno-argentina. Aunque la Santa Sede no decidió intervenir en este último incidente, de todos modos La Moneda resolvió liberar a los argentinos detenidos el 10 de junio, y Galtieri contestó liberando también a los oficiales chilenos que habían sido apresados por los argentinos en otros de sus tantos actos de matonería.


La tensión se traslada a las islas Falkland en 1982
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Hacía tiempo que Argentina estaba dando señales de querer finiquitar sus cuestiones con Chile en el Beagle, simultáneamente a las que alegaba tener con los ingleses en las islas Falkland o Malvinas. Un hecho que llama la atención en el libro de los autores argentinos María Seoane y Vicente Muleiro, "El Dictador. La Historia Secreta y Pública de Jorge Rafael Videla" (Editorial Sudamericana, 2001), es que se entrevé cómo el asunto del Canal Beagle estaba estrechamente emparentado con la intención argentina de arrebatarle a los británicos las islas Falkland.

En una acto de insospechada ingenuidad militar, la Casa Rosada iba a tomar una insólita decisión que voltearía la importancia que le asignaba a ambas "reivindicaciones" y que marcaría para siempre un cuño de fuego en la historia de la República Argentina.

Como se sabe, tanto los sobrevivientes del Grupo de Oficiales Unidos que rodeó a Perón en sus años de gloria, como el círculo de Almirantes de línea más dura del "masserismo", creían que la consolidación del dominio predestinado para su país era posible sólo con el control del paso entre ambos océanos, Pacífico y Atlántico, para lo cual era imprescindible el control de un triángulo implícito en el paso bioceánico austral del sistema Magallanes-Canal Beagle, la Península Antártica y las Islas Falkland.

Aunque María Seoane piensa que "el Beagle hubiese sido sólo un anticipo de la guerra de las Malvinas", tanto Cubillos como Pinochet y todo el staff militar chileno habían visto en su momento el conflicto como muy prolongado y sangriento, pero apostando a la victoria de Chile, ya que se tenía una excelente información de inteligencia sobre el enemigo, y sus armas sofisticadas habrían sido agotadas en las primeras semanas de batallas (lo que quedó demostrado más tarde, en las Flakland).

Galtieri, a estas alturas, ya estaba decidido a hacer una gran demostración de fuerza, desconociendo la Mediación Papal e invadiendo directamente a Chile, lo que se demuestra por la negativa argentina a acatar la mediación, a pesar de los reparos que Costa Méndez tenía a esta actitud intransigente. El Gobierno Militar necesitaba urgentemente de la popularidad que un acto patriotero de esta especie podría garantizarle, recibiendo el apoyo de Massera, que también quería abanderarse en el nacionalismo argentino para llegar a la Presidencia con ayuda financiera de Gelli, según veremos.

Se ha especulado incluso de la fecha en que posiblemente se planeaba la invasión al Beagle: 9 de julio, día de la Independencia de la República Argentina. Sin embargo, el General Galtieri venía articulando desde hacía meses también, alguna fórmula para consolidarse indefinidamente en el poder, intentando reabrir conversaciones con Gran Bretaña por islas Falkland, en reuniones realizadas en New York los días 26 y 28 de febrero, tras las cuales la Cancillería argentina anunció que los encuentros con los representantes ingleses se realizarían de ahí en adelante una vez por mes. Sin embargo, advirtió que, de fracasar, desahuciarían las negociaciones y recurrirían a "otros medios".

En tanto, y sin perder tiempo en la escalada antichilena, siguieron los preparativos finales de la Casa Rosada para la guerra con Chile, no obstante que la situación económica y la crisis social de la Argentina habían llegado a niveles tales que Galtieri temió por su continuidad en el poder. Las protestas de las llamadas "Madres de la Plaza de Mayo" habían hecho eco por casi todo el mundo y, a la difícil situación interna, se sumó en consecuencia las presiones internacionales contra el Gobierno Militar de Buenos Aires.

