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EL EXPANSIONISMO ARGENTINO DECIDIÓ QUE NECESITABA DE UN "JUDAS" PARA SACRALIZAR SU IMAGEN SUPREMACISTA Y LA CONNOTACIÓN RELIGIOSA DE SUS ASPIRACIONES HEGEMÓNICAS E HISTÓRICAS SOBRE EL CONO SUR. DURANTE LA GUERRA DE ISLAS FALKLAND, EN 1982, ENCONTRÓ UNA RAZÓN PARA COLOCAR A CHILE EN ESA INDIGNA CATEGORÍA, A CAUSA DEL PRESUNTO APOYO PRESTADO POR SANTIAGO A INGLATERRA. PARA CONFORMAR ESTE JUICIO, SE HA APELADO A SENSIBLERÍAS AMERICANISTAS, LLEVANDO EL LLANTO ANTE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL Y OMITIENDO LA EXPLICACIÓN POR LA QUE LA AYUDA CHILENA A INGLATERRA EN LA GUERRA DE ISLAS FALKLAND SEA TAL VEZ SEA UNO DE LOS ESCASOS GRANDES ACIERTOS DIPLOMÁTICOS DE TODA LA HISTORIA DE LAS RELACIONES EXTERIORES DE CHILE *******************************************
A lo largo de los siglos las islas del archipiélago de las Falkland recibieron una gran cantidad de nombres y denominaciones, siendo la más popular -en el habla hispana actual- la de Malvinas. Históricamente, sin embargo, ha tenido mayor relevancia e importancia el verdadero nombre de las islas, que es Falkland, por mucho que esto irrite a los publicistas platenses. Por supuesto que esto no importa a argentinos ni a "americanistas" que pretenden crear, actualmente, un ambiente solidario a la pretensión sobre el archipiélago británico, al sugerirse en América Latina y España el uso de la denominación Malvinas (en realidad, preferida por ser más cómoda fonéticamente) en forma "nominativa" en favor del país platense, y por sobre la que utilizan hasta nuestros días sus dueños de casa. Sin embargo, demostraremos la profunda miopía de este pensamiento y su falta de sustento en la historia misma del archipiélago. En Argentina se ha sugerido que Américo Vespucio podría haber avistado por primera vez las Falkland, en 1502, pero la alta improbabilidad de que su viaje haya ido más al Sur del paralelo 44, hace imposible esta teoría. Por el año de 1520, en cambio, pasaría por el territorio del Cono Sur la famosa expedición del marino portugués Hernando de Magallanes. Después de una escala en el Estrecho de Todos los Santos, Magallanes encomendó a Esteban Gomes a viajar de vuelta a Europa en el buque "San Antón" para informar sobre sus descubrimientos, especialmente del Estrecho que hoy lleva su apellido. En su viaje, Gomes creyó haber visto lo que parecía un grupo de islas en el Atlántico, bautizándolas con el nombre de su barco. Se dice que estas islas misteriosas habrían sido las que estudiamos. En 1527, el archipiélago fue registrado cartográficamente por Diego Ribeira da Cuhna y Olvera según los datos proporcionados por Gomes. A una parte del archipiélago le colocó el nombre de "S. Anton", y a la otra "Patos", aunque persisten las dudas si corresponden en realidad a las Falkland por el hecho de aparecer con una diferencia de siete grados de latitud respecto a su posición real. Sin embargo, con el tiempo el nombre de las islas se corrompió en "Sanson" y "Sansón", por el parecido de la "t" con la "s" en el estilo tipográfico utilizado por los cartógrafos de la época. Además se creyó, aparentemente, que el nombre era alusivo al personaje Sansón y aludía al descomunal tamaño y fuerza de los nativos patagones descritos por marinos como Pigafetta. Aunque en estricto rigor no fue quizás su "primer" descubridor, el estudio y la primera exploración importante de las islas la realizó el marino británico John Davies, hacia principios de 1592. Su descripción es la más precisa de la época y por eso es identificado definitivamente con el verdadero descubrimiento del archipiélago, además de asignarle nombres a algunas zonas de su geografía. En 1600, el holandés Sebald de Weert las rebautizaba "Sebaldinas" o "Sebaldas" en honor a su nombre, en un informe sobre las mismas, pero conciente de que Davies y otros ya las han visto antes. Precisa y curiosamente, con este último nombre aparecen registradas como territorio del "Reino de Chile", por el Presidente Gobernador y Capitán General de Chile, don Manuel de Amat y Junient, en un informe titulado "Historia Geográfica e Hidrográfica, con el Derrotero General del Reino de Chile" y enviado al soberano Carlos III en 1760. A Sir John Strong, durante su viaje de colonización a las islas de 1670, le correspondió bautizar el estrecho que separa ambas masas de tierra como paso Falkland, en honor a su patrono. Rápidamente, el nombre de Falkland se popularizó para denominar al archipiélago en general. No obstante lo anterior, en 1747, el cartógrafo Emmanuel Bowen denominaba al grupo insular como "New Isles" y al pequeño coro de islas al Noroeste de la Falkland del Este, las llama "Sebald de Weert". Hacia el año de 1745 comenzó la cuestión de las islas entre España e Inglaterra, amenazando con extenderse sobre la Patagonia. Mientras los hispanos sostenían que el territorio les pertenecía por múltiples acuerdos y cédulas, los ingleses consideraban que éstas correspondían a territorio extracontinental; es decir, que no pertenecían al territorio hispánico de América del Sur. Los movimientos británicos alertaron a los franceses, que también tenían intereses estratégicos para que las islas no quedaran controladas por Inglaterra. A partir de 1763, el Capitán Louis Antoine B. de Bouganville desembarcó fundando puerto Saint Louis y trayendo colonos desde Saint Malo, razón por la que comenzaron a llamarse islas "Malouines" o "Maluines", nombre que posteriormente derivaría a "Malvinas". El francés D'Anville las registraría con mayor precisión que Bowen, con el nombre "Islas Malouines descubiertas en 1700, Falkland según los ingleses". Una de ellas aparece como "Isla Sebald de Weert". Sin embargo, como hemos dicho, el marino pasó por ahí cien años antes de la referencia dada por D'Anville. En 1765, Sir John Byron intentó llamar al archipiélago "Jason", pero continuó siendo denominado Falkland y en la práctica este rebautizo se remitió sólo al uso sobre un puñado de islas e islotes menores del conjunto. Por entonces, las islas eran llamadas erróneamente también "Pepys" por los ingleses, pues se las creía un archipiélago distinto al de las Falkland, cosa que el propio Byron se encargó de corregir. Simultáneamente, realizó la llamada Declaración del Comodoro Byron, equivalente a la toma de posesión oficial de las islas por parte de la administración británica. En su famoso "Mapa de la América Meridional" de 1775, don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, cartógrafo oficial de la Corona Española, las señala como "islas Maluinas o Falkland" adjudicándolas -como Amat- al Reino de Chile, al igual que todo Magallanes y la Patagonia oriental. Arrowsmith se hará menos problemas y, en 1814, las coloca en un mapa simplemente como "islas Falkland". Sin embargo, al grupo menor que Bowen y D'Anville habían llamado "Sebald de Weert", Arrowsmith las denomina "Islas Jason". Lo mismo hará Garnier en 1862, registrando al conjunto total del archipiélago como las "Islas Malouines o Falkland". Cabe destacar que el mapa de Cano y Olmedilla le fue entregado al primer gobernador del Virreinato de Buenos Aires, Pedro de Ceballos, en 1776, para tomar conocimiento de la situación de deslindes entre las gobernaciones, de modo que el título más genuino que podría alegarse sobre las islas en base a legislación de la época, no le asistiría hoy a la Argentina, sino a Chile, por su posesión total de la Patagonia e islas adyacentes según el mapa señalado y el derecho colonial. Queda claro que el nombre Falkland ha sido, en el tiempo, el más trascendente y representativo de las islas. Pero, por ser ésta una denominación de origen inglés, tanto la Argentina como sus amigos "americanistas" han difundido la idea errada y tendenciosa de que su denominación real en el habla hispana es Malvinas, omitiendo por supuesto, que el término tampoco es de origen castellano sino francés, como hemos visto, y que esa fue sólo una de las innumerables y últimas denominaciones que recibió el archipiélago.
