LA GUERRA CONTRA ESPAÑA EN FAVOR DEL PERÚ: DELIRANTE AVENTURA DEL AMERICANISMO CHILENO EN 1865-1866. INGRATITUD PERUANA, FANTASÍA DE LA "GUERRA DE RECONQUISTA" Y LAS GRAVES CONSECUENCIAS PARA CHILE
-Ampliado y actualizado en junio de 2005-

AFIEBRADOS POR EL SENTIMIENTO TAMBALEANTE DEL AMERICANISMO Y POR LA IDEA ILUSA DE SALVAR DE LA PERDICIÓN EL SUEÑO BOLIVARIANO, UN GRUPO DE EXALTADOS POLÍTICOS E INTELECTUALES ARRASTRÓ A CHILE A UNA INÚTIL E IRRACIONAL GUERRA CONTRA ESPAÑA EN FAVOR DE LA LIBERACIÓN DE LAS ISLAS PERUANAS CHINCHA, BAJO LA ILUSA CONVICCIÓN DE QUE LA PENÍNSULA INTENTABA UNA AGRESIÓN DE RECONQUISTA SOBRE EL CONTINENTE AMERICANO. INCREÍBLEMENTE, LA SOCIEDAD PERUANA, LEJOS DE AGRADECER ESTE GESTO,  A LA LARGA LO VIO COMO UNA INTROMISIÓN Y UN ACTO DE INTERVENCIONISMO, APROVECHANDO POLÍTICA Y ESTRATÉGICAMENTE LA DESVENTAJOSA SITUACIÓN EN QUE QUEDÓ SU EX ALIADO AL FINAL DEL CONFLICTO

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Introducción: La explosión intelectual antieuropea del siglo XIX
Fundamentos del frenesí americanista. Temor de intervenciones internacionales
Incidente hispano-peruano y la toma de las islas Chincha
Noticias llegan a Chile. Dura e irracional actitud de La Moneda
Consecuencias de "Congreso Hispanoamericano" de Lima. Hechos detonantes
El americanismo regional precipita la guerra contra España
Chile cede su soberanía en Atacama para conseguir adhesión de Bolivia
Costo de la ofensiva diplomática en favor del Perú. Argentina saca partido
La mano de la oscura "Unión Americana" tras la alianza Chile-Perú
La guerra en el mar: los combates de Papudo y Abtao
Chile paga la onerosa victoria: el desastroso bombardeo de Valparaíso
Ingratitud del "aliado": Perú celebra la desgracia chilena
Costos materiales y estratégicos de la disparatada aventura americanista
Costos diplomáticos. Definitivo aislamiento de Chile. Deslealtad peruana



Introducción: La e
xplosión intelectual antieuropea del siglo XIXVOLVER A SUBTITULOS

Entre 1865 y 1866, el americanismo logró comprometer a Chile en una violenta guerra completamente absurda y sin sentido, que dañó grave e innecesariamente las relaciones con España y culminó en la destrucción de Valparaíso, el principal puerto de este lado del Pacífico en aquellos años, relegando al país a un destino secundario en el Cono Sur. De este episodio, por momentos bochornoso, pocas veces hablan los historiadores comprometidos con el americanismo entreguista si no es para exaltar y exagerar el "triunfo" de las ideas pseudo bolivarianas.

Los costos de este desastre hicieron que Chile terminara convertido en un país segundón en Hispanoamérica, como consecuencia directa del precio pagado por culpa de un puñado de irresponsables y antipatriotas que lograron influir sobre el Gobierno de José Joaquín Pérez y sobre la vida política nacional, aprovechando en gran medida el apoyo y el compromiso político que existía de parte de las fuerzas nacionalistas y conservadoras que apoyaban al mandatario, proveniente del Partido Nacional, pero que había contado con la ayuda de los grupos liberales, desde donde procedía la mayor parte de los agitadores entreguistas que precipitaron los hechos de aquellos años.

Desde 1850, aproximadamente, la elite de intelectuales y académicos chilenos intentaba mantener viva la hoguera fría del americanismo bolivariano que, por curiosa ironía de la historia, su propio país se había encargado de desenmascarar y ayudar a derrumbar en los campos de batalla de Yungay, en enero de 1839. Relacionados invariablemente con la aristocracia criolla, poco conocedores de la auténtica cultura americana por permanecer permanentemente desconectados de la realidad nacional y levantándose rara vez de sus fastuosos escritorios llenos de recuerdillos traídos de Europa, esta casta de profesores y pensadores comenzó a gestar una cómoda y ociosa versión intelectual del bolivarismo que, de alguna manera, ha persistido con tales características hasta nuestros días.

Entre otros delirios compartidos por el peregrinar americanista de aquellos años (y que hoy fácilmente podrían ser tildados de ideologías xenófobas o etnocentristas), proponía este influyente grupo academicista que los países de la vieja Europa y su estructura cultural-histórica constituían el pasado obsoleto, añejo y caduco, mientras que la realidad americana representaba el futuro nuevo, con una raza mestiza joven y prometedora, llena de innovadoras capacidades culturales y virtudes de desarrollo amparadas en las banderas de la libertad y la democracia. Desde su punto de vista, se trataba de la imposición de un modelo novedoso sobre otro desgastado y decadente.

Una simple revisión del triste panorama que ofrecían en aquellos días nuestra América mestiza y nuestros pueblos "llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud", al crudo decir del Ministro Portales, habría puesto de cabeza toda esta clase de afirmaciones grandilocuentes y de altisonancias fanáticas. Sin embargo, la persistencia de regímenes despóticos en Europa, los síntomas de decadencia moral en el Viejo Mundo, las crisis monárquicas posteriores a la era napoleónica y otros varios conflictos de la convulsionada época, permitieron alimentar la fiebre intelectual americanista con indicios erróneos sobre la supuesta caída de aquella realidad representada en el sólido europeísmo.

Curiosamente, buena parte de la inspiración aislacionista y de la desconfianza intelectual hacia la intromisión europea, provenía de la famosa Doctrina Monroe de 1823 ("América para los americanos"), de los Estados Unidos, cosa que la mayoría de los bolivarianos contemporáneos no estarían dispuestos a admitir, ahora que esta proclama ha degenerado en el intervencionismo compulsivo autorizado por el Corolario Roosevelt de 1904.


Fundamentos del frenesí americanista. Temor de intervenciones internacionales
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Dentro de este fundamentalismo ideológico, la Unión de los Estados Unidos comenzó a ser percibida ya no como una inspiración de autonomía con respecto a Europa, sino como un mugrón o un enclave europeo en América y, por lo tanto, también como una amenaza colonialista. No estaban tan lejos de la realidad si vemos lo que fue la política característica de esta nación, especialmente unos años después de la Guerra Civil de 1861-1865, precisamente en el período de tiempo que atendemos.

Hacia 1850, el Presidente Buchanan había solicitado autorización al Congreso para iniciar un plan de educación destinado a formar los gobiernos de América Latina dentro de los valores de la democracia y del sistema legal pues, por entonces, muchos de ellos se debatían en medio de la barbarie social y la verdadera brutalidad política, al no poder superar aún las etapas iniciales de organización republicana. Sin embargo, la agresión golpista del norteamericano William Walker y su ejército de mercenarios en contra de Nicaragua, que se toman el poder el 22 de octubre de 1855, vino a alertar más aún la suspicacia americanista contra los Estados Unidos y el temor por la alteración de la vida independiente en América Latina, de parte de naciones poderosas o potencias con propósitos imperialistas.

Fue aquí donde americanismo experimentó su primer gran fracaso, luego de que el ministro Antonio Varas, inspirado únicamente en la generosidad y desoyendo lo que le habrían aconsejado sus extraordinarios talentos políticos, ordenara el envío de notas urgentes a todos los países hispanoamericanos para crear una Liga Americana de autodefensa que actuara, como primer paso, en favor de Nicaragua. Ya había hecho lo propio luego del intento estadounidense de 1854 de apropiarse de las guaneras de Ecuador, ocasión en la que también denunció a Washington ante la comunidad latinoamericana.

El ruborizante resultado de esta nueva gestión en favor de Nicaragua fue que nadie en la comunidad americana acogió la propuesta del noble patriota chileno, pues los intereses comerciales con la Unión y la apatía generalizada de las repúblicas primaron a cualquier sentimiento solidario, indiferencia que duró casi por los largos dos años de ocupación de Walker y sus filibusteros.

Una mirada objetiva a este acontecimiento hubiese bastado para convencer a los chilenos de lo aberrante e irreal que resultaba el discurso y la prédica americanista en el continente. Pero dos hechos posteriores, uno en Santo Domingo y otro en México, reflotarían los mismos sentimientos y las mismas ilusiones con destinos tragicómicos.

Cuando Santo Domingo se anexa a España, hacia 1861, como una vía de escape a la angustiosa situación de guerras intestinas y de las permanentes agresiones del Haití, el sentimiento de recelo antiespañol encontró una escuela y una gran excusa dentro de Chile (quizás más que en cualquier otra nación de la comunidad americana), aun cuando España abandonó la isla dominicana sólo cuatro años después, imposibilitada de ponerle orden.

Estábase en este ambiente incandescente, cuando Napoleón III inició una abierta agresión contra México luego de que, por iniciativa del gran caudillo Benito Juárez, se suspendieran los pagos de su deuda externa, especialmente la contraída con Londres. Usualmente, se achaca a este cese la razón única que motivó a los franceses a intervenir en Centro América, pero la verdad es que también agravaba tanto o más este panorama la angustiante situación de los europeos residentes en el país, profundamente afectados luego de casi 200 revoluciones en sólo 40 años de vida independiente. Así, el 31 de octubre de 1861, se reúnen en Londres los representantes de Gran Bretaña, España y Francia y planifican abiertamente una invasión que habría de concretarse a partir de diciembre.

Tras años de contienda, Napoleón III nombró a Fernando José Maximiliano de Austria -príncipe de la Casa de Habsburgo y hermano de Francisco José I de Austria- como Emperador de México. Pero la tenaz fuerza guerrera mexicana y la fortaleza de Juárez llevaron a un violento y prolongado alzamiento que culmina pasando por armas a Maximiliano y sus generales, en junio de 1867.