Los "masseristas" -que han sido tildados frecuentemente de "fascistas" o "ultraderechas"- mantenían a la sazón estrechos y cordiales contactos con izquierdistas de vieja guardia, como el tirano comunista rumano Nicolai Ceacescu, fuerzas izquierdistas bolivianas (vinculadas al negocio de la cocaína), además de otros marxistas como el líder de los "montoneros" argentinos Mario Firmenich. De hecho, Firmenich no trepidó en apoyar innumerables veces a estos uniformados en sus siniestros proyectos, incluyendo los de corte más expansionista. A su vez, la Unión Soviétiva apoyó decididamente a la Argentina una vez producida la invasión artera de islas Falkland, enviado hasta submarinos espías a sus aguas. ¿Qué sucedía en la mente de los militares argentinos y especialmente los "masseristas", principales instigadores del odio antichileno? Hasta hoy, resulta un misterio.

Durante la campaña con aspiraciones presidenciales que comenzó a ofrecer Massera, sus lugartenientes obtuvieron los recursos necesarios de poderosos grupos financieros ligados a Licio Gelli y a otros personajes no menos siniestros, con miras a establecer actividades monopólicas en el control de la producción de Petróleo en el Atlántico Sur a cambio de sustentar económicamente los proyectos de hegemonía continental a que aspiraba el almirante, incluida la "reivindicación territorial de la Argentina" (el Beagle y las Falkland). Como se recordará, un  insistente rumor de la época decía que Argentina también había adquirido masivamente armas a Israel para usarlas contra Chile, estableciendo convenios de explotación energética con ese país en sus territorios del Sur.

Todo estaba listo para que los sectores duros y los "masseristas" iniciaran una nueva escalada de agresiones contra Chile, cuando, en 1982, un completo proyecto del Jefe de la Armada, Jorge Isaac Anaya (preparado desde 1977) subió a la Casa Rosada casi de la mano del General Galtieri: la "recuperación" de islas Falkland. Con el asunto del Beagle en suspenso y la reclamación antártica congelada en el Tratado Antártico, no fue raro que cuando el General Galtieri -para entonces ya convertido en un apóstol del expansionismo que compartía las mismas obsesiones de los almirantes ultraduros- participara de este desborde de fanatismo y emprendiera una ocupación del archipiélago británico.

La campaña se desató un par de meses después. Tras la fachada de "operaciones empresariales" -para lo cual se valió de la ayuda de una oscura empresa chatarrera y metalúrgica-, el Gobierno argentino llevó una solapada delegación militar hasta las islas británicas del Atlántico, donde fue ocupando veladamente puestos estratégicos e izando su bandera por las mismas. El día 12 de abril de 1982, fue atacada una pequeña guarnición británica por un buen número de militares argentinos. La "recuperación territorial" de Argentina había empezado. Esto irritó a los ingleses que, contrariamente a lo que esperaban los altos mandos trasandinos, prepararon una respuesta. Comenzaba entonces la Guerra de islas Falkland.

No hay que ser un genio, entonces, para advertir que detrás de la invasión de las islas venía la indetenible ocupación del Beagle. Basta ver las reacciones en Argentina luego de la invasión al archipiélago: una multitud eufórica se reunió en Buenos Aires saltando y gritando "¡Teno, Teno, Teno! ¡Primero los ingleses y luego los chilenos!". Mientras la miraba impávido, Galtieri no tuvo empachos en ladrar desde el balcón de la Casa Rosada que la invasión de las Malvinas "era el PRIMER PASO de las Fuerzas Armadas argentinas para restaurar la dignidad del país".

Coincidentemente, el 23 de abril el Santo Padre se reunió por primera vez desde planteada su primera propuesta del 12 de diciembre de 1980, con las delegaciones de ambos países, encabezadas por el General Ernesto Videla por Chile y Ricardo Etcheverry Boneo por Argentina. En la ocasión, el pontífice les dijo a los presentes:

"Os propongo que ahora reanudéis vuestras conversaciones conjuntas y entréis a la fase conclusiva de los trabajos, con el objeto de lograr, a través de un diálogo exhaustivo y sereno, la fructificación idónea de mi propuesta, mediante la estipulación de un tratado, naturalmente aceptable para ambas partes, que desarrolle el texto concreto y complejo de la misma".