El 23 de enero de 1765, el Comodoro John Byron declaró y dejó establecida formalmente la soberanía inglesa del territorio, fundando Puerto Edmont y rebautizando la Bahía Française como Berkeley Sound. Como hemos dicho, rebautizó las islas con el nombre "Jason". En tanto, continuaban en ella los franceses. La reacción española a esta ocupación se manifestó por la Real Cédula del 4 de octubre de 1766, de San Ildefonso, que ordenaba a Felipe Ruiz Puente viajar a las islas para asumir en ellas la función de emergencia como gobernador, en nombre de La Plata. Ruiz Puente recibió las islas de manos del Capitán Bougainville, luego que España convenciera a Francia de la devolución del puerto Saint Louis, el 1º de abril de 1767, previo pago de 618.108 libras. Estos acontecimientos han sido la base de las pretensiones argentinas en islas Falkland y, de paso, también han sido presentados como "pruebas" de que la Argentina poseía el territorio patagónico oriental ya en aquellos tiempos coloniales, pues España consideraba las islas parte de las Tierras Magallánicas. Sin embargo, al leer la Real Cédula de San Ildefonso se advierte un hecho muy distinto (los destacados son nuestros):
Como vemos, el Rey establece que DESDE AHORA, es decir, desde ese momento de 1766, las islas quedarían sometidas a Buenos Aires. La primera conclusión obvia, entonces, es que hasta ese momento, ni la Patagonia, ni Magallanes (a la sazón, territorios enteramente contenidos dentro del Reino de Chile), ni las islas habían pertenecido a Buenos Aires. Pero tampoco lo fueron después, ya que se trató sólo de una medida de urgencia con característica más bien militares, como muchas encargadas a Buenos Aires por su proximidad a los territorios atlánticos. Así, el 29 de septiembre de 1767, el Rey remite a la Gobernación de Chile las mismas noticias sobre las Falkland que se hicieran llegar a Ruiz Puente y la Gobernación de Buenos Aires, resultando inmensamente sospechoso que el Gobernador de Chile, Guill y Gonzaga haya recibido estas órdenes de actuar, si no fuese porque todo el territorio patagónico estaba militarmente compartido por las gobernaciones españolas, independientemente de cuál era la que tenía el distrito jurisdiccional sobre ella. Veamos lo que escribe, en 1768, al Consejo de Indias el Virrey del Perú, Manuel de Amat, sobre estos hechos (los destacados son nuestros):
Se recordará, además, que sólo siete años antes, Amat había elevado al Rey y al Consejo de Indias un informe geográfico que incluía un mapa de América, en el que el Reino de Chile abarcaba todo el extremo austral. La Real Cédula de San Ildefonso ha seguido siendo, hasta hoy, el único argumento realmente importante que Argentina ha exhumado desde los tiempos coloniales para justificar sus pretensiones sobre las islas Falkland. Sin embargo, en contra de este fundamento obra el pesado problema de que la toma de posesión efectiva o in situ de las islas por parte de los ingleses (1833, ver más abajo), fue posterior a la cesión española a la Corona Británica por las negociaciones directas de la Declaración de Masserano de 1771 y a la ocupación española de 1786, según pasaremos a ver. No es nuestra intención hacer una exposición de los argumentos de una u otra parte sobre las islas, pero sin duda hay un suceso que echa por tierra el grueso del alegato argentino sobre derechos coloniales en las islas y que es muy poco conocido entre la lírica americanista solidaria con dicha posición. Como hemos visto, Buenos Aires tenía la responsabilidad militar sobre las islas; por esta razón, por Real Orden del 25 de febrero de 1768, Carlos III ordenó al Gobernador Francisco de Paula Bucareli que desalojara a los ingleses de puerto Egmont, como represalia por un incidente en Puerto Luis. Aunque pudo ser peor, se estuvo cerca de pasar a una situación extremadamente delicada, el 10 de junio de 1770, cuando se cumplió la orden desatando la furia inglesa. Pero, buscando darle un final definitivo a la cuestión de las islas y con el interés español de no romper con la Corona Británica, el 22 de enero de 1771 se firmó en Londres la llamada Declaración de Masserano, por la cual España reconocía y legitimaba la presencia inglesa en el archipiélago "ante la falta de apoyo francés" para mantenerlos a raya. Francia intervino como mediadora en las extenuantes y acaloradas negociaciones que salvaron la paz, al menos momentáneamente. Decía dicho acuerdo crucial en la historia de las islas (traducido del inglés):
Este documento es clarísimo y categórico. No sólo no se omite mencionar en todo el texto alguna referencia a la soberanía, sino que, además, se legitima la presencia inglesa. Aunque estos antecedentes también son escondidos o tergiversados por la historiografía oficial argentina, debe consignarse que, de hecho, España permitió que Inglaterra se estableciera en las islas, situación que cambió drásticamente con las crisis diplomáticas hispano-británicas y la ruptura de 1796, período en el que se funda el Virreinato de la Plata (1776). En este escenario de quiebre y posterior guerra, todos los virreyes platenses (Juan José Vertiz, Joaquín del Pino, Rafael de Sobremonte y Santiago Liniers y Beaumond) pretendieron desconocer la Declaración de Masserano que refrendaba la Declaración del Comodoro Byron, pero eso no significa que el tratado no haya estado vigente, pues nunca fue abolido. La toma de las islas por parte de España, por lo tanto, debe interpretarse perfectamente en el marco de la guerra con Inglaterra y de su alianza con Francia, lo que demuestra que, técnicamente, jamás fueron argentinas, ya que al momento de la creación del virreinato llevaban cinco años en posesión inglesa reconocida y oficializada por España, estatus que sólo se vio suspendido por una situación de guerra.
Después de consolidar su Independencia, Buenos Aires intentó tomar para sí las islas en noviembre 1820, encomendándole la misión al Coronel James Hewitt, quien recaló en puerto Soledad, ex Saint Louis. Sin embargo, esta toma de posesión fue meramente simbólica, pues pasaron seis años antes de que el Gobierno manifestara interés en dichas islas, cuando llegó a ellas desde Hamburgo, el comerciante y viajero francés Louis Vernet, quien introdujo allí la cría de ganado y un rentable negocio de pescado salado. En 1829, Vernet fue designado Gobernador de las islas por Buenos Aires. Gran Bretaña protestó airadamente por la acción, recordando la vigencia de la Declaración del Comodoro Byron de 1765 y las negociaciones directas de 1771 que la refrendaron. Inclusive, por los mismos días de este impasse la propia Argentina había ofrecido las islas a los británicos como pago de las innumerables deudas que agobiaban por entonces al país platense. Un hecho inesperado vino a confirmar el control inglés del territorio. En 1831, Vernet apresó a la goleta norteamericana "Harriet" en Puerto Soledad, al ser sorprendida cazando lobos marinos, actividad prohibida en las islas. Luego, decomisó todas las pieles que había en la nave. Esto desató la ira del Cónsul de los Estados Unidos, George Slacum, quien protestó ante el Gobierno de Buenos Aires alegando que su país jamás había reconocido la autoridad de Vernet en el archipiélago. Amedrentada por el peligroso rumbo que tomaban los hechos, la Argentina le canceló el exequatur al francés en febrero de 1832. Esto no bastó, sin embargo, para evitar que el Capitán de Navío Silas Duncan, encargado de recuperar la carga decomisada valiéndose del buque de guerra norteamericano "Lexington", vengara la acción de Vernet cometiendo actos de franca piratería en las islas, destruyendo casas y fuertes, y luego saqueando bodegas, para marcharse declarando el territorio "libre de todo gobierno". En medio del revuelo causado por la violencia de Duncan, Buenos Aires nombró Gobernador Militar de las islas a Juan Mestivier, a fines de año. Lamentablemente para él, un motín de su guarnición le costaría terminar asesinado por sus propios guardias, a los pocos días. Reaccionando a estos graves sucesos y aprovechando la oportunidad para consumar las pretensiones sobre las islas, Gran Bretaña envió al lugar al bergantín "Clio", comandando por James Onslow. Al arribar, el 3 de enero de 1833, ya se encontraba allá el navío argentino "Sarandi", al mando del Comandante José Pinedo, que había puesto orden a la situación. Onslow se puso inmediatamente en contacto con Pinedo para advertirle que las islas seguían siendo jurisdicción territorial militar de Gran Bretaña, por lo que le conminó a retirarse. Temeroso, Pinedo se marchó dejando sólo una nota de protesta. Al llegar a Buenos Aires, fue procesado por no resistir a los ingleses. Con este acto, los británicos reafirmaron su posesión del archipiélago y los argentinos terminaron su breve período de administración sobre el mismo, que sólo fue efectiva entre 1829 y 1832. Puerto Soledad recuperó el nombre original de Saint Louis y las islas volvieron a ser llamadas definitivamente como Falkland. La autoridad local fue depositada en William Dickson y Mathew Brisbane, ambos británicos y de vieja residencia en el archipiélago. Como una primera medida, los británicos sometieron a todos los convictos alzados, que fueron reducidos en seis meses, expulsando de ellas a un peligroso delincuente llamado Antonio Rivero, quien llegó hasta Montevideo y desde allí a la capital argentina siendo recibido como un héroe, agraciado con el título de "Guerrillero de las Malvinas". Hasta el día de hoy se le considera allá como toda una figura en la lucha contra la "usurpación inglesa". Pasaría más de un cien años para que la cuestión de islas Falkland o Malvinas, que incluso había sobrevivido limpiamente a la controversia chileno-argentina por la posesión de la Patagonia y de Magallanes (1848 a 1881), fuera revitalizada al comenzar la caída de los últimos imperios y el retroceso de las posesiones coloniales que estos mantenían desde hacía siglos. Terminada la Segunda Guerra Mundial, la recién fundada Organización de las Naciones Unidas proclama su Declaración Relativa de los Estados No Autónomos, donde solicitaba a los Estados Miembros indicar cuáles eran sus respectivas colonias y cuáles de ellas estaban dispuestos a descolonizar. Gran Bretaña rindió en su cuenta 43 posesiones coloniales, entre las que aparecían islas Falkland. Según autores argentinos como el Comodoro F. P. Matassi, esta declaración era un compromiso de Londres para desprenderse de su posesión en el Atlántico Sur. Sin embargo, el mismo informe presentado por los británicos ante la ONU explicaba por qué consideraban suyas las islas y cuál era la base de sus pretensiones, a tal punto que, a pesar de que el nombre de mayor trascendencia y propiedad para el archipiélago ha sido siempre el de islas Falkland como hemos visto más arriba, la Argentina debió responder a dicho informe inglés el 3 de noviembre de 1947, con una declaración en la que reafirmaba sus pretensiones antárticas y sobre las islas, asiéndose de la falsa discusión nominal que las rodea: "La Delegación Argentina deja también constancia que el nombre correcto de las islas mencionadas con el nombre Falkland en los informes del Reino Unido, es Malvinas, lo cual se encuentra ampliamente justificado por numerosos antecedentes históricos bastamente conocidos, y que no es posible tergiversar ni destruir." A pesar de las insistencias de Buenos Aires en lograr un reconocimiento de la ONU a sus aspiraciones reivindicativas sobre las islas, la Asamblea General acogió sus peticiones recién en 1965, a través de la Resolución 2065 que invitaba a ambos gobiernos a negociar la situación del archipiélago. Los autores argentinos que pretenden acusar a Gran Bretaña de la temeraria aventura militar de 1982, aseguran que la representación británica decidió postergar tanto como fuera posible el cumplimiento de la Resolución 2065 conduciendo a los infaustos sucesos de guerra. Sin embargo, veremos más abajo que esta teoría carece de todo sustento en los hechos.