Muy mal informados de los acontecimientos por la precariedad de las comunicaciones de la época, e ignorantes también de las circunstancias reales que habían desatado los hechos de Santo Domingo y México, los americanistas chilenos -acostumbrados a abusar de la credibilidad en su calidad de sacrosantos intelectuales de peso- se sumaron al más escandaloso y aberrante griterío antieuropeo, con toda clase de afirmaciones y bravatas tan disparatadas como absurdas.

A pesar de que el episodio de México significó el repudio de los propios franceses contra su emperador; a pesar de que España e Inglaterra abandonaron a Napoleón III en su aventura antes de la coronación de Maximiliano; a pesar de que gobiernos americanos como el de Mitre en Argentina reconocieron al soberano e intercambiaron con sus agentes en Europa; a pesar de que hasta los Estados Unidos realizaron gestiones en favor de los revolucionados durante el dominio de Maximiliano de Austria; y a pesar de una serie de otros hechos indesmentibles, se intentó hilar la presencia franco-prusiana en el país azteca con la de los españoles en la isla dominicana, creándose la leyenda negra y temible de una nueva ofensiva colonialista europea contra América Latina, que exigía urgentemente la unión de los países hispanoamericanos en un frente común y de inspiración bolivariana, claro está.

El solidario gesto del Congreso de Colombia al otorgarle a Juárez el título de "Benemérito de las Américas" como un reconocimiento a su defensa de la libertad de México, hacia 1864, fue considerado a esas alturas como un símbolo de la libertad de todo el Centro y Sudamérica, amenazada por el enemigo europeo.


I
ncidente hispano-peruano y la toma de las islas ChinchaVOLVER A SUBTITULOS

En 1860, las relaciones entre España y el Perú permanecían absolutamente cortadas, falta de contacto diplomático que había impedido, hasta entonces, el reconocimiento oficial de la independencia del ex Virreinato. Por aquellos años, la actividad de extracción de guano era el mayor sustento del Perú y las covaderas del archipiélago de las rocas de las islas Chincha, era uno de los principales centros activos de la industria.

Ese mismo año, zarpaba al Pacífico una escuadra española destinada a resguardar a sus paisanos residentes en América, que eran objeto de reiteradas amenazas, tropelías y agresiones similares a las que, como hemos visto, motivaron en parte (o sirvieron de excusa) para la participación española en la intervención de México. En Chile, el bullicio americanista habría de cesar temporalmente a partir de 1862. Al año siguiente, llegaba la escuadra hispana a Valparaíso, el 5 de mayo, y el 10 de julio, lo hacía en el Callao, siendo recibida con festejo y alegría en ambos puertos. Zarparían poco después hacia California.

Pero exactamente en esos meses, se gestaba en Lima un fuerte plan de ofensiva para recuperar el predominio oceánico y comercial que en Perú sentían haber perdido al ser arrebatado por Chile y la doctrina portaliana de la defensa del Estado en forma, tras la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana de 1836-1839. Por alguna razón, un fuerte sentimiento antiespañol corría humores calientes también en la sangre de autoridades civiles y militares peruanas de la época, producto de este afán, al punto de que se propuso la directa creación de una Liga contra España, que el ilustre General peruano Ramón Castilla logró contener con una sensatez y altura de miras no frecuentes por este lado del mundo, durante su presidencia y aun después de ella.

Nada pudo impedir, sin embargo, que el 4 de agosto de 1863, un grupo de 40 peruanos armados y pasados de copas atacaran con armas en mano a una colonia guipuzcoana de Talambó, realizando una fiesta de salvajadas que enardecieron a las autoridades españolas y provocaron el regreso de la escuadra al Callao, el 13 de noviembre, acompañada del diputado representante Eusebio Salazar Mazarredo. Vale recordar que esta clase de abusos y crímenes contra extranjeros fueron muy comunes en aquellos años, hasta en los desiertos de Tarapacá, afectando también a trabajadores chilenos que, en condición de obreros inmigrantes, operaban en las guaneras y las aldeas peruanas.

El diputado español zarpó nuevamente a Madrid para pedir acreditación y enfrentar en el Perú los hechos. Una serie de hostilidades políticas entre España y el Perú siguieron a estos acontecimientos. La falta de un conducto regular de relaciones diplomáticas agravaron las situación y Salazar Mazarredo retornó a suelo inca en marzo de 1864, con la intención de exigir una indemnización, portando esta vez credenciales de Comisario Especial para el Perú, calidad que el Canciller Ribeyro no le reconoció, desatando nuevas molestias entre los representantes.

A la sazón, la nación peruana no había experimentado un estado de prosperidad, precisamente, desde su entrada a la vida republicana. Si bien gozando de una situación bastante mejor a la de otros períodos, según parecía, se mostró indispuesta a pagar el enorme empréstito que Chile le había otorgado para sostener su independencia (y que, de hecho, jamás fue cancelado entero), por lo que la sola palabra indemnización le sonaba como un golpe bajo. Además, el Estado del Perú ya mantenía desde 1860 todas sus covaderas de guano hipotecadas bajo los derechos de extracción comprados por la Casa de Augusto Dreyfus & Hermanos, vinculada a la poderosa banca judeo-francesa, a cambio de otro enorme empréstito cuya retribución aún no se completaba ni en una fracción siquiera. Una nueva deuda alteraba sus planes financieros, razón por lo que la mera idea de las compensaciones económicas murió casi al mismo instante de ser propuesta.

Comprendiendo la sensibilidad de los yacimientos de guano en la economía peruana, Salazar Mazarredo canalizó toda su molestia e indignación proponiéndole al Almirante Pinzón, jefe de la escuadra, tomarse las islas peruanas Chincha, frente al Callao, declarando rota la tregua entre ambos países y explotando el guano que abundaba en ellas por todo el período que corra hasta que el Perú pagara las satisfacciones correspondientes al incidente de Talambo. Así, el día 14 de abril, eran ocupadas las islas por las fuerzas hispanas.


Noticias llegan a Chile. Dura e irracional actitud de La Moneda
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La noticia de los incidentes de islas Chincha llegó a Santiago hacia el día 30 siguiente.

Podría decirse que los americanistas realmente celebraron el acontecimiento, pues comprobaba todos sus temores delirantes sobre el fantástico intento de reconquista de parte de España y estimulaba la búsqueda de una nueva razón para reflotar el alicaído sueño de alianza continental, bajo una deforme supuesta inspiración del sueño de Bolívar.

"Por fin -escribe Oscar Espinosa Moraga-, los americanistas sintieron justificadas sus inquietudes desprestigiadas por tanto pie en falso y felices se lanzaron a la calle denunciando que España reivindicaría toda América. Recomenzaba, pues, la lucha de la independencia. Y Chile debía salir una vez más en defensa de todo el continente. El odio profundo y enconado a la ex metrópoli, adormecido pero no enterrado, afloró en todos los corazones".

Aunque la formación nacionalista del Presidente José Joaquín Pérez y del Ministro Manuel Antonio Tocornal no les permitía creer en tamaño disparate de la "reconquista", las presiones de los adictos a la intelectualidad americanista -como Manuel Antonio Matta, Isidoro Errázuriz, Federico Santa María, José Victorino Lastarria y Benjamín Vicuña Mackenna- tuvieron gran implicancia en el desarrollo político y consiguieron torcerle la mano a la voluntad de las propias máximas autoridades de La Moneda. Recuérdese además, que el apoyo electoral de Pérez había sido multipartidista y no sólo desde el nacionalismo criollo, por lo que las fuerzas políticas en condición de presionar al Gobierno eran muchas y variadas.

Con fecha 7 de mayo, Tocornal se vio prácticamente obligado a entregar una circular dirigida a todos los gobiernos sudamericanos en busca de apoyo para el Perú y en contra de los españoles, a pesar de oponerse a un conflicto y enfrentarse con Santa María dentro del gabinete por esta posición. En una oscura movida política, sin embargo, Santa María y Errázuriz consiguieron hacerle renunciar al ministerio ese mismo día, y se colocó en su lugar a Álvaro Covarrubias, medida que contribuyó a la violenta escalada belicosa que los americanistas preparaban, aun cuando no se acomodara del todo a las expectativas presidenciales de Santa María, que habían motivado gran parte de sus presiones contra Tocornal con la intención de sustituirlo en la Cancillería.

Santa María, en consecuencia, renunció también, pero tras bambalinas comenzó a participar de la organización del congreso americanista que esperaban convocar con la invitación para apoyar al Perú, y al que se enviaría a Manuel Montt como representante de Chile. Empeorando la situación y sellando el destino que se venía encima, Santa María ocuparía el cargo de Ministro Plenipotenciario de Chile en Perú, completando el conjuro.

Pero, para nuevo bochorno, las respuestas de los cuerpos diplomáticos del resto del continente resultaban casi invariablemente negativas, tal como en 1855, cuando se quiso salir en defensa de Nicaragua. A pesar de lo que dictaba hacer tránsito en el desarrollo de los hechos, la inexperiencia de Covarrubias le llevó a creer en la conveniencia de esta quijotada y a dar el amén a los americanistas, continuando así el curso inicialmente trazado de la gestión muy al pesar del Presidente Pérez.

De nada valió una reunión realizada el 6 de mayo de 1864, entre los representantes chilenos en Lima y el jefe de la escuadra española, donde los venidos de la península declararon no tener intereses de reconquista o reivindicación, sino meramente compensatorios; ni la gestión desesperada del Plenipotenciario de España en Chile, don Salvador de Tavira, que ocupaba el cargo desde 1848, en favor de disipar las nubes del error de interpretación de los sucesos. De nada valió, tampoco, una circular dirigida a los mandatarios de América el día 24 de junio, donde el Gobierno de España desautorizaba la acción de Pinzón y Salazar Mazarredo, declarándola fruto de iniciativas particulares de los implicados y negaba cualquier intención de reconquista, solicitando al Perú el pago de la indemnización para la desocupación de las islas...

Nada valió, porque los americanistas querían guerra, soñaban con el enfrentamiento y con una justificación para dar rienda suelta a todos sus más bajos sentimientos antihispanos.