Chile aceptó inmediatamente, otra vez. Y, también repitiendo la experiencia, la Argentina se dedicó sólo a dilatar la cuestión, embarcada en sus aspiraciones expansionistas contra las Falkland y sus afanes de lograr un resultado favorable también para sus aspiraciones sobre las islas del Beagle. Como era de esperar, fue imposible tomar las negociaciones recomendadas durante ese año o el siguiente, a pesar de que todos los analistas sugerían haberlas concretado lo antes posible.

Posteriormente, imitando la arrogante declaración de 1978 del General Suárez Mason de que "Desayunaría en Mendoza, almozaría en Los Andes y terminaría el día en Punta Arenas" (dio, además, otras versiones parecidas), Galtieri dijo también en tono desafiante que "Desayunaría en las Malvinas, almorzaría en Santiago y dormiría en Punta Arenas". Por entonces, el propio Suárez Mason había declarado refiriéndose a la cuestión del Beagle: "Quieren convencernos de que tenemos que conformarnos con lo que nos dan, pero no somos limosneros". En otra ocasión, llegó a afirmarse que la invasión a las islas británicas era sólo el "inicio" de la reivindicación de la soberanía argentina en todo el Cono Sur. Lo señalaron a la prensa bonaerense varias autoridades militares de la época. Por si todo lo anterior fuera poco, los invasores argentinos que entraron a las Falkland tenían un grito de guerra bastante sugestivo: "¡Viva la Patria, maté un chileno!", como lo reconocieron algunos de ellos en una entrevista otorgada al equipo del programa "Informe Especial", de TVN, a principio de los noventa.

El General argentino Martín Antonio Balza, en "Dejo Constancia: memorias de un general argentino" (Buenos Aires, Editorial Planeta, octubre 2001), revela interesantes detalles de la relación entre los conflictos del Beagle y de las Falkland. Por entonces, Balza era Teniente Coronel del Grupo de Artillería Nº 3 en las islas, puesto desde el cual pudo comprender el delirio argentino que había tras este tipo de hechos y la verdadera inconciencia de sus consecuencias. Admitiendo que los mandos argentinos nunca se esperaron una reacción británica (principio con el cual iban a enfocar tranquilamente su segunda etapa en el Beagle), relata lo sucedido cuando solicitó a un General el envío de cañones más poderosos al archipiélago para repeler las fuerzas inglesas:

"Como vio que me quedaba esperando una respuesta, o al menos una opinión suya, el señor general expresó: "¡Hablemos en serio! ¿Usted cree que habrá enfrentamiento con los ingleses?. Le contesté lacónico: "¡Si!"."

Y también confiesa:

"(La Junta) intentó, o por lo menos no descartó, mantener simultáneamente una lucha en dos frentes bien diferenciados: uno continental con Chile y otro insular con los ingleses. La pregunta que surge es por demás infantil: ¿Con qué medios se pretendía sostener tal desmesura?".

Negar este tipo de hechos, hoy día, es una vulgar tergiversación de la historia, como lo es negar el infinito favor que hizo Inglaterra al venir a defender su propio territorio, o cuestionar el apoyo dado a por Chile a las fuerzas británicas para detener un enemigo común que se había salido de sí en su delirio expansionista.

La campaña final por el control austral había salido desbocada. Como en todas las aventuras delirantes, el precio pagado por la Argentina a causa de no haber atendido a tiempo su propia fiebre, sería alto.


Se prepara una nueva entrega de soberanía chilena
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En plena Guerra de islas Falkland, Su Santidad se hizo el tiempo de visitar la Argentina, entre los días 11 y 12 de junio. En un acto de inmenso chovinismo, se quiso dar a esta visita un carácter político y casi un vaticinio de la "victoria" argentina en el archipiélago, que ya era predicho pomposamente por la prensa argentina.