Se ha dicho que Chile tuvo una actitud desleal con la Argentina en 1982, traicionando la amistad americana que unía a ambos países y prefiriendo a Gran Bretaña en una suerte de "enemigo común" de la comunidad continental. Las muletillas como la "traición chilena" son frecuentes en el lenguaje del nacionalismo argentino. Pero, como la traición y la deslealtad sólo son posibles entre amigos, veamos si realmente lo eran ambos países en aquel entonces. Hacia fines de 1968, Londres y Buenos Aires entraban en la etapa final de negociaciones para una posible entrega de las islas británicas a la soberanía argentina. Todo parecía indicar que Gran Bretaña se allanaría a ejecutar esta acción, dado el clima de distensión que reinaba en aquel instante entre ambas naciones, tanto así que en el mes de diciembre, cuando acompañaba a la Reina Isabel en una visita que llegó hasta Chile, el Secretario de Asuntos Latinoamericanos Lord Chalfont, visitó las islas intentando convencer a los "kelpers" de las bondades de esta iniciativa, pero sólo encontró rechazo y desconfianza, poniendo en peligro la negociación que, pese a todo, se siguió adelante. En tanto, el diferendo del Canal de Beagle seguía sin solución, por lo que Chile decidió recurrir a la corte británica, comprometiendo a la Argentina al respeto absoluto de su sentencia por un protocolo de 1971, firmado durante el Gobierno de Salvador Allende. Queda en evidencia, entonces, que Buenos Aires tenía compromisos de honradez y honor tanto con la parte arbitral como la adversaria en el asunto del litigio austral con Chile. Sin embargo, esto no sería suficiente para que el Plata cumpliera con la palabra jurada. En 1977 fue comunicado por el Foreign Office el Laudo Arbitral de Su Majestad Británica para el litigio del Canal Beagle, que la Argentina había logrado despertar luego de años de insistencias y provocaciones. El resultado del tribunal arbitral británico fue categórico: las tres islas en disputa, Picton, Nueva y Lennox, eran definitivamente chilenas. La pretensión argentina no era legítima. Aunque en algunos aspectos el fallo era muy desfavorable a la posición chilena, el Gobierno Militar de La Moneda lo aceptó de inmediato. Sin embargo, la Argentina se acogió al plazo de estudio y, al culminar éste, sorprendió a la comunidad internacional declarándolo "insanablemente nulo", un imposible jurídico. Había comenzado así la crisis del Canal Beagle. Al ganar la Argentina la Copa Mundial de Fútbol de 1978, la inyección de nacionalismo llegó a niveles explosivos aquel año, en que el General Jorge Rafael Videla y la Junta Militar comenzó a preparar la guerra con Chile por la posesión del Beagle con una enorme circulación de propaganda y material publicitario. Se publicaron, por ejemplo, carteles en las calles con la consigna: "¡A ganar el mundial del Beagle!" El incorregible General argentino Guillermo Suárez Mason, por su parte, llegó a declarar a la prensa de su país a propósito de la posibilidad de una guerra con Chile: "Desayunaré en Mendoza, almorzaré en Los Andes y terminaré el día en Punta Arenas". Mientras, el General del Ejército Argentino Luciano Benjamín Menéndez, en una ceremonia militar de septiembre de 1978, haría públicamente este sorprendente brindis:
Uno de los grandes instigadores de la guerra contra Chile, detrás de Videla, era el Almirante Emilio Eduardo Massera, quien llegó a actuar contra los demás miembros de la Junta Militar en su afán de poder y sus monstruosas ambiciones políticas. Junto a Massera, varios otros "halcones" azuzaron los ánimos contra Chile, como Leopoldo Galtieri, Suárez Mason y Osiris Villegas, éste último involucrado en la invasión de gendarmería argentina a Laguna del Desierto y el alevoso asesinato del Teniente chileno Hernán Merino Correa, en noviembre de 1965. Desde el mundo civil, hacían lo propio escritores como Alfredo Rizzo Romano. Había un trasfondo de repugnante oportunismo político, sin embargo, en torno a este nuevo acto de prepotencia expansionista: A las ventajas que la Argentina reconocía en el gravísimo desabastecimiento de armas y en el bloqueo internacional que pesaban contra Chile en aquellos momentos, se sumaban otros factores internos a la sociedad y la política platense, históricamente afectada por el caudillismo militar y la inestabilidad. Durante un encuentro de 1978 con el ministro de relaciones exteriores chileno Hernán Cubillos, por ejemplo, el señor Suárez Mason, pasado de copas, le ladró en su cara al sorprendido Canciller en medio del banquete "amistoso":
La alusión era a la contraparte de una "guerra sucia", cargo que se había imputado desde 1976 al Gobierno Militar argentino por sus excesos contra los terroristas llamados "montoneros", de la oposición izquierdista. En efecto, la Junta platense requería urgentemente de una reacción patriotera para conglomerar las fuerzas políticas de la Argentina y salvar de la impopularidad al Gobierno. La crisis del Beagle se les había aparecido como maná del cielo para esta causa, aprovechando la falta de abastecimiento militar que sufría la capacidad defensiva de Chile como consecuencia del bloqueo internacional de venta de armas y la "enmienda Kennedy", en aquellos días. La "guerra limpia" estuvo a sólo minutos de concretarse en la víspera de la Navidad de 1978, pero un día de malas condiciones climáticas atrasaron la salida de las naves de guerra argentinas permitiendo que el Vaticano lograra introducir en el momento exacto una propuesta de Mediación Papal que, milagrosamente, fue aceptada por ambos países. En Buenos Aires pesó el aparecer rechazando una propuesta de paz de la Santa Sede ante los ojos de la comunidad internacional.