Antigua fotografía de las actividades guaneras en las islas Chincha del Perú, perteneciente a la colección Cisneros Sánchez, de Lima. Tras haber sido tomadas por los españoles, Chile salió prácticamente solo a defender al Perú y a expulsar a los invasores en una campaña que estuvo llena de victorias, pero que envenenó por largo e innecesario tiempo las relaciones con la Madre Patria, costó la destrucción del puerto de Valparaíso y no fue capaz de generar sentimiento alguno de lealtad de parte de la nación peruana hacia su vecino y aliado.


Consecuencias de "Congreso Hispanoamericano" de Lima. Hechos detonantes
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Decididos a desencadenar un conflicto de proporciones, el 28 de octubre de 1864 los agitadores lograron sacar adelante, en Lima, su mentado Congreso Hispanoamericano en favor del Perú.

Para hacer más patética la situación, sin embargo, muchos peruanos se manifestaron allí muy poco interesados y escasamente contagiados del fervor chileno representado en la propuesta que, como delegado, le tocó exponer a Montt, quien advirtió de inmediato este problema, iluminado por su sagacidad y alto sentido estadista, también poco característicos de la media de los políticos chilenos. El Presidente Juan Antonio Pezet y el Ministro de Guerra Manuel Ignacio Vivanco, de hecho, ya estaban negociando secretamente con Pinzón una salida limpia o medianamente decorosa para el Perú, después materializada en el llamado "Tratado Vivanco-Pareja".

Como la información de los acuerdos logrados tras bambalinas para pagar una indemnización a los hispanos aún no era dada a la luz pública, los fanáticos americanistas peruanos que aún pululaban por el país incásico, no tuvieron tiempo de encender una gritadera histérica contra España y contra todo posible acuerdo con la Madre Patria como lo hacían los chilenos, salvo por algunos agitadores que con entusiasmo acogieron la idea del Congreso Hispanoamericano.

Toda la cuestión del Pacífico se extinguía así, por sí sola, cuando Pinzón, intentando mejorar las condiciones de una solución, abandonó el liderazgo de la escuadra delegándola en el Almirante José Antonio Pareja. Para desgracia del devenir, Pareja abrigaba profundos sentimientos antichilenos, al atribuir a este país la responsabilidad por la muerte de su padre fallecido en Chiloé de una enfermedad respiratoria durante la Independencia. La presencia de los afiebrados chilenos clamando sangre española en nombre de una degenerada interpretación del americanismo era vista por Pareja como una intromisión inaceptable, y no estaba lejos de ser cierto. La idea de la venganza se desplazó rápidamente, así, entre la flota.

Para peor, la revelación de la noticia de los posibles arreglos entre Perú y España cayó inesperadamente como bomba en gran parte de la sociedad peruana, sobreestimulada con  el famoso Congreso y con la actitud de la intelectualidad chilena, que se por tenía entonces ejemplar y honorable ante la prepotencia hispana. En la formación de estos ánimos participaría con entusiasmo Vicuña Mackenna, quien pasaría después por el Perú para establecer contactos y coordinaciones antes de zarpar nuevamente y de incógnito a los Estados Unidos, como agente confidencial, para vigilar la actitud de Washington.

Las nervaduras de razón y cordura peruana que aún tenían la intención de resolver el asunto pacíficamente, también comenzaron a ser impregnadas más y más del delirio antihispano, al punto de que el General Vivanco debió dimitir al cargo ministerial tras una serie de protestas y ataques en su contra, pues los activistas no le perdonaron haber firmado un acuerdo con Pareja, donde le quitaba el carácter americanista al asunto y, acorde con el criterio del almirante español, reconocía que este impasse comprometía sólo a los gobiernos de España y Perú.

En este clima volcánico, el 25 de enero de 1865, Pareja declaró expresamente que comenzaría hostilidades en 48 horas si no se cancelaban las indemnizaciones. La irresponsabilidad y el delirio americanista, finalmente, comenzaba a pasarles la cuenta a los dos pueblos del Pacífico. Habían dejado regado un sendero de pólvora en el camino de las relaciones internacionales y la historia diplomática, listo para explotar con las chispas de la virulencia y el ataque sistemático contra España. A esas alturas, no menos habían hecho sus camaradas peruanos, tanto o más contagiados de fervor que los chilenos.

Las malas relaciones entre Chile y España existentes desde algunos años antes, fueron abono para el entusiasmo confrontacional y para la insensatez confundida con la valentía. Era la cara más siniestra y belicosa de un movimiento que ha sabido asumir hasta hoy, sin embargo, el disfraz del pacifismo y fraternidad según las circunstancias del contexto lo recomienden, condenando los enfrentamientos armados o idealizándolos con orlas de heroísmo de acuerdo a las conveniencias que tengan para la difusión de su escuela.

Por primera y única vez en la historia, Chile intentaba hacer el indecoroso papel del matón maletero, que se mete como tercero en pelea de dos, sin que lo llamen ni lo inviten, y por poco casi termina solo. Y, por increíble ironía del destino, esta acción insana estaba condenada a llevar a Chile a su mayor alejamiento histórico de la comunidad vecinal y particularmente del Perú, en lugar de afianzar los supuestos lazos y vínculos fraternos que inspiraron tamaña exhibición de insensatez.

Empujado por los americanistas interesados en que Lima evadiera la vía decorosa y pacífica para solucionar el problema con los hispanos, Chile repitió el mismo ofrecimiento de ayuda al Perú manifestado en el Congreso Hispanoamericano de Lima.

Como era de esperar, esta perversa solidaridad fue muy mal tomada por España y por Pareja, quien envió al Ministro español Tavira, en Santiago, una nota con fecha 5 de febrero de 1865, manifestando su interés en exigirle a Chile explicaciones y reparos por sus muestras de hostilidad hacia su país. Tavira, que era un hombre por sobre todo honorable, intentó evitar el conflicto en un curioso acto final de lealtad y defensa hacia Chile que los americanistas ignoraron ciegamente y que le costó la destitución, colocándose al propio Pareja en la representación plenipotenciaria de la península en Chile.

Las protestas y las reacciones virulentas del hormiguero en contra del nuevo ministro, no se harían esperar.


El americanismo regional precipita la guerra contra España
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Siete largos y tensos meses transcurrieron, sin que el coro de antiespañoles cesara en Santiago o en Lima. La prensa y las revistas políticas dieron con todo a la península, generando más y más resquemores.

Para el mes de septiembre, la paciencia se les acabó. Pareja partió a Valparaíso y el 17 entregó al Canciller Covarrubias sus exigencias para el reparo chileno a la escalada de "insolencias" contra España y contra la Reina Isabel II, a través de un ultimátum: "21 cañonazos de honor" frente al pabellón español y una disculpa pública. Vencido el plazo, el día 24, notificó del bloqueo a los puertos chilenos. Secretamente, evaluaba la idea de castigar los puertos de Valparaíso o de Lota como represalia.

Se daba, de este modo, la excusa final que necesitaban los fanáticos que habían precipitado a Chile hasta esta insólita y gordiana situación. Unas horas más tarde, el Congreso Nacional autorizaba al ejecutivo para declarar la guerra a España. Antes de terminado el mes, el Presidente Pérez, sobrepasado por los hechos, le declara la guerra a la nación hispana en medio de la alegría de quienes la gestaron y del pesar de los que previeron la irracionalidad de tal aventura. El 3 de octubre, salía Vicuña Mackenna a cumplir sus misiones confidenciales a Perú y los Estados Unidos.

Para comprender la prepotencia que entonces ofrecían los antiespañoles de Chile y el Perú, debemos recordar no sólo la condición de eventual y conveniente alianza hacia la que tendían entonces ambos países, sino la sensación triunfalista que compartían ambos a pesar de la fama amedrentadora de la flota española. También se explica por el actuar desbordado de los americanistas en Chile, y la de quienes no renunciaban a la restauración de la hegemonía en el Pacífico en el Perú. Lima no estaba tan lejos de sus cálculos optimistas: Su Marina de Guerra era bastante prestigiosa y, precisamente para enero de 1866, se esperaba la llegada de dos monstruos navales construidos en los astilleros ingleses: el "Huáscar" y la "Independencia", dos verdaderas joyas para la época por sus capacidades de guerra, velocidad, resistencia de coraza y tecnología. Sin embargo, el arribo se atrasó por casi siete meses, como veremos.

El caso de Chile es digno de reflexión. La historia tejida en la región por verdaderos iconos vivientes de la marina de guerra, como el Almirante Blanco Encalada, el Almirante Williams Rebolledo y, por supuesto, el servicio del inglés Lord Thomas Cochrane, además del prestigio que con sólo unas pocas naves se haría la flamante escuadra chilena durante la Independencia del Perú y también durante la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, habían puesto muy alta la capacidad de admiración internacional por esta Armada y su indiscutida calidad, especialmente en países como Perú y Argentina, donde muchas veces se dio por segura esta convicción y se actuó diplomáticamente considerándola real. Sin embargo, el prestigio del recurso humano superaba ampliamente la realidad del material armado con que se contaba en la práctica, y que tanto dentro como fuera de las fronteras tendían a ser percibidas erróneamente en un nivel parejo. La realidad era que la falta de renovación tenía a Chile básicamente con sólo dos naves capaces de hacer mediano frente al sismo que se venía encima: la vieja corbeta de madera "Esmeralda" y el mercante "Maipo", adaptado con sólo 4 cañones para fines bélicos.

Esta situación casi irrisoria intentó ser solucionada contra el tiempo, enviado urgentemente al Almirante Roberto Simpson a los Estados Unidos, con objeto de negociar la compra de 4 buques, con los que se creía suficientemente reforzada la Armada para la necesidad de cubrir la gran cantidad de costas y puertos amenazados por la reacción española. Pero, para empeorar las cosas, la gestión de Simpson fracasó al no poder acceder a modelos de naves más apropiadas a las circunstancias que las ofrecidas por los norteamericanos. Se le despachó, entonces, a Inglaterra. La intención era construir un buque gemelo al "Huáscar", pero la guerra concluiría antes que el navío, que fue terminado y vendido a Turquía más tarde, rebautizándosele "Sufti-Djelil", nave hundida durante la guerra con Rusia.