Pero en los hechos, la realidad era muy distinta. El 14 de julio, sin poder contener por más tiempo el fracaso militar, las fuerzas argentinas se rendían a sólo dos meses de la declaración de guerra y en plena primera etapa inglesa de aproximación a las islas. Los medios de prensa se apresuraron a disfrazar la derrota con titulares como "Alto al fuego" o "Paró el derramamiento de sangre". Con esta noticia, la moral argentina quedó estropeada, y el expansionismo se estrelló violentamente sobre su propio delirio. El episodio marcaría, además, el "principio del fin" para los reiterados Gobiernos Militares o "gorilas" que solían turnase en la Casa Rosada, mas no del expansionismo, ya enquistado en una buena parte de la vida política civil. La lección había sido evidente.

Un golpe particularmente fuerte había recibido la Casa Rosada al verse imposibilitada de solicitar la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y al advertir la escasa convocatoria internacional que tuvo su llamado al mundo para reclutar aliados. En una acertadísima decisión -quizás una de las pocas en su historia diplomática-, Chile no sólo se marginó de cualquier clase de apoyo al enemigo argentino evitando los cantos de sirenas del latinoamericanismo y de los villancicos bolivarianos (que hoy le acusan sueltamente de "traición al país hermano"), y hasta habría apoyado estratégicamente a Gran Bretaña, según se ha dicho.

Cargando la pesada maleta de la derrota, la precaria popularidad de Galtieri cayó como un elefante herido de muerte y acabó depuesto el 17 de julio siguiente, cuando aún no paraban los primeros llantos por la derrota. Fue sustituido inmediatamente por el General Reynaldo Bignone, quien inicio un gobierno de transición. Decidido a alejarse de la actitud prepotente y violenta de los "duros" y requiriendo salvar la mediación luego de la difícil situación internacional en la que se encontraba Argentina tras el desastre de las Falkland, Bignone aceptó que Argentina firmara conjuntamente con Chile, el 15 de septiembre, un acuerdo propuesto por el Vaticano para prorrogar el Tratado de Solución Judicial de Controversias de 1972.

Para complicar las cosas, producto de una larga afección cardiaca, fallecería el Cardenal Samoré el 3 de febrero de 1983, en la incertidumbre del rumbo que seguiría la cuestión chileno-argentina. Se dice que Samoré era, íntimamente, uno de los más convencidos en el Vaticano de la justicia de la causa chilena en el Beagle. Irónicamente, el artífice de la paz no alcanzaría a ver su obra concluida, siendo relevado en el cargo por Monseñor Faustino Sainz.

Ortiz de Rozas renunció a la embajada argentina ante la Santa Sede al día siguiente, tal vez previendo los profundos cambios se que producirían. Pero el sucesor de Samoré y Secretario de Estado de la Santa Sede, Cardenal Agostino Casaroli, decidió imprimirle energías a la cuestión del Beagle que chocarían con el deseo platense de postergar la solución de la controversia. Ortiz de Rozas, en tanto, sería sustituido por Ricardo Etcheverry Boneo, casi simultáneamente al anuncio del 20 de marzo de la Casa Rosada, de que se llamaría a elecciones presidenciales. De este modo, la solución al asunto del Beagle quedaría en responsabilidad del próximo gobierno civil y democrático argentino.

Pocos días después, el 2 de abril, Galtieri fue detenido y comienza un proceso en su contra. El duro general, ahora paseando esposado por tribunales, pasaba a ser apodado "el loco de la guerra". Coincidió este período con el de la recesión mundial y el fuerte cuestionamiento a los gobiernos militares del continente, especialmente por acusaciones a las violaciones de los derechos humanos. Una situación especialmente difícil viviría el Gobierno Militar del Chile, al aproximarse el décimo aniversario del alzamiento del 11 de septiembre en medio de protestas y movilizaciones, además de las fuertes presiones internacionales.

En Argentina, en tanto, las autoridades no perdían la euforia triunfalista sobre el Beagle ni siquiera con la amarga experiencia de la derrota en 74 días de confrontación con Gran Bretaña. Tras volver de Caracas celebrando el bicentenario del natalicio de Simón Bolívar, el Canciller platense Juan Aguirre Lanari declaró con propiedad asombrando a Chile y al Vaticano:

"El tratado no es necesario... porque no existe ningún motivo valedero que haga suponer que pueda alterarse la paz entre Chile y Argentina".