La persistencia de actos invasores y abusos por parte de la Argentina continuó todo el año de 1979 y el siguiente. El 24 de septiembre de 1980, por ejemplo, los argentinos detuvieron violentamente a un teniente y un alférez chilenos que habían viajado a Río Gallegos aprovechando el feriado de Fiestas Patrias. El juez argentino Pinto Kramer los sometió a proceso por "tentativa de delito de espionaje" en un juicio tan escandaloso y ajeno a las nociones básicas del derecho, que hizo gran polémica en aquellos días incluso entre los propios argentinos. Pinto Kramer era conocido por su chilenofobia. La razón de estas bravuconerías era que el día 14 de noviembre, el Papa Juan Pablo II recibiría a la delegación chilena en su biblioteca privada, como un anuncio de que su propuesta de mediación estaba muy cerca de ser entregada. En efecto, el 12 de diciembre siguiente, en una ceremonia oficial, la Santa Sede presentó su "Propuesta, Sugerencias y Consejos" como solución al diferendo del Beagle. Chile lo acató y respondió positivamente de inmediato... Argentina, en cambio -y tal como lo había hecho con el Laudo de 1977- se negó a responder y anunció plazo de estudio. De hecho, jamás respondió a Su Santidad. Como muestra del ambiente desatado por la prepotencia de la Casa Rosada, el dramático Mensaje Naval escrito a pulso por el Almirante José Toribio Merino para el Comandante en Jefe de la Escuadra chilena Raúl López, decía con fecha 19 de diciembre de 1980, a las 10:20 horas:
Prácticamente todas las ciudades argentinas se siguieron llenando de lienzos y carteles con la sugestiva frase de "Marchemos hacia las fronteras". Por segunda vez, una opinión objetiva internacional había reconocido la soberanía incuestionable de Chile sobre las islas en disputa y el Gobierno de la Argentina pretendía nublar esta noticia con masivos despliegues de movilización y propaganda. La prepotencia continuó el 21 de enero de 1981, cuando Gendarmería Argentina detuvo a cuatro funcionarios del Instituto Geográfico Militar de Chile que estaban haciendo un levantamiento topográfico en el territorio de Laguna del Desierto, invadido por Argentina en 1965. Los trabajos habían sido acordados por la Comisión Mixta de Límites poco antes. Todo esto sucedía mientras el Gobierno argentino no daba ni luces de querer responder a Su Santidad, transcurridos ya dos meses desde la publicación de su mediación. El 10 de febrero de 1981, aviones militares argentinos se arrojaron violentamente contra la lancha misilera chilena "Chipana", amenazando con atacarla en la boca oriental del Estrecho de Magallanes, por haber "violado" soberanía argentina, medida belicosa que trasgredía los preceptos de la Convención de Ginebra y del Derecho Internacional de Mares, dado que el Estrecho es considerado un paso entre dos océanos. Casi en los mismos momentos, la prensa argentina -fiel aliada del expansionismo de la Casa Rosada- desataba una nueva campaña antichilena cuando el diario "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca intentó levantar un escándalo diplomático entre Chile y Grecia, luego de que el 4 de febrero anterior la nave turística griega "Navarino" fuera "intimidada" por una torpedera chilena, según el periódico, y "en aguas jurisdiccionales argentinas", a tres millas del Cabo de Hornos, agresión que la Armada argentina "estaba investigando". Más tarde se supo por la propia Embajada de Grecia en Buenos Aires, a través del Embajador Vitsazis, que la agresión chilena había sido en realidad un saludo de un navío chileno a la nave griega. El 29 de marzo de 1981 asumió la presidencia el General Roberto Eduardo Viola, luego de que el General Videla le cediera el poder. A pesar de que no todos lo identificaban con los "halcones", estos mantuvieron suficiente acceso al Gobierno como para convertir aquel año en otro de los más agresivos y peligrosos de todas la historia de las relaciones exteriores con Chile. Sin perder tiempo, en la madrugada del 29 de abril, el General Galtieri cerró súbitamente la frontera sin consultarlo a su Gobierno y partió a revisar personalmente a las fuerzas destacadas en la zona austral, esperando la orden de ataque contra Chile. Se informó desde la propia Argentina de una formidable movilización militar hacia los sectores fronterizos, como el arribo a Las Cuevas del III Cuerpo de Ejército y al norte de Salta por parte de las Tropas de San Antonio de los Cobres; también se reincorporó a oficiales retirados y en ciertas ciudades se restringió la venta de combustible sólo a necesidades militares. Similares eventos se vieron en Jujuy, La Rioja, Catamarca, San Juan y Córdoba, hasta donde se habían desplazado altos jefes militares, como el General de Brigada Jorge Fernández Torres y el General Cristino Nicolaides. Estas medidas sólo pueden entenderse dentro de los anticipos propios a un estado bélico, que se mantuvieron durante todo el año, lo que explica también que el 25 de marzo anterior hubiesen sido descubiertos dos oficiales argentinos con sus respectivas esposas realizando actos de espionaje en la ciudad de Los Andes, uno de los puntos que los estrategas militares argentinos siempre han considerado útil para una entrada por la cordillera en caso de guerra con Chile. Hoy sabemos que Argentina planificaba una embestida sobre esta ciudad una vez iniciada su invasión paralela en el Sur. La evidente hostilidad argentina llegó a niveles insólitos de exhibicionismo militar, incluyendo ejercicios de tiro y desplazamientos en Comodoro Rivadavia y Neuquén. El ambiente se mantuvo incluso el 4 de mayo, segundo aniversario del inicio formal de la Mediación Papal, por lo que la Santa Sede decidió intervenir nuevamente separando las serpientes con su caduceo de la paz, y el Cardenal Antonio Samoré, activo funcionario de la Mediación de 1980, inició lo que él mismo llamaría la "mediación chica", pidiendo gestos de mesura al Gobierno de la Argentina. Lamentablemente, el 13 de mayo siguiente tuvo lugar el atentado con arma de fuego contra Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro, por lo que la "mediación chica" se vio súbitamente interrumpida. Curiosamente, y reproduciendo una equivocada primera noticia de los medios italianos producto de que en el alboroto fue detenido accidentalmente un conocido chef chileno de visita en el Vaticano, algunos medios argentinos dieron rienda suelta, por largas horas, a la "primicia" de que el criminal había sido un chileno, sugiriendo quizás una connotación política relacionada con los acontecimientos de de aquel entonces. A pesar de todo, sin embargo, el Presidente Pinochet envió al General Ernesto Videla para tratar de salvar la Mediación, pues los argentinos habían intentado desembarcar recientemente en isla Picton con una lancha torpedera, siendo repelidos con avisos a viva voz y luego con tiros al aire por parte del personal chileno del Puesto de Vigías y Señales de la Rada Banner, tomándose algunos detenidos. Para aliviar las cosas, Samoré se puso en contacto telefónico con el representante chileno el 3 de junio, avisándole que el Papa estaba aún en estado delicado de salud, pero atento a la situación chileno-argentina. Aunque la Santa Sede no decidió intervenir en este último incidente, de todos modos La Moneda resolvió liberar a los argentinos detenidos el 10 de junio, y Galtieri contestó liberando también a los oficiales chilenos que habían sido apresados por los argentinos en otro de sus tantos actos de matonería. El 19 de diciembre, ya con Galtieri en el poder, se produjo otro grave hecho cuando marinos argentinos invadieron la isla chilena Deceit con el buque de transportes "Gurruchaga", desembarcando sin autorización en caleta Toledo y desobedeciendo el requerimiento de la patrullera chilena "Quidora". Sin embargo, ésta era sólo una de las 261 violaciones argentinas al espacio marítimo chileno que la Armada reportó en un informe enviado al Cardenal Samoré, a las pocas horas del incidente de isla Deceit. Enterados de esto, el día 22 los argentinos decidieron agregarle una escaramuza más y dos aviones Aeromachi, cargados de bombas, pasaron a vuelo rasante sobre las torpederas chilenas "Quilodra" y "Lientur", en momentos en que el destructor argentino "Piedrabuena" también se paseaba por la Deceit amenazando con desembarcos y ataques. Al día siguiente, el "Gurruchaga" abandonó la isla tras cuatro días de ocupación ilegal. Buenos Aires había iniciado nuevamente un plan de invasión militar al territorio chileno del Beagle; había dejado al Papa esperando la respuesta; y se aproximaba el inminente desahucio platense al Tratado de 1972, por el cual Buenos Aires se había comprometido a resolver pacíficamente la cuestión del Beagle. Para empeorar las cosas, un tiempo después fallecería el Cardenal Samoré en la incertidumbre del rumbo que seguiría la cuestión chileno-argentina. El Año Nuevo de 1982 recibió, de este modo, a ambos países como los enemigos históricos que eran y siguen siendo... "Enemigos naturales", si así se quiere decir, usando palabras del General argentino Seineldín. Enemigos y, además, a punto de darse guerra.