Es bueno detenerse en este último punto y anotar al margen un asunto de vital importancia: La gestión que Simpson comenzara en Estados Unidos y prosiguiera en Inglaterra es, en definitivas cuentas, la misma que años más tarde se reactivara culminando en la compra, armado y arribo de los dos famosos acorazados "Cochrane" y "Blanco Encalada". Pero el hecho de que la necesidad de adquirir estos buques haya comenzado con relación a la Guerra con España de 1865-1866, desmiente rotundamente la grosera versión peruana insistida en muchos de sus libros de historia (muy mal documentados o intencionalmente desapegados a la realidad, no sabemos si lo uno o lo otro) respecto de que la adquisición se habría iniciado con un supuesto "plan armamentista chileno" para invadir Bolivia y Perú durante la Guerra del Pacífico y para apropiarse de todas las salitreras de Atacama y Tarapacá. De hecho, la compra de estos navíos estuvo suspendida y habría sido definitivamente postergada, si no fuese por las insistencias al Presidente Pérez realizadas por unos pocos cerebros centrados, como las provenientes de Abdón Cifuentes, a la sazón Oficial Mayor de Relaciones Exteriores.

Como vemos, el interés chileno en reforzar la Armada no sólo se relaciona con la necesidad evidente y obvia de ampliar su obsoleto material de guerra en pleno conflicto, sino que también se inscribía en el afán de asistir al Perú frente a España, y no en algún oscuro y fantástico proyecto expansionista.


Chile cede su soberanía en Atacama para conseguir adhesión de Bolivia
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Buscando entusiasmar un espíritu americanista generalizado que en la realidad continental era más romántico que cierto, Chile perseguía desde agosto de 1864 el apoyo de otras naciones para la causa con el Perú. Como se habrá recordado, por esos días Chile y Bolivia sostenían una agria disputa territorial por Atacama, que estaba al borde de convertirse en guerra armada, luego de emitido un decreto boliviano del 5 de junio de 1863, que autorizaba al Ejecutivo a declararla. Sin embargo, la inminente guerra de Chile y del Perú contra España desvió momentáneamente la atención y reflotó sentimientos de unidad independentista que parecían guardados en el armario de los recuerdos de la emancipación, inspirando lo que sería poco más tarde el Tratado Chileno-Boliviano de 1866.

El encargado de representar a Chile en este nuevo nivel de relaciones con el Altiplano fue el propio Domingo Santa María, cuya retórica y fanatismo tuvo gran llegada en aquella nación que con su propio nombre homenajeaba al Prócer Bolívar. Aún así, para moderar el discurso poco aterrizado del representante, se incluyó en la misión a La Paz al ilustre futuro Ministro de Guerra, Rafael Sotomayor.

De este modo, Bolivia no estuvo ajena al contagio fanático ni a las conveniencias de la alianza. El triunfo naval en Papudo, que veremos más abajo, habría de generar tan fuertes alteraciones en la mentalidad colectiva americana, incluso entre los enemigos históricos.

Para aliviar la tensión con Chile, los mismos americanistas que llevaron a empujones a esta guerra, sacaron a la luz una forma fatídicamente entreguista de salvar la incómoda situación: fijar un límite en el paralelo 24° (con lo que Chile renunciaba a la mitad de su territorio atacameño, reclamado por Bolivia, que alegaba el límite Norte chileno en el 26º) y una repartición de los impuestos por el guano y por los minerales extraídos entre el 23º y 25º. Lo único que se pedía a cambio de la enorme entrega, eran facilidades en la labor de los chilenos en la zona, como impuestos o gravámenes especiales. Bolivia lo aceptó logrando con ello, por primera vez de manera formal, una salida marítima reconocida por Chile a través de instrumentos internacionales.

Ambos países firmaron el compromiso de tratado hacia marzo de 1866; enviaron sus respectivas legaciones para desarrollar el tema y se creyó absolutamente superado el problema limítrofe. Los acuerdos no se verían materializados sino hasta unos meses después, con el Tratado de Límites del 10 de agosto.

Entusiasmado con el desarrollo de los hechos, el controvertido presidente altiplánico, General Mariano Melgarejo, llegó a nombrar como General de División del Ejército de Bolivia al propio Presidente Pérez de Chile; al Secretario de la Legación de Chile en Sucre, Carlos Walker Martínez, lo nombró Coronel de Ejército y al jefe de la misión chilena, Aniceto Vergara Albano, lo investiría como Edecán de Guerra y luego Ministro de Hacienda.

A este gesto de hermandad desbordada, el mandatario de La Moneda contestó designando a Melgarejo en el mismo cargo de honor dado por éste, con respecto al Ejército chileno. Todos premiados, todos honrados y todos felices. Eufórico, Melgarejo dictó un decreto el 18 de marzo de 1866 donde declaraba ahora:

"Las fronteras de Bolivia no se considerarán desde esta fecha, respecto de los americanos del Sur, sino como líneas matemáticas destinadas a determinar el límite de la jurisdicción nacional".

En estas circunstancias, el 22 de marzo entra a la alianza el Altiplano. Todo listo para la ofensiva antiespañola. Demás está recordar, sin embargo, que, con el tiempo, Bolivia fracturó los acuerdos pactados, exigió mayor cantidad de territorios y utiliza hasta el día de hoy esta entrega irresponsable como la "prueba" de que Chile reconocía sus supuestos derechos ancestrales en el litoral atacameño.


Costo de la ofensiva diplomática en favor del Perú. Argentina saca partido
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Un caso aparte, sin embargo, lo representó la Argentina. Su presidente Bartolomé Mitre era uno de los principales ideólogos de la "hermandad latinoamericana" y publicista de la mutua cooperación continental, por lo que a sus discípulos chilenos les parecía evidente anticipar un compromiso moral de ayuda a Chile en esta difícil tarea de liberar las islas del Perú.

Como dijimos, desde agosto del año anterior, José Victorino Lastarria se paseaba por América intentando reclutar la adhesión de las Provincias Unidas de La Plata, del Uruguay y del Brasil en favor del Perú y también para:

"...todos los casos de guerra originados de ataques directos o indirectos contra la soberanía, independencia e integridad territorial y, en general, contra la seguridad de alguna de las partes contratantes o de los otros Estados americanos, ya vengan tales ataques de la América misma, o de otras naciones".

Le acompañaban en esta misión Guillermo Blest Gana, Demetrio Lastarria, Alejandro Carrasco Albano y Francisco Subercaseaux, pero el grado de su investidura y el agresivo carácter entreguista de Lastarria serían el criterio que se impondría a lo largo de la gestión diplomática.

A pesar de todo, les esperaba un gran desengaño en Buenos Aires... Ahogado en el mismo sentimiento delirante e irracional que alfombró este episodio, Lastarria contaba a ojos cerrados con la asistencia de su amigote Mitre, aún antes de salir de Santiago. Su proyecto, sin embargo, estaba destinado al fracaso. Cualquier diplomático con dos hemisferios cerebrales coordinados lo habría anticipado excepto, claro está, uno imbuido en las obsesiones americanistas del ministro. Si en el caso de Bolivia las tentativas de acuerdo del que sería el posterior Tratado de 1866 le parecieron provechosas en el momento, la disputa que se sostenía entre Chile y Argentina por los derechos territoriales en la Patagonia sobrepasó todo el interés de este último país por incorporarse o emular la insensata aventura chilena. El punto que a la Casa Rosada de seguro iba a resultar inaceptable -y que Lastarria fue incapaz de prever por su ceguera y por los excesivamente optimistas consejos de otro amigo argentino, el Dr. Rawson-, era la base de prescripción de la alianza que declaraba:

"Aunque los momentos actuales no son oportunos, acaso hallará s V.S. ulteriormente una coyuntura favorable para discutir y tratar de resolver amigablemente con el gobierno argentino la cuestión territorial que se halla pendiente entre los dos países".

Atormentado por la negativa rotunda de Argentina a reclutarse en la causa peruana y por la fuerte campaña antichilena incitada en Buenos Aires por la comunidad española residente, el ministro llegó a ofrecer al apático Mitre -y abusando de su cargo- parte del Estrecho de Magallanes para la Argentina si ésta participaba del conflicto, declarando, de paso, que Chile no tenía interés real en la Patagonia Oriental. El día 22 de febrero preparó su segunda carga y presentó una aberrante propuesta a la Casa Rosada, que constituiría en gran medida el encendido de mecha que necesitaban los argentinos para consagrar su convicción de derechos territoriales históricos en la Patagonia y Magallanes. En ella, Lastarria (que desde su entrada al Congreso, hacia 1849, era un declarado enemigo de las colonias chilenas en el Estrecho) ofrecía fijar una línea divisoria en la cordillera y la repartija de Magallanes. Esto desató airadas protestas y descontento popular en Santiago.

Para Lastarria, debió ser un golpe durísimo recibir una terminante negativa de Mitre, luego de su larga y entusiasta exposición durante el día 24 de marzo. Jamás, en su inocencia de intelectual entreguista y semi-burgués se imaginó la respuesta de aquel gran "americanista" que había estado exiliado en Chile durante la dictadura de Rosas, siendo recibido como un hermano y haciendo allí toda clase de malabares por la unidad continental. Ahora, Mitre golpeaba la mesa repudiando la propuesta y justificándose en la repulsión que le provocaban estas cruzadas fraternas entre países, que comparó con el acto de "jugar a las muñecas como hermanas", según le confesó a Domingo Faustino Sarmiento por carta escrita pocas horas después de este encuentro.

Presa del hipócritamente escondido sentimiento racista antiespañol propio del fanatismo americanista, Lastarria -convencido de poder lograr la unión de los argentinos en la causa en base a la insistencia y desechando al Brasil- escribía el 14 de octubre de 1865, una muy escatológica y poco diplomática carta a Miguel Luis Amunátegui, en la que se lee:

"Yo haré cuanto pueda, y, si logro un buen convenio, perseguiré a los españoles hasta dentro de la Catedral de Buenos Aires. Pero, si Ud. y Covarrubias cree que acá se puede hacer mucho, ¿qué simpatías se pueden esperar del Plata, donde viven cincuenta mil españoles, ni de esos gobiernos aliados del imperio negrero, el imperio invasor y usurpador de las soberanías del mismo Plata, de los que han llevado mintiendo durante el largo martirio de la Banda Oriental, de los cómplices de la destrucción sacrílega del Paisandú, y que hoy tendrían aún miedo de decirle a Chile una palabra amistosa?; ¡a la mierda esos carajos! Denme elementos y verán cómo los pisoteo, persiguiendo a los españoles hasta debajo de la cama de los presidentes."