Esta declaración, que echaba por tierra las razones mismas que originaron la mediación papal, pusieron en alerta al Gobierno de Chile, pues contradecían directamente las expresiones vertidas menos de diez días antes por el jefe de la delegación argentina, Etcheverry Boneo, quien a mediados de julio había jurado la apertura de todas las posibilidades a la solución del diferendo antes del retorno de los poderes civiles al mando del Plata. Por este motivo, el Canciller chileno Miguel Schweitzer respondería a Buenos Aires:

"Si Chile aceptó la firma de un tratado de paz con Argentina, es precisamente porque pensamos que quien no tiene un propósito belicista no debe tener ningún inconveniente en firmar un acuerdo de esta naturaleza".

Poco después, el 30 de octubre, ganaba las elecciones argentinas el radical Raúl Alfonsín, quien apenas llegó a la Casa Rosada, en enero del año siguiente, decidió dar prioridad a resolver la cuestión del Beagle sin más postergaciones. El acercamiento con el Gobierno Militar chileno comenzó con tenues gestos, después del relevo del Cardenal Silva Enríquez por Monseñor Juan Francisco Fresno en el Arzobispado de Santiago. Años más tarde, Ortiz de Rozas diría de este período, entrevistado por el diario "La Segunda" de Chile:

"Nunca dudé que tarde o temprano íbamos a llegar a un acuerdo con Chile. Era un mandato y una obligación histórica. Cierto es, sin embargo, que el cambio de gobierno en la Argentina sirvió para apresurar los tiempos y le otorgó al Tratado de Paz y Amistad la verdadera validez de haber sido suscrito por un gobierno constitucional y previa una autorización popular del 80% manifestada en un referéndum".

Por una inexplicable decisión del Gobierno de Chile, el asunto de Laguna del Desierto no fue llevado al tapete de las discusiones con el Gobierno civil argentino, por lo que la invasión ilegal de este territorio pasaba así, llanamente y de largo, en una nueva oportunidad de ponerle un final, como había ocurrido con la propia controversia del Beagle en el caso de Palena, en 1966.

Se ha dicho que los militares defienden los intereses territoriales de un país mejor en la guerra que en la paz, pues su formación profesional busca precisamente eso. Algo como esto quedó confirmado con la situación de las conversaciones que estaban a punto de ser iniciadas. La histórica falta de astucia diplomática chilena también quedó en evidencia en el hecho de que, estas negociaciones resultaron secretas sólo unilateralmente, tratadas con absoluta reserva en Chile, mientras que en Argentina, la favorable propuesta ofrecida (más generosa aún que la estipulada en el fallo arbitral del Vaticano) era publicada y hasta sometida a plebiscito popular, obviamente ganando la aprobación.


Tratado de Paz y Amistad de 1984. Sus perjuicios contra Chile
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En diciembre de 1983, fue llamado al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile el ex Director de Televisión Nacional, don Jaime del Valle, por decisión directamente concebida por el General Pinochet. Se le encomendó abordar de inmediato las nuevas negociaciones y avanzar a un acuerdo final en base a la Mediación Papal.

Cumpliendo al pie de la letra las instrucciones de La Moneda, Del Valle viajó a Roma el 23 de enero para firmar un acuerdo simbólico de paz que la Casa Rosada había aceptado en su afán por dar muestras de respeto a la intervención vaticana.

Pasarían varios meses hasta que, el 18 de octubre del año siguiente, el Cardenal Casaroli, entrega a las dos delegaciones el texto del acuerdo final basado en la Mediación Papal de 1980 y en las negociaciones posteriores. La base era lo que se ha llamado paradójicamente el Tratado de "Paz y Amistad" de 1984, en circunstancias que origen era justamente una guerra y una enemistad largamente contenida entre ambos países.