El 11 de diciembre de 1981, la Junta Militar de la Argentina había sacado a Viola y colocado en su lugar al rabioso General Galtieri, en precisos momentos en que éste intentaba convencer pacíficamente a Gran Bretaña de abrir conversaciones sobre la pretensión argentina en islas Falkland. En tanto, la guerra de Argentina por el Beagle, prácticamente, sólo esperaba una excusa para explotar. Galtieri estaba decidido a hacer una gran demostración de fuerza, desconociendo la Mediación Papal e invadiendo directamente a Chile, lo que explicaba la negativa argentina de responder a Su Santidad Juan Pablo II, a pesar de los reparos que el Canciller Nicanor Costa Méndez tenía a esta actitud intransigente. Esto ha sido confirmado por algunos de sus propios camaradas de armas, en años posteriores. El nuevo Gobierno Militar necesitaba urgentemente de la popularidad que un acto patriotero de esta especie podía garantizarle, recibiendo el apoyo de Massera, que también quería abanderarse en el nacionalismo argentino para llegar a la Presidencia. Se ha especulado incluso de la fecha en que posiblemente se planeaba la invasión al Beagle: 9 de julio, día de la Independencia de la República Argentina. Sin embargo, Galtieri venía craneando desde hacía meses también, una fórmula para consolidarse indefinidamente en el poder, intentando reabrir las conversaciones con Gran Bretaña por islas Falkland en reuniones realizadas en New York los días 26 y 28 de febrero, tras las cuales la Cancillería argentina anunció que los encuentros con los representantes británicos se realizarían de ahí en adelante una vez por mes. Pero advirtió que, de fracasar, desahuciarían las negociaciones y recurrirían a "otros medios". Sin perder tiempo en la escalada que se venía encima, siguieron los preparativos finales de la Casa Rosada para la guerra con Chile, no obstante que la situación económica y la crisis social de la Argentina habían llegado a niveles tales que Galtieri temió por su continuidad en el poder. Las protestas de las llamadas "Madres de la Plaza de Mayo" habían hecho eco por casi todo el mundo y, a la situación interna, se sumaron en consecuencia las presiones internacionales contra el Gobierno Militar de Buenos Aires. A comienzos de marzo, fue designado como representante argentino ante la Mediación de la Santa Sede don Carlos Ortiz de Rozas, quien era también embajador ante Gran Bretaña. Sin embargo, cuando se estaba a la espera de la nueva hora fatal con Chile, el Jefe de la Armada de la Argentina, Almirante Jorge Isaac Anaya, desempolvó ante Galtieri un estupendo "salvavidas" para el Gobierno Militar: un completo plan de "recuperación" de las islas Falkland que había preparado en 1977, pero que entonces había sido eclipsado por el interés del General Videla por aprovechar la oportunidad menos riesgosa que otorgaba el Beagle. Ahora, existiendo el temor de que una guerra con Chile fuese vista internacionalmente como un insulto a los esfuerzos de la Santa Sede y con de graves consecuencias diplomáticas, Galtieri quedó seducido de inmediato con la propuesta y convencido de que los británicos jamás se tomarían la molestia de marchar desde Europa para rescatar las islas, por lo que preferirían negociar diplomáticamente una salida, condición que resultaría favorable a la Argentina. Esta era la prueba de fuerza que necesitaba para desplazar definitivamente la figura del General Viola y de sus demás enemigos internos en el camino a sus aspiraciones de poder absoluto. Además, y aunque parezca insólito, Anaya contaba con ayuda técnica que le habrían de proporcionar terroristas "montoneros" reclutados por la Armada de la Argentina, para hundir naves británicas en Gilbraltar, en caso de que éstas amenazaran con zarpar hacia Sudamérica. Rápidamente, Galtieri ordenó la creación de una Comisión de Trabajo Conjunta para preparar la invasión casi al comenzar su mandato. El siniestro grupo se propuso realizarla para el 15 de mayo de 1982. Sin embargo, las fuertes agitaciones sociales del mes de marzo y el virtual colapso de la economía argentina a mediados de ese mismo mes, obligaron a adelantar súbitamente la fecha. Ingenuamente, la Comisión calculaba que Estados Unidos no se involucraría en el conflicto y que Argentina podría invocar al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en la OEA. Para concretar la invasión, los argentinos se valieron de los servicios de un oscuro empresario llamado Constantino Davidoff, quien tenía desde 1979 un contrato en Londres con la empresa Christian Salvensen de Edimburgo, para explotar la chatarra de las industrias balleneras que alguna vez funcionaron en islas Georgia. En uno de sus viajes para desmantelar las instalaciones y recuperar el material, Davidoff partió en el buque de la armada argentina "Bahía Buen Suceso" y, hacia el 19 de marzo, sus trabajadores izaron la bandera de su país en la isla Leith. La noticia llegó rápidamente al Gobernador británico de las Falkland, Rex Hunt, y para el día 22 el Foreign Office comunicó al navío "Endurance" que debía obligar a los argentinos a bajar su bandera. Los británicos también denunciaron el desembarco de personal militar argentino en el lugar junto a los obreros. De inmediato, la Casa Rosada ordenó el zarpe del "Bahía Paraíso", al mando del Teniente Alfredo Astiz, con el objeto de persuadir a los británicos de abandonar la isla, el 23 de marzo. La Junta militar seguía ilusionada con lograr una ocupación pacífica del territorio. Pero el intento de negociación resultó un fracaso. Descubierto y acorralados, Buenos Aires ordenó la invasión del archipiélago el 2 de abril de 1982. Un enorme contingente de cuatro grupos pertenecientes a la Fuerza de Tareas Anfibia Nº 40 desembarcó en las islas bajo el mando del Contraalmirante D. Walter O. Allara. Se dice que en la escaramuza cayeron algunos soldados de ambos lados, aunque los argentinos alegan no haber provocado bajas inglesas. Vale recordar que en la zona de Port Stanley los ingleses sólo tenían un contingente de 68 Infantes de Marina del Destacamento de la Marina Real Nº 8901. Hacia las nueve de la noche, la Casa Rosada declaraba haber recuperado la soberanía de islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Uno de los primeros actos argentinos de "soberanía", curiosamente, fue rebautizar Port Stanley como Puerto Rivero, en honor al rufián expulsado de las islas por los ingleses en el siglo XIX, al que hemos hecho referencia más arriba. Sin embargo, entraron en razón y cambiaron a los pocos días el nombre por Puerto Argentino, al parecer por recomendación del General Mario Benjamín Menéndez, efímero nuevo "Gobernador de Islas Malvinas". Había comenzado la guerra y, como era de esperar, la sociedad argentina cayó en una euforia frenética de patriotismo generalizado, entregándose muestras de apoyo para el Gobierno desde los más variados estamentos políticos y culturales, incluso izquierdistas que hasta hacía poco amenazaban con pedir una intervención internacional contra los militares. El Gobierno Militar argentino se había salvado.
Actualmente, la Argentina continúa difundiendo la cínica teoría de la "traición chilena" en la Guerra de Islas Falkland, describiendo una imagen que, cargada de pacaterías falsamente americanistas, pone a ambos países como naciones hermanas con compromisos fraternales mutuos que fueron traicionados aquel año de 1982 por Chile, al dar aparente apoyo a Gran Bretaña. Ya hemos visto que este clima de hermandad chileno-argentina era absolutamente falso y que, de hecho, la Argentina estaba planeando desde hacía tiempo una intentona sobre territorio chileno del Beagle, aprovechando el desabastecimiento militar generado por los bloqueos internacionales. Sin embargo, puede demostrarse fácilmente que la reacción chilena a los hechos de 1982 se ajusta perfectamente a las necesidades autodefensivas que estaba generando el panorama posterior a la invasión argentina de las islas, especialmente por el exagerado optimismo que motivó la aparente demora en la reacción británica y la ilusión absurda de que Buenos Aires podría forzar negociaciones diplomáticas favorables a su posición, sin entrar en guerra con Gran Bretaña. Es preciso recordar que la Argentina ha sostenido por casi dos siglos un permanente estado de guerra de baja intensidad contra Chile y que tal situación es hipócritamente escondida por los cultores del americanismo y los simpatizantes del argentinismo. Buenos Aires ya había estado al borde de atacar militarmente a Chile en varias oportunidades, partiendo por su apoyo a la Alianza del Pacífico en 1873 y 1879. Posteriormente, llegó a formular una oferta de colaboración bélica a EE.UU contra Chile durante la controversia generada en 1892 por el incidente del buque "Baltimore", cuando el gigante del Norte estuvo apunto de atacar al país chileno por una sangrienta escaramuza entre marinos de Valparaíso. Para qué hablar más del plan expansionista Perón-Farrell, de 1944 y de la intentona de 1978 sobre el Beagle, ambos abortados casi encima de producirse. Este panorama de enemistad histórica hace preguntarnos: ¿Cuál habría sido, entonces, la "traición" de Chile a la Argentina o la deslealtad a un continente que prefirió mayoritariamente la neutralidad? ¿Es posible la "traición" ENTRE ENEMIGOS HISTÓRICOS?. Si este historial no bastara para considerar justificable el apoyo secreto chileno a los ingleses (recordar la máxima: "los enemigos de mis enemigos son mis amigos"), veamos entonces si la situación contextual y las circunstancias requerían alguna clase de "lealtad" para con la Argentina. Con el control del Atlántico Sur asegurado por la posesión de las islas en 1982 (al menos en la imaginación argentina) y tras invadirlas a mansalva, todo