Su gestión fue, además de desastrosa para los propósitos que la inspiraron, una experiencia nefasta para la soberanía chilena en Magallanes y la Patagonia que se disputaba con la Argentina. Desautorizado por Covarrubias, Lastarria montó en cólera y ladró a los cuatro vientos que Chile no poseía títulos en la Patagonia, que Magallanes no le pertenecía, que los estudios de Amunátegui sobre títulos históricos eran sólo "inducciones" e "interpretaciones" e intentó darle valor a su canallesca propuesta alegando que, con ella, su país lograba "tranzar" una parte de este territorio, además de obtener la adhesión trasandina. Sin embargo, la distracción provocada coincidentemente en esos días por el estallido de la Guerra de la Triple Alianza, que comprometió al Brasil, Argentina y Uruguay contra el Paraguay, terminó por aguar definitivamente las posibilidades de éxito de su infame gestión.

El atraso en la adhesión más bien simbólica de Bolivia no dolía tanto como la marginación de Argentina y del Brasil, cuyas asistencias hubiesen sido garantía de triunfo fácil y sin costos contra los españoles. Con mucha razón, Exequiel González Madariaga escribió:

"El aislamiento a que antes había quedado reducido Bolívar, el romántico de la unidad americana, no había servido de experiencia".

Chile, comprometido peligrosamente en una guerra ajena, aparecía ahora solo y abandonado junto a un Perú que ni siquiera entraba formalmente aún al conflicto, del que era principal protagonista. Con este fracaso, el daño histórico provocado al interés chileno por la misión de Lastarria y sus correligionarios, ya estaba hecho. Así, antes de empezar la guerra con España, el costo diplomático para el país ya era enorme, pues la posición argentina en el debate patagónico jamás se replegó de las posibilidades que Lastarria se mostró llano a aceptar sobre los territorios orientales a la cordillera y Magallanes.

El sentimiento antiespañol soltó riendas entre los delirantes americanistas, que no escatimaron en gastos ni pérdidas para salir al rescate del Perú, nación que -a la larga- demostró tremendas ingratitudes a su aliado, con enormes costos económicos, sociales y políticos que envenenaron las relaciones con España. Este dibujo en la portada de la revista satírica "El Corsario", Edición Nº 2 del 19 de abril de 1866 se titula "Las Columnas del Trono". Puede verse en él una ofensiva imagen de la Reina Isabel II, con un trono que se cae a pedazos mientras es sostenida por "Don Leopoldo" (el Ejército), "P. Cirilo" (el Clero) y "Sor Patrocinio" (la Iglesia):

  • - "Don Leopoldo" dice: "No afloje Padre con dos mil demonios!"
  • - "Padre Cirilo" responde: "Quien afloja es la hermana Patrocinio"
  • - A su vez, "Sor Patrocinio" espeta: "Que tengo que aflojar... si yo aflojase!"
  • - Y el Pueblo contesta: "Quien se afloja es el TRONO; está podrido"...

Interesante evidencia histórica para muchos personajes que actualmente veneran hasta el llanto emocionado esta delirante guerra de "hermandad fraternal americana" y que acusan a los nacionalismos locales como "incitaciones al odio y la violencia" entre los pueblos. Por una ironía de la historia, sin embargo, sería la propia España la que daría más tarde grandes muestras de amistad hacia Chile entre fines del siglo XIX y principios del XX, mientras que el Perú pagaría el favor con un pacto de alianza secreta con Bolivia que fue fundamental en la explosión de la Guerra del Pacífico.


La mano de la oscura "Unión Americana" tras la alianza Chile-Perú
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Para comprender la mentalidad de Lastarria, Vicuña Mackenna, Santa María y los demás afiebrados con la paranoia seudo bolivariana de esos momentos, es necesario recordar su militancia en la llamada Unión Americana, una organización que había sido fundada en Chile entre 1862 y 1864, al parecer ligada con la masonería y con el propósito de bloquear la imaginaria intromisión europea en América Latina, como consecuencia de los hechos de Santo Domingo, México y finalmente las islas Chincha del Perú.

Los miembros chilenos de la Unión llegaron a actos de increíble traición a los valores patrios, con el objeto de mantener la amistad entre las Repúblicas de vecindad americana, remontando sus currículos a tiempos previos a la fundación de este grupo. La fundación en Chile de la organización parece haber estado dirigida por Vicuña Mackenna, uno de sus principales publicistas y autor de hecho de los documentos impresos que sirvieron de verdadera Biblia a esta corriente, cuya actitud enfermizamente entreguista sólo fue recapacitada y rectificada hacia el final de su vida, cuando ya había comenzado la Guerra del Pacífico.

El Presidente de la Unión, Manuel Blanco Encalada, por ejemplo, en 1837 había llegado al extremo de desobedecer las órdenes del Gobierno y, en vez de combatir contra las fuerzas de Santa Cruz en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, negoció por cuenta propia la paz de Paucarpata y llegó campante a Santiago pretendiendo poner fin al conflicto a través del papel. Con el tiempo, algunos miembros de esta Unión Americana terminarían degenerando en las más grotescas formas de argentinismo y de entreguismo imaginables. No es audaz aseverar que entre los miembros de la Unión, o al menos los de su sede en Chile, anidaría el cáncer nefasto de un entreguismo de corte pretendidamente americanista, que persiste hasta nuestros días.

La garantía de la entrada de Bolivia a la alianza estaba condicionada por esta posibilidad de un acuerdo sobre la cuestión de Atacama que, como se ha dicho, transitaba al borde de llevar a ambos países a las manos. Deseosos de lograr la alianza, los iluminados de la Unión ofrecieron -en nombre de la paz y del americanismo- hacer que Chile renunciara a una enorme extensión del desierto considerado propio, cediéndolo a la pretensión boliviana a cambio de hermandad definitiva, como hemos señalado anteriormente.

A pesar de todo, la Unión Americana había triunfado. No sólo había logrado provocar de la nada una guerra que canalizara toda su filosofía de supremacismo americanista y antieuropeo, sino también habían creído encontrar una razón para la alianza americana que venían buscado sin éxito desde hacía décadas y que no tenía excusas para tal evento desde los movimientos independentistas del republicanismo emancipador.

Hasta noviembre de 1865, Chile continuaba siendo el único país comprometido en declaración de guerra con la península ibérica. A pesar de la discutible fama triunfal que rodeaba a la escuadra chilena y que, como hemos visto, adolecía de varios errores de ajuste con la realidad, el prestigio de la escuadra española era infinitamente mayor y temible, amedrentando en gran medida la posición de los demás países continentales y del propio Perú sobre el conflicto.


La guerra en el mar: los combates de Papudo y Abtao
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Otro hecho inesperado contribuyó a inflar aún más la ilusión tejida en torno a la fortaleza de la Armada de Chile y a desmitificar aquella de la escuadra española, cambiando la delicada situación en que se encontraba La Moneda.

El día 26 de noviembre, y contra todo lo esperable, la vieja y quejumbrosa "Esmeralda", al mando de Juan Williams Rebolledo, capturó la goleta española "Covandonga" al mando del comandante Ferry, tras media hora de combate en la Batalla de Papudo. El destino querría que, años después, ambas naves protagonizaran otra heroica epopeya chilena en Iquique y Punta Gruesa, en la jornada del 21 de mayo de 1879.

El efecto de la captura fue una formidable inyección de optimismo para toda la costa del Pacífico Sur, y un sentimiento de verdadera devastación e ira entre los españoles. Enterado de los hechos dos días después, y notificado también de la captura de sus 117 hombres en la nave, incapaz de convivir con la derrota en manos de esos marinos chilenos que llamaba despectivamente "pescadores y maleantes", el Almirante Pareja se suicidó de un tiro, dejando nota donde exigía como deseo guerrero póstumo no ser sepultado "en aguas chilenas". Le sucedió en conducción de la escuadra Casto Méndez Núñez, a la sazón anclado en el Callao.

En este contexto, mejor suerte que Lastarria tendría Santa María, quien había conseguido la adhesión de palabra boliviana y ecuatoriana, y firmaba en Lima el Tratado de Alianza con el Perú, el 5 de diciembre de 1865. La ratificación se realizó el 16 de enero del año siguiente. Acto seguido, Perú declaró la guerra a España. El día 20 de enero, Santa María regresó a Santiago, y el 30 adhirió formalmente el Ecuador.

Pero otra batalla vino a alimentar con más fuerza la hoguera. A principios de febrero se encontraban en Abtao, en la entrada del Seno de Reloncaví, la flota chilena constituida por la "Esmeralda", "Maipú" y la recién incorporada "Covadonga", acompañada de la flota peruana que agrupaba al "Apurimac", "Lautaro" (ex "Lerzundi"), "Unión" y "América". Un inesperado naufragio impidió que esta fuerza contara con el "Amazonas" peruano, perdido a la entrada del canal Chayahué pocos días antes. Sus cañones, sin embargo, fueron rescatados y colocados como baterías costeras de Abtao.

Ante la ausencia de novedades, la "Esmeralda" había salido el día 5 de febrero a Ancud por provisiones. Dos días después, llegaban las naves españolas "Villa de Madrid" y "Blanca", que abren fuego contra el grupo inmóvil desde la distancia, recibiendo bastante menos respuesta de la que pudiese esperarse, pues las naves "Apurimac" y "América" estaban en reparaciones y fuera de condición de combate, al contrario de la impresión que dejan muchos historiadores españoles al omitir este detalle y alegar que la lucha fue contra cuatro buques: la "Covadonga" y la "Unión", además de los dos averiados.

Tras 45 minutos de cañoneo mutuo, con muy pocas bajas y daños, los españoles se retiran hacia Valparaíso, donde llegarán el 15 de febrero siguiente. Muchos historiadores chilenos y peruanos, muy mal aconsejados por el orgullo niegan hoy que el combate dejó una sensación de triunfo español entre los aliados, pues las naves hispanas consiguieron romper la defensa de la escuadra y penetrar el apostadero de Abtao por unos minutos y huir casi tranquilamente. Esto desató más  sentimientos de rencor contra el enemigo.