Jaime del Valle y el General Ernesto Videla tuvieron gran responsabilidad en la tarea de convencer a la Junta Militar de Chile en las bondades de estos acuerdos, a nuestro juicio realmente nefastos. Sin embargo, el entreguismo chileno se las arregló para hacer parecer la solución del litigio como un gran empate entre ambas naciones, pretendiendo que los intereses de Chile habían quedado satisfechos, cosa que no fue real, pues el arbitraje incluyó innecesariamente la cuestión de la boca oriental del Estrecho de Magallanes, que no venía al caso y que sólo abrió la posibilidad a Buenos Aires de apropiarse fuera de los conceptos del derecho soberano de esta comunicación chilena con aguas atlánticas, pero dentro de un marco de legalidad.

Aliados desde el oficialismo y la oposición, el entreguismo chileno no tardó en comprar los petardos de celebración. En la edición de la revista "Ercilla" del 24 de octubre de 1984, por ejemplo, el jurista Julio Phillippi, justificó la inclusión de la boca oriental del Estrecho en el litigio declarando:

"...fue justamente para aprovechar de solucionar todos los puntos, o al menos los más importantes, de conflicto limítrofe que Chile tenía con Argentina (Otro capítulo aparte es el asunto de la Antártica). Cuando nos dimos cuenta de que realmente no sería difícil resolver eso y que las dos partes estábamos de acuerdo en qué podía ceder cada uno, lo agregamos al Tratado y lo solucionamos".

Sin embargo, las expresiones del destacado jurista están totalmente equivocadas, pues el la "solución" no se tocó el tema de Laguna del Desierto, a la sazón ocupada por gendarmería argentina desde la invasión de 1965, y Argentina no "cedió" nada en el Tratado, salvo recoger la mayor parte de sus pretensiones expansionistas que quedaron demostradas como ilegítimas en el Laudo de 1977 y la propia mediación. Veremos más abajo que, de hecho, ganó una gran cantidad de territorio chileno, especialmente en la soberanía marítima.

Insólitamente, el entonces dirigente de la Alianza Democrática que reunía a los partidos de oposición, habiendo sido Canciller de Frei Montalva precisamente cuando tuvo lugar la invasión argentina en Laguna del Desierto, acto que su ministerio repudió y condenó, también coincidió con el mismo medio, al ser entrevistado:

"No creo que ningún chileno honesto pueda poner en duda la validez de un acuerdo firmado por este gobierno en el caso de la mediación. Yo apoyaría después una ratificación en un gobierno democrático, pero con reparos al proceso previo a la mediación".

Irónicamente, este mismo personaje apoyaría desde su puesto de Senador, años más tarde, la entrega de Laguna del Desierto y Campo de Hielo Sur durante los gobiernos de Aylwin Azócar y Frei Ruiz-Tagle, en los que se usaron procedimientos aún más discutibles para "solución" de los litigios, además de un total desapego a la constitucionalidad.

Los acontecimientos generaron un amplio descontento entre los pocos patriotas chilenos que llegaron a enterarse de la propuesta en negociación. La gravedad de tales proyectos, mal conducidos y ante la inconsciencia del Gobierno Militar de Chile de que se estaban otorgando insospechadas ventajas a Argentina, generó una respuesta de parte de conocidos nacionalistas, militares en retiro y patriotas de todo origen político, para organizarse en torno a la reestructuración y revitalización de las actividades de nuestra Corporación, entonces llamada Comité "Patria y Soberanía" (ver nuestra Declaración de Defensa de nuestra Soberanía Territorial y Marítima).

En nuestro interés de terminar con el mito burdamente difundido por elementos de la derecha política chilena, con respecto a que durante el Gobierno Militar "jamás" se entregó territorio, debemos establecer con dolorosa sinceridad nuestra discrepancia, dado que el proyecto de tratado que surgiría de las negociaciones de 1984 resultó por completo perjudicial a Chile, porque:

  1. Legitimaba la línea media del canal como frontera en contra del Tratado de 1881 que sólo le permitía a la Argentina tener soberanía "hasta tocar con el Beagle", entregándose ahora toda su mitad longitudinal superior a la Argentina casi desde Bahía Lapataia hasta la Cabo San Pío, dejando a la Argentina en control de aguas del Pacífico que no le pertenecen de acuerdo al Protocolo de 1893.
  2. Arrebata a Chile el total de 40 km.2 de islas e islotes situados sobre la parte superior de la mitad longitudinal del Canal de Beagle, incluyendo la totalidad de la isla Gable.
  3. Hacía renunciar a Chile a su soberanía marítima en la boca oriental del Estrecho, dándose por criterio definitivo que el Protocolo de 1893, cuando impedía a Chile acceder al Atlántico y a Argentina al Pacífico, se refería también a la situación de las costas y aguas oceánicas. Sin embargo, esto no impidió que el mismo protocolo fuese violado por el solo hecho de que todas las aguas del Beagle son pacíficas y, sin embargo, Argentina las compartía.
  4. Se delimitaba un fantástico meridiano que se torcía en ángulos rectos contorneando por el Este al Cabo de Hornos y las Wollaston, y luego descendía por el meridiano 67º 17' Oeste como "límite interoceánico" entre el Atlántico y el Pacífico, que no está en relación con el verdadero límite geográfico de ambos océanos, correspondiente al Mar de Scotia y el Arco de las Antillas del Sur. Con este artilugio, se permitió a la Argentina otro control de aguas del Pacífico en contra del Protocolo de 1893.
  5. Desprendía de la soberanía chilena 32.500 km.2 de mar territorial, al imponer la zona económica exclusiva de la Argentina sobre aguas que correspondían legítimamente a Chile, al Sur y al Oeste del Cabo de Hornos.
  6. Se permitía la libre navegación de buques argentinos por los canales fueguinos chilenos.
  7. Privaba a Chile de su acceso natural y definitivo al Territorio Antártico Chileno, que ahora quedaba generosa y "equitativamente" compartido con la Argentina.

Debemos recalcar que, mientras los argentinos hasta sometieron a plebiscito la solución propuesta en 1984 para el litigio del Beagle, en Chile prácticamente no se habló públicamente del asunto y el Gobierno actuó a espaldas del conocimiento público.

Hasta nuestros días, nadie tiene una explicación convincente para lo ocurrido aquel año. Mientras en Buenos Aires un gobierno civil hacía lo posible por afirmarse en el poder, con los militares prácticamente reducidos a la mera actividad sediciosa y conspirativa (Ricco, Menéndez, Seineldín, etc.), con sus defensas en situación deplorable y desestructuradas, con la moral destruida tras la derrota en las Falkland, con la economía por el suelo y con una creciente agitación social que amenazaba incluso la estabilidad de la recién recuperada democracia, el Gobierno Militar de Chile actuó con exagerada generosidad frente a un enemigo vulnerable en todos sus aspectos, aceptando incluso propuestas argentinas aún más dañinas al interés chileno que las del Laudo de 1977 y de la Mediación Papal de 1980. Inclusive, Argentina se permitió gestos de renuencia y apatía que, para nuestro gusto, fueron indignantemente aceptados por las autoridades de la Cancillería chilena, en circunstancias de que la ventaja estratégica podía ser favorable a Chile.

Luego del proceso de negociaciones, Chile y Argentina llegan a la firma de un Tratado de Paz y Amistad, cuyos preceptos eran, fundamentalmente, los mismos de la mediación papal, pero peligrosamente sazonados con una sorprendente carga de generosidad que hemos descrito. Fue formalizado el 29 de noviembre de 1984 en el Vaticano, con los dos cancilleres como representantes de ambas naciones.

Nuestra Corporación de Defensa de la Soberanía se opuso ferozmente a este tratado, al igual que otros patriotas y algunos miembros de las Fuerzas Armadas que, por restricciones institucionales, no pudieron manifestar su descontento. Conocidos patriotas como Juan Diego Dávila, del comité "Fronteras y Soberanía", y el abogado del Instituto Histórico Arturo Prat don Julio Tapia Fallk, saltaron como leones heridos ante lo que estaba sucediendo. Nada pudo detener su ratificación, sin embargo.