indica que la siguiente arremetida venía contra Chile, y esto ha sido reconocido por los propios argentinos que tuvieron alguna relación con la guerra, aunque negado a gritos por su historiografía oficial. La situación estratégica de islas Falkland está inscrita en la aspiración hegemónica de la comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico, lo que explica las pretensiones argentinas en un área triangular de tres vértices representados por el archipiélago inglés, la zona magallánica y la Península Antártica, estas últimas dos superpuestas a la soberanía chilena en dichos territorios. Desde este punto de vista, el Canal Beagle, la Tierra del Fuego y todo el extremo austral podían ser claramente el siguiente paso en la agenda bélica argentina (en parte lo consiguieron con el Tratado de 1985, que dio carácter anómalo de "bioceánico" al canal Beagle a pesar nacer y morir sólo en aguas del Pacífico). La invasión de islas Falkland, además, estaba dentro del llamado "Plan Rosario" argentino (así llamado por la Virgen del Rosario), que tenía por segunda fase atacar y ocupar las islas chilenas del Beagle. Así lo reconoció el ex Canciller argentino Oscar Camilión en sus "Memorias Políticas", donde escribe: "Los planes militares eran en la hipótesis de resolver el caso Malvinas, invadir las islas en disputa en el Beagle". El grito de guerra de los militares argentinos que fueron preparados en los cuarteles era entonces "¡Viva la Patria, maté un chileno!", siendo muy probable que haya sido aquél el slogan de batalla en las islas, como lo mostró el material documental del programa "Informe Especial" en donde se entrevistó a veteranos de la intentona argentina en el archipiélago. El nombre de Chile fue algo que resonó en el ambiente durante todo el conflicto, especialmente entre los miembros de la Armada de la Argentina, quienes habían formado un fuerte lobby de presión para acelerar la entrada al Beagle y desconocer los acuerdos y mediaciones que estaban pendientes. Concientes de ello, autoridades de Perú y Bolivia no dejaron pasar la oportunidad de captar simpatías platenses para restaurar los aliancismos regionales contra Chile, y llegaron a ofrecer ayuda militar para la Argentina en su asunto con los ingleses, aunque debemos reconocer que con la reticencia de algunos conocidos políticos de vieja guardia en esos países. El mismo día 3 de abril, mientras se dirigía desde el balcón a la enorme multitud apostada frente a la Casa Rosada (misma turba que sólo el día anterior había protagonizado movilizaciones callejeras contra el Gobierno), Galtieri no tuvo empachos ni sutilezas para declarar "Recién hemos comenzado con nuestra actitud de recuperar las Malvinas y toda la zona del Sur de influencia, y ya flamea la bandera argentina en nuestras islas". Extasiados con los primeros éxitos sobre la pequeña defensa inglesa, en Buenos Aires se popularizó al instante un grito entre las eufóricas multitudes argentinas desde aquella misma tarde en que Galtieri anunciaba la "reivindicación" a las turbas que lo observaban entre un bosque de banderas albicelestes, y que decía: "¡Teno, Teno, Teno, primero los ingleses y luego los chilenos!". Hay registros de video y audio de estas manifestaciones en la nación argentina. Además, las públicas declaraciones de Galtieri y otras autoridades durante este período recalcaban que "éste es el inicio de nuestras reivindicaciones", de "la recuperación de todo el Atlántico Sur" y que "después de las Malvinas, vendrán otras", desatando el espontáneo festejo colectivo de los oyentes En tanto, el Canciller Costa Méndez declaró, también en tono desafiante que la palabra "rendición" no estaba en el diccionario argentino... Al menos no hasta ese año, en que grupos nacionalistas también catalogaban como un "acto de rendición" a Chile toda idea de renunciar a las pretensiones argentinas sobre las islas chilenas del Beagle, ya sea acatando la Mediación Papal o por cualquier otra vía. Como se sabe, por esos mismos días el Canciller argentino fue sorprendido manipulando agentes en Chile y en Argentina con la intención de apropiarse de información clasificada sobre defensas chilenas Todo el mundo sabía hacia dónde iba la cosa; lo poco discretos de los propios argentinos dio un sinnúmero de pruebas de ello. ¿Cuál podía ser la "siguiente", sino el Beagle? Mensajes anónimos llegados al Consulado de Chile en Mendoza, poco después de la invasión de las islas británicas, lo confirman: "Ustedes serán los próximos", amenaza que estuvo a un pelo de concretarse por esas mismas horas, cuando un avión A-4 argentino ingresó a la zona austral violando espacio aéreo chileno e intentando perseguir a una aeronave FACh 99-A chilena. Al salir tras el intruso dos F-5, el avión argentino escapó de vuelta a su territorio. Nuevamente, se había estado al borde de un incidente de impredecibles consecuencias. Sin embargo, las bravuconadas terminaron abruptamente el 14 de junio de 1982, cuando el General británico Jeremy Moore firma con el depuesto Gobernador Menéndez, la humillante rendición argentina, sólo dos meses después de la ocupación, que los medios de comunicación bonaerenses llamaron eufemísticamente "el alto al fuego", luego de semanas dando informaciones falsas y triunfalistas sobre el desarrollo del conflicto. Galtieri caería al mes siguiente, siendo obligado a renunciar y pasando a la historia como el "Loco de la Guerra". Las autoridades argentinas han sido bastante talentosas en el manejo y la revisión de los hechos consumados, orientando en forma insólita, a interpretaciones narrativas torcidas, su propia historia. De éstas, la más generalizada es "la traición de Chile" durante la guerra de las islas Falkland, en 1982. La ayuda prestada por Chile a los británicos sería una abierta traición a la hermandad con Argentina, motivada además por el fantasma del expansionismo y del oportunismo chilenos, pues con la derrota argentina ante Gran Bretaña, supuestamente, Chile iba a recibir en paga algunos territorios que no han sido determinados, o bien un compromiso de apoyo militar para cualquier conflicto futuro. Como era previsible, las actitudes de exigencia que suele tener la Argentina cada vez que las relaciones exteriroes de Chile se cruzan con las de Gran Bretaña, suelen ser francamente arrogantes y hasta inusitadas. En 1994, por ejemplo, estando de visita Margaret Thatcher en Chile -ocasión del famoso desmayo por agotamiento de la "Dama de Hierro" en medio de un discurso, imagen que recorrió el mundo entero-, los medios de comunicación argentinos levantaron una gran polémica acusando a La Moneda de haber recibido como amigos "a los enemigos de la Argentina", como si Chile hubiese tenido alguna clase de obligación política con su vecino que, en esos mismos momentos, le arrebataba Laguna del Desierto y Campo de Hielo Sur. Grupos nacionalistas argentinos incluso declararon que debían exigirse un pedido disculpas a Santiago. Es la misma tesis de la "traición"con la que trabaja implícitamente el entreguismo y el argentinismo que, en 1999, apoyó desde el Gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle y su Canciller José Miguel Insulza, las pretensiones expansionistas argentinas sobre el archipiélago de islas Falkland, pretendiendo reabrir el tema. Antes de desarrollar este punto, quisiéramos recordar las palabras del Embajador chileno, Hernán Videla Lira, en sorprendente carta publicada por la Revista argentina "Panorama" del 3 de septiembre de 1968. En ellas, el diplomático reconoce la actitud servil que Chile había mantenido hacia las pretensiones argentinas en aquellos años del Gobierno de Eduardo Frei Montalva (a pesar de que hacía solo tres años antes Argentina había invadido Laguna del Desierto y asesinado al Teniente Hernán Merino Correa en el acto), actitud que se mantuvo por largo tiempo hasta la decisión del Gobierno Militar de apoyar a los británicos: "Chile ha apoyado EN REPETIDAS OPORTUNIDADES en las Naciones Unidas la petición argentina de devolución por parte de Gran Bretaña de dichas islas". Durante el cautiverio del retirado General Augusto Pinochet en Londres, iniciado en 1998, una de sus grandes defensores fue la famosa "Dama de Hierro", Margaret Thatcher, la misma Primera Ministro que dirigió en 1982 toda la reacción inglesa contra la invasión argentina. Intentando convencer al Gobierno británico de su liberación, recordó insistentemente que Pinochet había sido un aliado de los ingleses durante la Guerra de Islas Falkland, prestando colaboración estratégica. Estas palabras parecían confirmar lo que hasta entonces había sido más bien un secreto a voces en la Argentina y un mito urbano en Chile, lo que abrió una amplia discusión sobre el asunto, incluyendo declaraciones oficiales del entonces Canciller Insulza. Por la misma época en que Insulza manifestaba su disconformidad con el apoyo chileno a Inglaterra durante la guerra ("Nunca se debe apoyar a una potencia extracontinental", declaró cándidamente luego de decir que él "jamás" lo habría hecho), publicaciones realizadas en la propia Argentina comenzaron a hacer un interesante mea culpa sobre los sucesos de 1982, que sólo terminan por justificar más la actitud que por entonces tuvo La Moneda. En marzo de 2001, por ejemplo, se lanzó un libro de la Editorial Sudamericana, de los autores argentinos María Seoane y Vicente Muleiro, titulado "El Dictador. La Historia Secreta y Pública de Jorge Rafael Videla", donde queda establecida la clara relación que había entre el expansionismo en el Beagle y el expansionismo en las Falkland, según lo entendían el Presidente Galtieri y el Almirante Massera. Poco después, el General argentino Martín Antonio Balza, en "Dejo Constancia: memorias de un