Vale dejar constancia, sin embargo, que corría por entonces una gran molestia generalizada contra el puñado de americanistas que precipitaron todo este proceso, de modo que la bases esenciales de esta precipitada aventura belicista ya estaban siendo cuestionadas y puestas en juicio. El sentimiento era que, por el sólo el hecho de que desde la reacción española, se había convertido en Chile y Perú este conflicto en una cuestión de honor, de ahí en adelante pudieron contar los agitadores a ambas naciones con las condiciones ambientales necesarias para llevar a efectos esta guerra que, en otras circunstancias, habría sido impopular e imposible.

Grandes muestras de heroísmo iban a anticiparse en esta guerra, entre ellos, la de personajes como Arturo Prat, entonces joven marino al servicio de la Armada. Allí conocería al Almirante Miguel Grau luchando como aliados. Y ambos se verían enfrentados por el destino, años más tarde.

No obstante las victorias, en la práctica el costo de haberse involucrado en esta empresa delirante iba a tener para Chile sólo saldos negativos, que amargaron sus triunfos meramente útiles a la autoestima colectiva.


Chile paga la onerosa victoria: el desastroso bombardeo de Valparaíso
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La captura de la "Covadonga", después de tantos insultos americanistas, había caído como una lluvia de azufre en el orgullo de la nación hispana. A pocos días de concretarse la alianza de Bolivia como cuarto miembro, iba a tener lugar el castigo contra Chile.

Méndez Núñez, al mando de la escuadra española, recibe la orden de saldar las cuentas morales bombardeando el puerto de Valparaíso. La instrucción agregaba que sólo debería hacerlo en caso de que Chile atacara a la flota con los recién creados torpedos pues, curiosamente y en una insólita situación, hasta las oficinas del gobierno había llegado una oleada de "inventores" proponiendo toda clase de ingenios explosivos para atacar a los españoles, incluso con planos en mano de creativos artilugios de guerra que anticiparon tecnologías muy posteriores, como un submarino moderno ("buque-cigarro", redescubierto naufragado en nuestros días en el fondo marino), minas eléctricas y misiles autodesplazados.

Puede que los españoles realmente no creyeran en el uso de estos ingenios, pero bien se sabía en España (potencia de tradición navegante) del valor que el puerto de Valparaíso en el Pacífico era para Chile, más estratégico y primordial que lo percibido tal vez por los propios chilenos. Un castigo allí sería un perjuicio feroz. Centro comercial del continente, sombra que naturalmente había opacado la importancia del Callao y los demás puertos peruanos, Valparaíso era la posesión más preciada del país, y su garantía de éxito en la proyección y control marítimo en el hemisferio como centro de su futuro desarrollo como potencia, lo hacían blanco predilecto de alguna potencia. Sería, entonces, la penalización ideal por todo lo sucedido.

Muy decidido, y haciendo caso omiso a los intentos nacionales y extranjeros por disuadirlo (que iban desde ruegos hasta abiertas amenazas), Méndez Núñez envió nota al cuerpo diplomático internacional y a la Gobernación de Valparaíso, con fecha 27 de marzo, donde anunciaba el irrevocable plan de bombardeo e incendio del puerto, ya que no podía librar combate naval, pues hacía notar que las fuerzas chileno-peruanas se encontraban aún en el Sur. Ésta era la razón, además, de que la ciudad que no veía fortificaciones ni buenas artillerías de defensa propias desde la Colonia, se encontrara en alto riesgo, indefensa y al alcance de todas las iras del español. Al instante, el Comandante Rodger, de los Estados Unidos, y Lord Denman, de Inglaterra, increparon duramente la decisión de Méndez Núñez.

Mientras esto ocurría, habitantes y comerciantes de Valparaíso abandonaban masivamente la ciudad y Covarrubias, siguiendo un consejo norteamericano en un iluso intento final, propuso a los españoles esperar la llegada de los navíos y trasladar la guerra mar adentro, a diez millas del puerto y con Estados Unidos como juez, al más puro estilo de un duelo limpio de armas. Obviamente, la propuesta hizo aguas.

Los chilenos abrigaron hasta el último e ingenuo instante, la esperanza de que las fuerzas de la Península no concretaran el vil ataque que, a todas luces, ya era inminente. Más de la mitad de los habitantes del puerto se quedaron en él sin abandonarlo y exponiéndose innecesariamente. Ante la incapacidad de detener esta marejada, un comunicado firmado por los cónsules de Austria, Bélgica, Brasil, Bremen, Colombia, Dinamarca, Estados Unidos, Guatemala, Hamburgo, Hannover, Holanda, Islas Sandwich, Italia, Noruega, Portugal, Prusia, San Salvador, Suecia y Suiza, manifestó una condena internacional a lo que estaba a horas de suceder, donde decían al unísono:

"La historia no presentará, por cierto, en sus anales ningún suceso que pueda rivalizar con el horror al cuadro que presentaría el bombardeo de esta ciudad".

Los porteños llenaron de banderas chilenas la totalidad del puerto, en un gesto final de patriotismo, aun encima de la tremenda adversidad. Las más majestuosa estaba izada en un enorme mástil del Cuartel de Artillería, a un lado de la actual Escuela y Museo Naval.

La represalia, finalmente, comenzaría el 31 de marzo, aquel histórico día en que "El Mercurio de Valparaíso" no pudo ser publicado. La escuadra conformada por la "Blanca", "Villa de Madrid", "Resolución" y "Vencedora", apunta desde corta distancia, a unos 600 metros, sus cañones en la madrugada al puerto. La poderosa "Numancia" se presentó, pero sin participar del bombardeo.

Desde cerca de las ocho se acumulan miles de porteños mirando desde los cerros lo que estaba por ocurrir, cuando comienza el dantesco espectáculo de destrucción y fuego, a las nueve y diez minutos. La plaza central de la ciudad recibió la mayor parte del castigo. Pero, en un muy simbólico hecho, la bandera chilena elevada en el Cuartel de Artillería motivó un curioso ensañamiento de la "Villa de Madrid", que por largo rato, se esmeró en intentar derribar el enorme pabellón como una alegoría final del castigo español contra Chile. Tras hacer esfuerzos titánicos con la puntería, sólo consiguieron inclinarla al cortar uno de sus vientos, pero sin lograr echarla abajo, lo que motivó una ruidosa celebración de los chilenos presentes en las alturas.

Luego de tres horas y de un saldo milagrosamente bajo de muertos, pero millonario en daños materiales, la flota terminó su violenta andada hacia el mediodía, y partió hacia el Callao con la intención de darle al Perú un castigo similar.

Vale advertir que, durante el brutal bombardeo, las fuerzas inglesas y norteamericanas que podrían haber bloqueado e impedido perfectamente tamaña agresión, se desentendieron en último momento. Al marginarse Taylor Thompson, representante de Inglaterra, le seguiría Rodgers por consejo de Denman y por su temor de comprometer solo a los Estados Unidos en la delicada tarea de disuadir a las fuerzas del conflicto. Al ver cómo los navíos españoles calibraban sus cañones, las flotas inglesa y norteamericana se retiraron silenciosamente, apagando la esperanza de única defensa que podría haber tenido Valparaíso, cuya calidad de puerto comercial y escenario pacífico no tenía ninguna capacidad para resistir un ataque de tales proporciones. El Coronel (R) Ernesto Márquez Vial, Director del Centro de Estudios Históricos Lircay, declararía en interesante charla expuesta en viernes 31 de mayo 2002 en la NAO Santiago de la Hermandad de la Costa, al cierre de las actividades del Mes del Mar, sobre esta situación, un juicio que resume perfectamente lo sucedido en aquella jornada histórica:

"Entonces aprendimos otra lección, que cuando se es pequeño y débil, los grandes no se interesan en protegernos... Aprendimos que la seguridad nacional empieza por ser fuerte, por mantener unas fuerzas armadas, incluida una escuadra cuya sola existencia sirva de disuasivo a potenciales enemigos".

Pero una vez en aguas peruanas, a los hispanos les esperaba una fuerte contraofensiva, pues el Callao era una verdadera fortaleza gracias a que el Presidente Prado se había encargado de reforzarlo urgentemente con minas y cañones, entre los que figuraban modelos Armstrong y Blakeley, tal vez los más modernos de la época, operados por un cuerpo de artilleros de reconocida excelencia que certificaban la capacidad de dar un combate a distancia.

De este modo, el día 2 de mayo, y tras ocho horas de lucha encarnizada de sus baterías de puerto, el Perú logró repeler a la flota hispana, que partió herida de vuelta a la península. Los españoles se retiraron celebrando también la sensación de ser triunfadores, aunque con toda seguridad no habían logrado lo que en la indefensa costa de Valparaíso.

Terminaba así la disparatada aventura, una gran victoria pero con innegable sabor a derrota para Chile -pese a todo lo que puedan decir los historiadores y académicos ahogados en su propio orgullo patriota- por los costos formidables consecuentes, que resultaron en cambio prácticamente nulos para el Perú, quien saboreó el dulce néctar de la gloria con un saldo claramente positivo.

Irónicamente, el brillante triunfo de la alianza había resultado para Chile más caro que una derrota.

Bombardeo de Valparaíso en 1866


Ingratitud del "aliado": Perú celebra la desgracia chilena
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La mayor infamia iba a protagonizarla, sin embargo, el mismo país que había sido centro de esta alianza a su favor. Salvo por en el caso del Presidente Mitre, liberado ya de sus antiguas hipocresías americanistas y de las juras a la hermandad con Chile, el episodio del bombardeo e incendio del puerto provocó un estallido de odio generalizado contra España en todo el continente, que persistió por lagos años.

Pero esa es sólo la mitad de la historia, pues un hecho tan negro y falto de ética como el propio bombardeo (o peor, a nuestro parecer) vino a seguir la destrucción de Valparaíso.