¿Qué razones llevaron al Gobierno de Chile a proponer como solución definitiva una posición que nos era poco beneficiosa, pues, estando Argentina en una derrota militar y moral tremenda, no había razones para alterar lo que por años había discutido el vecino y menos salirse de la mediación papal, dándole el gusto en una importante fracción de sus pretensiones, como quedó claro con el sufragio popular argentino? Sorprende también que un gobierno de naturaleza militar, afanosamente descrito hoy como "la Dictadura" y que se mantuvo en forma tan decidida y firme frente a las pretensiones expansionistas argentinas, capaz de haber enfrentado una de las situaciones beligerantes más peligrosas de la historia de Chile, haya puesto este curioso final al problema, consolidando así otra de las más grandes entregas de territorio que ha debido soportar Chile.

El Almirante Merino representó hasta el último instante la posición en contra del acuerdo dentro de la Junta Militar de Chile. En una reunión en el Ministerio de Defensa con la dirigencia de nuestra Corporación, aseguró que no aprobaría el acuerdo, a sabiendas que éste requería del voto unánime de la Junta Militar. Sin embargo, ese fatídico día 11 de abril de 1985, el Gobierno Militar de Chile lo aprobó con su voto. Se cuenta que incluso debieron convencerlo de que saliera de su oficina, en la que se había encerrado negándose a poner su firma en el acuerdo.

A penas fue comunicada la decisión chilena, el Almirante Merino partió a escribir una carta dirigida al Papa Juan Pablo II, en la que le dice:

"Sólo firmé el tratado porque soy católico y respeto a Su Santidad; si no, no lo hubiera hecho..."

Esto nos llevó a emitir una elocuente declaración pública en la que, entre otros directores, nuestro Presidente, Jorge Figueroa Cruz, impugnó con una contundente argumentación las disposiciones del Tratado de Paz y Amistad, demostrando la entrega encubierta de soberanía que su aprobación implicaba y causando gran polémica en aquel entonces. Tan graves resultaron estas denuncias que incluso hubo amenazas de querellas y hasta un juicio en tribunales contra nuestra agrupación, por parte de una importante figura de la época, ligadas al Gobierno. Sin embargo, conocidos patriotas como el empresario Rodolfo Kantor Edelstein, el Coronel Manuel Hormazábal González, el historiador Oscar Espinosa Moraga, el General Roberto Viaux Marambio, el ex Senador Hugo Zepeda Barrios, el investigador René Peri Fageström, y tantos otros que por espacio sólo recordaremos en general, alzaron su voz denunciando que el nuevo Tratado involucraba, efectivamente, una innecesaria entrega territorial.

Sólo las melodías de fraternidad vecinal, mezcladas con la prácticamente absoluta ignorancia en que se mantenía a la opinión pública chilena sobre el contenido de estos acuerdos, permitió que el Tratado de Paz y Amistad fuese firmado tranquilamente sin peores brotes de protestas, por los Cancilleres Jaime del Valle y Dante Caputo. Aún así, los nacionalistas argentinos enquistados en el Congreso intentaron crear un último escollo que lograra detener el acuerdo, cuando presionaron contra el intercambio de ratificaciones pretendiendo postergar la reunión que debía realizarse en el Vaticano, sin reparar siquiera en la falta de respeto que esto iba significar a los ojos del mundo, al dejar plantado al propio Papa. Sólo la rudeza de Del Valle y su amistad con Caputo le permitieron telefonear directamente al Presidente Alfonsín desde suelo argentino, para convencerlo de no postergar el viaje a Roma.

El Tratado, finalmente, fue canjeado entre Del Valle y Caputo en la Santa Sede el 2 de mayo de 1985, ante Su Santidad Juan Pablo II, el Cardenal Casaroli y los Monseñores Montalvo y Sáinz.

Finalmente, podemos sacar en conclusión de todo lo que fuera el conflicto del Beagle, la noción de la profunda formación expansionista de las autoridades militares argentinas, de su decisión a imponer sin reparos ni ajustes jurídicos o morales sus pretensiones, y de cómo este virus llega a emborrachar a otras autoridades de orden civil.  Hasta el día de hoy, siguen oyéndose voces en Argentina que condenan la "entrega del Beagle" a Chile.