general argentino" (Buenos Aires, Editorial Planeta, octubre 2001), dice del panorama de aquellos días: "(La Junta) intentó, o por lo menos no descartó, mantener simultáneamente una lucha en dos frentes bien diferenciados: uno continental con Chile y otro insular con los ingleses. La pregunta que surge es por demás infantil: ¿Con qué medios se pretendía sostener tal desmesura?" Otro punto muy discutible es el supuesto de que esta ayuda prestada a Inglaterra fue crucial para la derrota argentina, un mito burdo creado para justificar las humillantes y desastrosas consecuencias que tuvo para ellos la guerra (sostenido por el generales argentinos como el ex "carapintada" Mohamed Alí Seineldin), como también otras historias tan dudosas al estilo del supuesto uso de gases venenosos de parte de los ingleses o la exagerada participación que otorgan los relatos argentinos a la presencia de los famosos mercenarios gurkas para los desembarcos. Lo cierto es que la Argentina contaba con un ejército deficiente, muy joven y mal preparado para una contienda de tales características, y ese fue el factor crucial en la derrota, a pesar de que guerreaban prácticamente en el patio de su propia casa. Se había preparado -precisamente- para pelear con un desabastecido Chile en la geografía austral, y no el Atlántico contra una potencia bélica como Gran Bretaña. La ayuda de Chile a los ingleses se habría remitido exclusivamente a asistencia a las fuerzas aéreas de combate. Así, cientos de muchachos inocentes debieron pagar con sus vidas la irresponsabilidad de los publicistas del expansionismo, culpa que ahora se pretende endosar al país vecino. En abril del 2004 vino a tener lugar otro escándalo extraño, luego de que el Canciller Rafael Bielsa y los diarios argentinos elevaran hasta los cielos sus reclamos por la presencia del embajador de Chile en Londres, Mariano Fernández, que participó de una ceremonia celebrada por ciudadanos "kelpers" en la capital inglesa y que conmemoraba, el 14 de junio, el triunfo sobre las Falkland. Aunque al encuentro también había asistido el representante uruguayo, fue la presencia chilena la que se cargó de símbolos y suspicacias. Tanta polvadera levantó el Gobierno de Néstor Kirchner contra la presencia del representante chileno que, para fines de septiembre, el Presidente Ricardo Lagos decidió evitar problemas y omitir el nombre de Fernández para suceder a la ex ministro Soledad Alvear en la Cancillería, colocando en su lugar a Ignacio Walker. De nada valió este gesto de torpe sumisión, porque la Casa Rosada no dejó pasar la oportunidad de levantar otra absurda polémica reclamando por una columna que el nuevo ministro había escrito varios meses antes, y en la que criticaba duramente a Kirchner y al peronismo. En fin, ningún chileno de verdad podría compartir la actitud servil del entreguismo a las pretensiones argentinas sobre el archipiélago británico. Tildar el apoyo estratégico a Gran Bretaña de 1982 como un acto de "traición", sería algo irrisorio y jocoso si no fuera porque hay de por medio víctimas inocentes (800 caídos de ambos bandos), hombres valientes, en el caso argentino de origen mayoritariamente muy modesto, que fueron enviados inútilmente a su propio sacrificio por culpa del expansionismo irresponsable e irracional de las autoridades de entonces, además de la eufórica disponibilidad de las masas populares de la nación platense a las aventuras patrioteras y al delirio megalómano. En vista de lo expuesto se puede concluir con propiedad, entonces, que el apoyo chileno a los británicos durante la Guerra de las Falkland, lejos de justificar una razón para pedirle "perdón" a la Argentina o al cinismo de los falsos americanistas, ES EN REALIDAD UNO DE LOS ESCASOS ACIERTOS DIPLOMÁTICOS DE LA HISTORIA DE CHILE, pues alejó un peligro inminente representado por una nación enemiga, permitiendo sentar las bases de la negociación que culminaría en el Tratado de Paz y Amistad de 1985, y logrando que Chile mantuviese sus islas australes y se evitara una escalada bélica que los organismos internacionales calculaban con consecuencias inciertas, involucrando a toda la región continental por la tensión persistente entre los países de la comunidad sudamericana. Lo demás, es poesía de cantinas.
El uso político de los asuntos de las "reivindicaciones pendientes" de la Argentina en islas Falkland y el Beagle siguió mezclándose por largo tiempo en la politiquería bonaerense, después de los infaustos hechos de la guerra. Ya durante la campaña a la presidencia que protagonizó el Almirante Massera hacia 1980, sus lugartenientes habían obtenido los recursos necesarios desde poderosos grupos financieros ligados a las siniestras actividades mafiosas y criptopolíticas de Lucio Gelli, con miras a establecer actividades monopólicas en el control de la producción de petróleo en el Atlántico Sur, a cambio de sustentar económicamente los proyectos de hegemonía continental a que aspiraba el almirante, incluida la "reivindicación territorial de la Argentina" en el Beagle y las Falkland. Como se recordará, Gelli era la cabeza máxima de la Logia "Propaganda-2" (P-2), acusada con gran revuelo en Italia de conspiración y relaciones con la mafia. Hacia ese mismo año de 1980, Gelli participó en la sustracción de documentos de los Archivos del Vaticano relativos a la Mediación del Beagle, los que fueron proporcionados al Cónsul de Argentina en Roma, utilizándolos contra la defensa de Chile. Además, el personaje estaba estrechamente ligado al pasado peronista del país platense y a los miembros de su Junta Militar, con quienes participaba de lucrativos proyectos de abastecimiento de armas precisamente para la guerra con Chile, además de la construcción de una metro-red en Buenos Aires. Al ser interrogado por el Parlamento uno de los italianos involucrados en el escándalo de la P-2, Giancarlo Elía Valori, el 7 de abril de 1982, declaró que Gelli tenía más influencia y poder en Argentina que en Italia, gracias a sus amigos militares. Si bien el convenio Massera-Gelli terminó con el fracaso de su frustrada campaña, los contactos de los "halcones" con las fuerzas criptopolíticas siguieron vigentes durante toda la guerra de las islas Falkland. Y puede que incluso hasta después, ya que los términos del acuerdo suenan bastante parecidos a la propuesta que el Presidente Carlos Saúl Menem y su canciller Guido di Tella formularan a mediados de los noventa a los habitantes de las islas, ofreciendo un millón y medio de dólares por persona para "comprarlas" e incorporarlas a soberanía argentina, según lo reconoció dicho Canciller en una entrevista a un canal de Chile, con dineros de origen nunca aclarado. También han servido las Falkland para el prestigio y la propaganda de varios "veteranos" que, como Massera, manifestaron en forma concreta sus aspiraciones al poder. Destácanse de entre ellos el permanente conspirador líder de los "carapintada", Teniente Coronel Aldo Rico, reconocido también por su confeso antichilenismo y sus declaraciones rayanas en el expansionismo desatado. Su condición de ex combatiente de la guerra de 1982 fue connotada casi divinamente durante los años ochenta y principios de los noventa, cuando dio rienda suelta a sus desmedidas ambiciones presidenciales. Posteriormente, recurriría a ellas para aspiraciones parlamentarias, más modestas. Posteriormente, el Presidente Carlos Saúl Menen, que llevaba tiempo tratando de sacarle alguna señal positiva a Gran Bretaña para la pretensión argentina en las Falkland, quiso revertir su decaída situación de popularidad invitando a la Argentina al Príncipe Carlos, quien arribó durante la segunda semana de marzo de 1999. Su idea era comprometerlo con agasajos y zalamerías en una actitud flexible hacia la demanda argentina, tal vez esperando la misma debilidad con que habían actuado los chilenos a partir de la Declaración Presidencial de 1991 sobre litigios fronterizos entre ambas repúblicas. El reestablecimiento de las relaciones entre Argentina e Inglaterra era, a su juicio, la ocasión ideal para ofrecer la pipa de la paz. Pero los briánicos, diestros en la diplomacia y la negociación (y lejanos ya al estigma histórico dejado por Chamberlain), voltearon de un sólo golpe las intenciones de la Casa Rosada cuando el Príncipe se dio el lujo de anunciar públicamente, ante las propias fuerzas armadas argentinas, que Inglaterra no cedería en su soberanía absoluta de las Falkland. Así, la estrategia argentina, irónicamente, sólo terminó por afianzar la posesión británica de las islas. Coronando todas las apreciaciones posibles, debe destacarse además, que estas pretensiones de origen militar y caudillista alojan con toda comodidad en la conciencia civil de los gobernantes argentinos, como también sucedió con el asunto de Beagle, controversia iniciada en la práctica por sectores uniformados, pero cerrada con una gran entrega de soberanía marítima chilena a Argentina en 1985, cuando esta nación tenía ya el gobierno civil de Raúl Alfonsín. De este modo podemos explicarnos que el martes 4 de abril del 2000, el Presidente argentino Fernando de la Rua emitiera una sulfurada declaración durante el aniversario de la guerra, donde especificaba que el asunto de las Falkland pasaría a ser ahora "un asunto de Estado", según sus palabras, pretendiendo revertir el grave error de Menem del año anterior. Sobre esto mismo, y ya que en Argentina algunos miembros inferiores de la administración se permiten un exagerado protagonismo, el gobernador de Buenos Aires, don Carlos Ruckauf, señaló que "hay una sola política exterior, todos queremos que nuestro territorio (argentino) esté íntegro". A principios de julio siguiente vino otra jugada extraña. Familiares de los 