Por increíble e inaceptable que pudiese sonar, al llegar a Lima la noticia de la destrucción del primer puerto chileno, dirigentes y chusmas se volcaron en una verdadera fiesta popular, celebrando la caída de aquel Valparaíso que había opacado por décadas sus aspiraciones por concentrar en el Callao el control comercial naviero y el dominio regional del océano. Este hecho es cuidadosamente omitido por historiadores peruanos y sus escribas chilenos que acarician aún el mismo entreguismo americanista que nos llevó a tal desastre. El historiador Espinosa Moraga, en cambio, describe cómo este bombardeo fue ampliamente celebrado en la prensa y la sociedad peruana de entonces, festejo que también tuvo ecos en La Paz y Buenos Aires, dejando al descubierto la inferioridad naval "mapochina", y demostrando que Chile nunca había tenido amigos en su vecindad fronteriza. Por lo tanto, las bases mismas de la inspiración de la alianza no tenían sustento en la cabeza, sino en elogio del corazón, como bien dijo Gonzalo Bulnes.

En un tácito sentimiento de supremacismo reforzado por el rotundo triunfo en el Callao (contrastado con el triste espectáculo de indefensión en Valparaíso) la sociedad peruana comenzó a mirar con burla y suspicacia la destrucción del puerto chileno. Poco antes, el propio Perú había intentado obstaculizar la compra de armamentos de su aliado chileno para esta guerra, interesado en preservar el dominio marítimo.

Ya entonces, comenzaba a asomarse una campaña comunicacional muy típica de los estados beligerantes o enemigos, cuando se pone empeño en presentar a un adversario como cobarde y miedoso con la intención de generar una expectativa optimista ante la eventualidad de un conflicto armado contra el mismo, recurso que se vio muy frecuentemente en el Perú desde poco antes de la Guerra del Pacífico en contra de Chile.

Con este afán, se fraguaron en Lima toda clase de historietas sobre la inferioridad chilena, la incapacidad de dar guerra, la sumisión de sus fuerzas militares, etc. Se decía, por ejemplo, que baterías de defensa apostadas en Valparaíso habrían sido inutilizadas por los propios chilenos en un gesto de súplica final a los españoles para evitar el ataque, o que naves de guerra chilenas (también inexistentes allí) habrían escapado del lugar para evitar comprometerse, tal vez confundiendo la salida de las embarcaciones norteamericanas e inglesas con las chilenas, que por entonces aún se hallaban en Chiloé. Mitos de esta clase proliferaron con fuerza durante el Gobierno de Pardo y aún subsisten en el folklore antichileno del Perú. La realidad es que Valparaíso estaba indefenso y, de hecho, el cuerpo de la Artillería de Marina, de la Artillería Cívica Naval y los batallones del Ejército que estaban en la ciudad, debieron parapetarse tras los edificios a la espera de cualquier indicio de posible intento español por desembarcar, saliendo sólo para ayudar a los valientes y arriesgados bomberos a apagar los enormes incendios que provocó el bombardeo.

Demás está recordar que el Cuartel de Artillería de Valparaíso no contaba con ningún cañón útil y, sin embargo, enarboló desafiante la bandera chilena hasta el tope, la que no pudo ser derribada a pesar de la potente embestida, como hemos dicho.


Costos materiales y estratégicos de la disparatada aventura americanista
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Como lo hace notar Encina, es don Gonzalo Bulnes quien resume perfectamente el costo de esta calaverada en una corta frase:

"Chile pagó los vidrios rotos, vació sus arcas, contrajo empréstitos y presenció cruzado de brazos que le despedazaran a balazos su primer puerto".

La destrucción material se avaluó en de unos $14.733.700 sólo en Valparaíso, distribuibles de la siguiente manera (Fuente: "Historia de Chile", F. A. Encina):

Edificios Particulares
$

633.000

Edificios Fiscales
$

550.700

Muebles-Mercaderías Particulares
$

1.500.000

Muebles-Mercaderías Particulares (chilenos) en Almacenes Fiscales

$

3.700.000

Muebles-Mercaderías Particulares (extranjeros) en Almacenes Fiscales
$

8.300.000

Otros Daños
$

50.000

Y el total de costos de la guerra tuvo para Chile unos $32.000.000, cifra estratosférica para la época. Negro panorama para un país que, producto de la grave crisis comercial que había marcado el tránsito por los últimos años, al iniciar la guerra tenía sus arcas fiscales absolutamente vacías, lo que obligó a conseguir créditos externos e internos, e incluso financiamientos por la vía de donativos.

Los intentos por estimular a la banca internacional para otorgar préstamos al Estado de Chile tuvieron magros resultados, pues los banqueros, obligados a la sensatez y el realismo que exigen los negocios, veían el conflicto con España como un disparate injustificado, temiendo especialmente por la ruina de Chile terminado el conflicto y calculando en 25 años sus posibilidades de reconstrucción. Sólo después del enfrentamiento y pasado el peligro, la banca accedió a acuerdos con el Gobierno.

Sin embargo, la destrucción a las posibilidades y expectativas económicas ha de haber sido tan superior al daño material; tanto así que los propios autores de esta carajada intentaron, más tarde, esconderla de los anales históricos y evitar el juicio de la memoria. Así, Santa María le escribía a Aníbal Pinto, el 16 de febrero de 1879, con la Guerra del Pacífico encima:

"Los diarios y los mítines no son barómetros para nada. No olvidemos la enseñanza que nos dio la guerra con España".

Por su parte, Vicuña Mackenna se referiría por aquel entonces ante el Senado -en un muy entreguista discurso para ceder el debate por la Patagonia en favor de la Argentina- a lo que llamó "la tristísima parodia que se llama guerra de España, causa principal, sino única, de la dolencia que hoy nos postra".

Otro saldo negativo comprometió a todo el continente, al dejarse llevar por la visceral reacción emotiva que históricamente ha puesto en aprietos una y otra vez a la diplomacia de los pueblos de la América Latina, destruyendo el comercio con España por todo el Pacífico, y a pesar de que la Península era la puerta de entrada al Mediterráneo. No menos grave fue la reacción casi xenófoba contra los españoles, actitudes que alentaron los americanistas tras lo ocurrido en el puerto. Aunque casi no hubo agresiones y la pulcritud moral de Antonio Varas logró calmar la ira de las chusmas, muchos comerciantes y empresarios españoles fueron detenidos durante las semanas siguientes al bombardeo. Se recordará que su influencia en el comercio los había convertido en una importante fracción de la generación de trabajo en Chile, pero eso no impidió que muchos fueran presos en Santiago y expulsados por decreto el 28 de marzo de 1866. Sus bienes no les fueron expropiados, pero las condiciones en que quedaron significarían la ruina de casi todos ellos.

El 27 de septiembre de 1871, el ministro chileno Adolfo Ibáñez Gutiérrez logró firmar con su símil peruano, José Loayza, un convenio para someter a arbitraje las cuentas de la guerra contra los españoles. Tras declinar el ministro argentino Félix Frías como árbitro, se encargó la tarea a Cornelio Logan, ministro de la Unión de Estados Americanos en Santiago, quien falló a favor de Chile con una cuenta de $476.000. Una nada según la mayoría de los autores, considerando el daño ya provocado. Por otro lado, el desmoronamiento del mito generalizado en el continente sobre la excelencia del material naval chileno sólo alentó los ánimos confrontacionales de países vecinos. La guerra había dejado en tal grado de evidencia la inferioridad naval que se dio por necesidad reforzar la vieja escuadra de madera. Cumpliendo con el lamentable principio pragmático alojado en los profundo de la idiosincrasia chilena, cual es esperar que las desgracias ocurran para tomar precauciones al respecto, se dio a Valparaíso esa protección que había sido evadida por décadas, fortificando el puerto e incorporando las corbetas "O'Higgins" y "Chacabuco" gracias a un préstamo otorgado por la J. S. Morgan y Cía. en 1869. Otras voces insistirían en la adquisición de buques como los blindados que Simpson había salido a comprar sin éxito a Estados Unidos y luego a Inglaterra, compra que, sin embargo, estuvo postergada por largo tiempo y sólo se restituyó con el peligro de guerra prácticamente encima, gracias al Ministro Cifuentes.

Como hemos dicho, la victoria peruana del Callao ocurría poco después del papelón en Valparaíso. Las comparaciones eran inevitables y no necesariamente surgidas de la mala fe, salvo por la proliferación de interpretaciones peruanas que caricaturizaron cruelmente el daño inflingido al vecino país, como también hemos visto. Fue casi inevitable, entones, que la evidente indefensión chilena apareciera junto al refuerzo de la marina de guerra peruana y a sus pruebas de superioridad dadas durante el conflicto, expandiéndose con formidable rapidez el deseo íntimo del Perú por recuperar la primacía en el Pacífico, condición que consideraba perdida por culpa de Chile desde la Guerra de 1836-1839 y que acababa de descubrir más cerca de lo que nunca antes hubiese creído.

Con un enorme retraso, el 22 de octubre de 1866 -varios meses de terminado el conflicto- habrían de llegar los dos acorazados peruanos desde Inglaterra: "Huáscar" e "Independencia". Para hacer justicia, es bueno destacar que una parte de la Armada del Perú se mantuvo agradecida de la ayuda chilena contra España. Pero, como veremos, para los políticos y el populacho en general la inyección del sentimiento de superioridad en el ser colectivo peruano con la llegada de estas naves, multiplicó por cien sus deseos hegemónicos y de reivindicación comercial.

Esta pérdida de la capacidad de Chile para disuadir adversarios tuvo resultados devastadores. Revelado ya su enanismo naval, proseguiría una seguidilla de hostigamientos, intrigas y desafíos diplomáticos que, en pocos años, obligaron a revisar el tratado de límites firmado en 1866 con Bolivia y a soportar un nuevo y delicado nivel de negociaciones con la Argentina para dar una vía de salida al litigio por la Patagonia oriental. Gran ridículo aquél, por el que la sufrida nación debió transitar a causa de los nefastos -y a veces también belicosos- señoritos americanistas, que exponían a Chile, a pesar del triunfo, a una burla casi generalizada de los grupos de enemigos que existían en Sudamérica por la destrucción de su principal puerto, sentimiento que convivía, sin embargo, con las reacciones de desprecio hacia España por tamaño crimen.

La pérdida del potencial económico de Valparaíso como puerto principal del Pacífico Sur fue, sin duda, el peor saldo de todo el inventario de pérdidas y daños provocados por la guerra. No sólo se hundió a pique la importancia continental de Chile en el mar del Sur, sino también la estrecha relación cultural y comercial que se había ido forjando con el Viejo Mundo producto de este intercambio, permitiendo al Perú recuperar casi instantáneamente este predominio. La importancia en el Pacífico que tenía Valparaíso nunca volvería a ser recuperada como era antes de aquel año, desencadenando un daño tremendo. Su preponderancia se perdió al punto de que relegó a Chile al destino de ser un país de segundo orden, pues el Pacífico y su control era primera y más realista posibilidad de nación para entrar al selecto clan de las potencias del mundo, aprovechando la natural y estratégica relación de su territorio con las costas, tal como lo advirtiera Portales años antes.

Chile había renunciado, así, a su propio destino, condenándose a sí mismo al subdesarrollo y al enclaustramiento de la región. Todo, gracias al delirio de un grupo de fanáticos que aún dan  visos de existencia.


Costos diplomáticos. Definitivo aislamiento de Chile. Deslealtad peruana
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Como hemos dicho, una ola de agresividad comenzó a arrastrar a la clase política y militar peruana en aquellos años posteriores a la guerra. La muerte del Presidente Castilla y el desorden que se produjo en el Perú, permitieron la postergación de las tensiones diplomáticas que estaban por comenzar entre ese país y un Chile carente ya de todo poder para imponer respeto en la agitada vida vecinal del continente. Ni siquiera la cuantiosa ayuda dada por Chile al Perú y al declaradamente antichileno presidente Balta tras el tremendo terremoto que asoló la costa desde Arica a Guayaquil, el 13 de agosto de 1868, poco después de su ascenso al poder (siendo la primera nación en reaccionar solidariamente tras este episodio), pudo impedir más que por un breve plazo la creciente movilización peruana de acercamiento a Bolivia y Argentina con miras a concertar una política estratégica y común contra Chile y a consolidarse así en el nicho de potencial marítimo y comercial que Chile había dejado abandonado, flotando frente a las costas pacíficas tras el bombardeo.

A los ojos de la psicosis americanista, se creía terminado el período de guerras de reconquistas, derrotando a un enemigo tan poderoso como España. La descabellada gestión de Lastarria en Buenos Aires, sin embargo, habría de dejar una impresión de debilidad extrema ante los argentinos, pues ponía en el tapete la huella de la existencia de entreguistas y americanistas frenéticos operando en las altas esferas políticas de Santiago, que a la larga les resultarían sumamente beneficiosos para el enemigo en la controversia por la Patagonia oriental. Si la destrucción de Valparaíso mostró frente a sus narices a los peruanos la debilidad militar y autodefensiva de Chile, la misión de Lastarria y el ministerio de Covarrubias ponían en evidencia, ante los argentinos, la desnudez y la extrema debilidad de la diplomacia chilena, rayana en la ineptitud absoluta.

Para empeorar las cosas, y guiados por la misma ignorancia con que interpretaron las intervenciones europeas en Santo Domingo y México, los americanistas de La Moneda y del Congreso fueron incapaces de comprender lo que realmente ocurría en el Conflicto de la Triple Alianza contra el Paraguay, pretendiendo castigar horrorizados al Brasil, la Argentina y el Uruguay con el reproche moral, especialmente contra la nación carioca. El acuerdo de alianza entre las tres naciones contra el país guaraní se firmó el 1º de mayo de 1865, precisamente cuando Lastarria comenzaba a advertir el carácter de irremediable fracaso de su misión en Buenos Aires. Se recordará que Lastarria también había recibido un hiriente "no" como respuesta de Río de Janeiro a la propuesta de alianza contra España, antes de partir a la Argentina, cuando el soberano Pedro II ni siquiera mostró algún indicio de interés en el tratado de mutua defensa continental.

Dentro de la moral guiada por el mito de la hermandad continental de los americanistas, la impresión de que estos tres países eran capaces de establecer alianza contra un hermano y, sin embargo, no hacerlo en favor de otro (el Perú) y en contra de una potencia extracontinental (España), cayó como soda cáustica en sus almas, especialmente en las impresiones contra el Brasil. Y el Cielo sabe cuánta falta le haría a Chile, poco después, el apoyo renunciado tras este absurdo alejamiento con el Brasil, al sentir encima el filo de la espada de la Argentina y de los "aliados" peruano y boliviano, con quienes el país amazónico mantenía sus propias controversias y, por lo tanto, posibilidades de entendimiento con Chile.

Con estas medidas neófitas, Chile no sólo se negaba a aceptar la realidad de no contar con países amigos en la región, sino que descartaba -unilateralmente y sin provocaciones- las únicas posibilidades de encontrar una nación de intereses afines en la vecindad americana.

Al final del gobierno de Pérez, en 1871, el aislamiento del país en el continente era total. Sucedido por Federico Errázuriz Zañartu, colocó a don Abdón Cifuentes en el Ministerio de Justicia y de Culto e Instrucción Pública, desde donde restauró el plan de compra de blindados para la Armada, mismo que el mandatario descartó tantas veces. También propuso la creación del Ministerio de Relaciones Exteriores desligándose a la Cancillería del Ministerio de Interior.

La restitución tras el daño a las relaciones con España, por otro lado, se dio en 1871 por iniciativa de los Estados Unidos e involucrando a los cuatro ex aliados americanos. Chile había sacrificado sus oportunidades de amistad con la nación hispánica que tanto en común tenía históricamente, a pesar de que la fiebre americanista imposibilitaba la visión de estas simpatías, cegadas por el deseo de forzar semejanzas con las naciones de la comunidad vecinal que, a la larga, terminarían convertidos en los verdaderos enemigos históricos, más allá de los fantasmas de enemistad contra España.

La explotación del guano y el salitre permitió al Perú reponer rápidamente sus pocos costos de guerra. Conforme avanzaba el negocio del nitrato, comenzó a fraguar la posibilidad de cancelar todas sus demás deudas por la vía de la sobreexplotación de las calicheras, para lo cual era necesario monopolizar de la extracción. Estamos, de este modo, en los orígenes de la entrada peruana al conflicto que culminaría con la Guerra del Pacífico.

Si el asunto había fundado lazos de efímera unidad entre algunos círculos chilenos y peruanos, en el sentir de este pueblo por el resquemor derivado de la entrada de los chilenos hasta Yungay en 1839 y alimentado cuidadosamente por propagandistas y revisionistas, no se extinguía. No pasaría demasiado tiempo para que, después de sus festejos por la destrucción de Valparaíso, volvieran a demostrar su infinita ingratitud motivada por un nacionalismo crónico. Espinosa Moraga escribe, de este modo:

"...la guerra con España hizo saltar en mil pedazos las compuertas que un último retazo de sentido común habían levantado para contener el alud que amenazaba arrasar con el país entero en aras de la quimera de la unión americana. Esta nueva quijotada precipitó de bruces a Chile del lugar relevante que ocupaba en el continente al de potencia de segundo orden. No contentos con este dislate, los políticos de la Moneda empujaron al país por la senda resbaladiza del desarme, al paso que sus vecinos incrementaron con grandes sacrificios su poderío bélico para aplicarlo a la tarea de desplazar definitivamente a Chile del lugar que había conquistado con su tesón y espíritu luchador."

Conforme pasaron los meses, además, en el Perú había cundido la idea de que la participación chilena en el conflicto había sido una intromisión injustificada, un abierto intervencionismo en el curso de su historia y una medida que imponía la voluntad chilena a materias que eran de exclusivo ámbito peruano, haciendo la situación más patética aún. En este ambiente, Manuel Pardo asumió la Presidencia del Perú en agosto de 1872. Inició de inmediato la ofensiva final del Perú para materializar sus intenciones en alianzas concretas con los países vecinos. Amigo del futuro presidente de Chile, don Aníbal Pinto, Pardo sólo interpretaba el ánimo político del Perú que para los pocos visionarios como Cifuentes e Ibáñez Gutiérrez era bastante evidente. Sin embargo, Pinto, que a la sazón se desempeñaba como Ministro de Guerra de Errázuriz Zañartu, jamás creyó siquiera en la posibilidad de que su viejo amigo peruano abrigara un ápice de hostilidad o ingratitud contra su país. Afortunadamente, en marzo, Cifuentes había conseguido reflotar el proyecto de compra de blindados.

Chile, a costa de sus valiosos territorios, recursos y de sus armas, hacía un enorme sacrificio al luchar por Perú, destruyendo sus relaciones con España sin tener arte ni parte en un conflicto absolutamente ajeno, al que el delirio americanista y las fantasías de una "reconquista" le arrastraron como el peso muerto de un buque náufrago. Sacrificio que ni siquiera sirvió para cultivar simpatías o lealtades, como quedaría claro unos años después, con su firma de un tratado con Bolivia en contra de Chile, en la gestación de la guerra: el Pacto Secreto de 1873, al que se incluyó inicialmente a la Argentina. Y, al contrario de lo que estas naciones aleguen hoy en día sobre sus razones para firmar la alianza contra Chile, están las declaraciones del diputado Dr. Guillermo Rawson, quien fue uno de los pocos parlamentarios argentinos que votó contra la alianza antichilena, denunciándola como un pacto de agresión que no tenía nada de defensivo y que sólo interpretaba la voluntad del Perú, interesado en monopolizar la producción de salitre que tenía, como centro, precisamente a los territorios disputados entre Chile y Bolivia en Atacama.

Después de toda esta aventura irracional y descabellada, el Perú pagaba de esa manera a Chile el enorme esfuerzo inspirado únicamente en motivaciones desmedidas e irreales. Es así como, en nuestros tiempos, una columna del diario peruano "La República" del 12 de mayo de 2005 ya nos presenta la versión "revisada" de la solidaridad chilena para el Perú en la Guerra contra España, bajo la columna titulada "Estúpidos hubo siempre":

"En septiembre de 1865, Chile le declaró la guerra a España. De inmediato, Chile envió a Domingo Santa María a Lima con el propósito de que el Perú, que ya había sufrido la invasión de las islas Chincha, se sumase -pero en plan subordinado- a la causa en contra del crepuscular imperio español".

Ahora, fue Perú el que en realidad habría salido a ayudar militarmente a Chile, luego de que este país le declarara la guerra a España por razones que, parecer ser, ya no importan...

Un buen final literario y malagradecido para tan nefasta aventura americanista.