323 efectivos argentinos fallecidos durante el hundimiento del buque armado "General Belgrano", alcanzado por torpedos británicos el 2 de mayo de 1982, anunciaron querellas por homicidio calificado contra Margaret Thatcher y el Reino Unido por la muerte de las víctimas de esta tragedia. El "General Belgrano" era un buque de procedencia norteamericana, comprado por los argentinos en 1951. Durante el conflicto, la nave fue alcanzada por tres misiles acuáticos del submarino inglés "HMS Conqueror". El navío argentino llevaba 1.093 tripulantes. La demanda fue interpuesta por abogados de los familiares de las víctimas ante el Tribunal Internacional de Derechos Humanos, lo que generó un breve pero enérgico redespertar de los discursos antichilenos por la "traición" o otras gaitas. Obviamente, pocos argentinos se detuvieron en la ocasión a meditar y agradecer a Chile que su Armada dispusiera solidariamente al "Piloto Pardo" para el rescate de los sobrevivientes del "General Belgrano", importante dato que, con el tiempo, está cada vez más ausente en la historiografía argentina. Por el contrario, los dos (o más) submarinos soviéticos de la gran amiga y aliada moral de la Argentina durante la guerra, la Rusia bolchevique, no hicieron ningún intento por asistir a las víctimas, a pesar de estar rondando desde muy cerca la zona del conflicto aquel día. Vale mencionar lo sospechoso que resulta, también, que altos militares chilenos que desempeñaron fundamentales servicios de inteligencia para la seguridad nacional durante la crisis del Beagle, y que son considerados desde entonces enemigos de Estado en la Argentina, figuraran después en la lista de procesados por los juicios seguidos por la jueces argentinos como María Servini de Cubría, que visitó Chile para interrogarlos incluso con personal de inteligencia militar de su país, en julio 2000. Los casos se asocian al asesinato del General Prats y a la influencia de la llamada "Operación Condor". El General Jorge Iturriaga Neumman y el Brigadier José Zara Holger tuvieron activa participación en estas acciones de espionaje durante la crisis del Beagle, quedando por ello en una incómoda situación la parte defensora, que no podía abordar directamente materias en condición clasificada por la inteligencia militar. A fines de abril del 2001, unos meses después de que Gran Bretaña disminuyera se presencia militar en la región, importantes autoridades militares en retiro de Argentina como el ex-Comandante de la Fuerza Aérea miembro de la Junta Militar, Orlando Ramón Agosti, admitieron que la Guerra de las Falkland fue absolutamente innecesaria y provocada por el sólo delirio febril y suicida de los expansionistas argentinos, al punto de que él intentó negociar individualmente una salida pacífica al conflicto, a título personal e independientemente de los otros dos miembros de la junta, antes de que desembocara en guerra en 1982. Esto es exactamente lo mismo que ocurrió en 1978, con Chile, cuando Pinochet encomendó al General Manuel Contreras a procurar un intento final de entendimiento con los pocos militares argentinos que conservaban algo de sensatez. Coincidía el año siguiente con los 20 años de la Guerra de islas Falkland fueron celebrados el año 2002 en medio de protestas populares y acciones de grupos izquierdistas argentinos frente a la embajada británica. Las autoridades desarrollaron actividades conmemorativas por todo el territorio, siendo el acto central en Ushuaia, la mañana del 2 de abril, dirigido por el entonces Presidente Eduardo Duhalde. Además de los escándalos artificiales provocados por el Gobierno de Kirchner durante el año 2004 a los que ya nos hemos referido, cabe señalar que su mandato se ha caracterizado por la presencia de algunas provocaciones cuidadosamente dosificadas con la intención de agitar la cuestión de islas Falkland sin llegar a comprometerse en aventuras peligrosas, algunas originadas en el propio gobierno y otras provenientes de los sectores más ligados al nacionalismo. En enero de 2006, por ejemplo, echó anclas en Ushuaia el navío rompehielos británico HMS "Endurance", siendo la primera vez desde la guerra de 1982 que un buque británico arribaba a la parte argentina de la Tierra del Fuego, provocando gran polémica y duras protestas de parte de la patriotería platense, algunas de las cuales se extendieron hasta marzo siguiente. Pero todavía quedaban más incidentes por venir. En los primeros días de febrero de 2007, el Gobernador británico de Islas Falkland, Alan Huckle, y el Comandante de las fuerzas británicas en el Atlántico Sur, Brigadier Nick Davies, emitieron polémicas declaraciones asegurando que la Argentina representaba aún una "amenaza" para el archipiélago. Huckle agregó en la entrevista al diario londinense "Daily Mirror" que sus fuerzas estaban en condiciones de repeler "cualquier agresión" del Plata por avanzar sobre las islas, pues "existe el temor de que pudiera producirse de nuevo... en todo momento ha existido esta amenaza". Aseguró también que el Gobierno de Néstor Kirchner había reducido la cooperación con el Gran Bretaña y estaba presionando para que las islas fuesen incorporadas a su soberanía. Por supuesto que, próxima al aniversario 25º de la guerra, la Casa Rosada saltó como herida por el rayo y el Director General de Política Exterior de Argentina, Luis Capagli, manifestó pocos días después al embajador británico John Hughes la "perplejidad y preocupación" del gobierno platense por tales declaraciones, señalando ladinamente que se contraponían "con la voluntad nacional de resolver la disputa de soberanía de modo pacífico" (diario "El Clarín", 10 de febrero de 2007). Pero a las pocas semanas, las desconfianzas británicas quedaron confirmadas, cuando a fines de marzo el Canciller argentino Jorge Taiana dio aviso a Gran Bretaña de la decisión de Buenos Aires de poner fin a la Declaración de 1995 sobre exploración y explotación de petróleo en el Atlántico Sur. Rindiendo tributo a la falta de respeto y desacato que es característico en el actuar político de las clases gobernantes de Buenos Aires, el Presidente Kirchner se atrincheró en la excusa de que el acuerdo había sido violado cuando Londres llamó unilateralmente a explotar hidrocarburos en los archipiélagos pretendidos por su país. Lo cierto es que, en los hechos, la cancelación del acuerdo no tendría ningún efecto, salvo el de decorar la imagen de Kirchner con las orlas del patriotismo patológico que suele afectar a las sociedades con esta clase de temas. Irónicamente, este mismo mandatario había violado prepotentemente el Protocolo Gasífero firmado con Chile también en 1995, sin dar excusa alguna ni cuestionar la validez de los acuerdos suscritos. Pero contrastado con la solemnidad de Kirchner para celebrar las bodas de plata de la invasión argentina a las islas, además de haber ordenado acuñar una moneda especial al respecto (donde se reafirmaban las pretensiones platenses sobre el archipiélago), un escandaloso suceso develó la falta de respeto de las propias autoridades argentinas para con su memoria histórica, demostrando el mero carácter politiquero y demagógico que con frecuencia tiene la reiteración permanente del tema de las Falkland o Malvinas. Según noticias de la Organización Periodística Independiente (OPI) de Santa Cruz, durante el fin de semana previo al aniversario fue visto el avión presidencial "Tango-01" descargando muebles en El Calafate, presumiblemente para la residencia vacacional de Kirchner y la residencial de un amigo, en momentos en que se esperaba que viajase hasta Tierra del Fuego para preparar los actos de homenaje. Para inicios de febrero de 2008, sin embargo, el comandante de las fuerzas británicas del Atlántico Sur, Brigadier Nick Davies, afirmó públicamente que sus militares estaban en condiciones de defender las islas y de evitar una eventual ocupación argentina sobre ellas, con lo que queda virtualmente demostrado que Buenos Aires está lejos de intentar una nueva aventura militar de ocupación "para negociar" sobre las islas. En su notable obra "Las Islas Falkland o Malvinas. Su historia, la controversia Argentino-Británica y las guerra consiguiente" (Santiago de Chile, Editorial La Noria, 1986), el Almirante (R) Carlos Chubrétovich A. reproduce en el Apéndice una interesante entrevista realizada al General Leopoldo F. Galtieri para la revista española "Cambio 16", por la famosa periodista italiana Oriana Fallaci, en momentos en que la situación de la Argentina era insostenible en las islas. Posteriormente, fue publicada en el diario "El Mercurio" de Valparaíso, en la edición del 19 de septiembre de 1982. Por su relevancia para comprender la situación real del conflicto bélico y la dimensión de los acontecimientos, reproducimos su parte esencial sobre el tema que atendemos, a continuación:
En abril de 1983, a un año ya de la invasión argentina al archipiélago, el Mayor de Carabineros (R) Walter Luzio Vieyra publicó en Santiago su obra "Ensayos Culturales y Profesionales", de Editorial Zig Zag - Todamérica. El autor había sido Profesor de Sociología Policial y Sicología del Mando del Instituto Superior de Carabineros, además de un miembro destacado de la institución uniformada. En un excelente capítulo titulado "Las Falkland (o Malvinas), en las páginas 39 a 44 de su Apéndice, el Mayor hace una descripción tan precisa e ilustrativa del conflicto argentino-británico, basada a su vez en un trabajo del conocido cientista político David Gallangher, que nos provoca la necesidad de reproducirla en sus partes esenciales. Si bien puedan tenerse algunos reparos y observaciones sobre estas líneas, invitamos a su cuidadosa y reflexiva lectura:
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